Se suponía que esta compañía ayudaría a cineastas independientes a obtener ingresos gracias al streaming. Ese sueño se convirtió en una pesadilla
En 2017, el cineasta y productor independiente con sede en
Burbank Alex Ferrari, de 45 años, elogiaba a una pequeña empresa de tecnología
que le ayudó a distribuir su película "This Is Meg", sobre una actriz
que pasa apuros para sobrevivir en un Hollywood obsesionado con las redes
sociales.
Por una tarifa, la compañía con sede en Los Ángeles,
Distribber, había incluido la película de bajo presupuesto en sitios de video a
demanda, incluidos Amazon.com y Hulu. Emocionado con los resultados, invitó a
los ejecutivos de Distribber a su podcast, Indie Film Hustle, y recomendó el
servicio a otros. Aquí había una compañía, dijo, que podía llevar tu película a
las plataformas más grandes del mundo y, lo mejor de todo, tú como creador conservarías
todos los ingresos generados por las ventas y las vistas.
Pero el sentimiento de alegría se tornó agrio. En abril, Ferrari
le pagó a Distribber para que subiera las películas de dos clientes, solo para
descubrir en septiembre que la compañía se había
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