Los grandes instructores de la humanidad han enseñado una misma idea: somos Hijos de la Luz que han olvidado su naturaleza luminosa. Por esto, al tomar conciencia de nuestra verdadera identidad, toda nuestra labor se centra en la erradicación de todo rastro de oscuridad para volver a manifestarnos como “Seres de Luz”.

“Lux lucet in tenebris” (“La luz brilla en las tinieblas”) es un viejo axioma que hace referencia a nuestra chispa divina, a esa porción de Dios que anida en el centro de nuestro corazón, la cual debe protegerse y alimentarse para que finalmente se transforme en una llama abrasadora que convierta en cenizas al viejo hombre (Palaios Anthropos) para que de sus restos surja un Hombre Nuevo (Neos Anthropos) u “Hombre de Luz”.

Para convertirnos en “Hombres de Luz” debemos erradicar de nosotros hasta el último vestigio de opacidad y “vestirnos de luz”, tal como señaló San Pablo en Romanos 13:12: “La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz”.