Las superbacterias o bacterias resistentes son un grave problema para la salud pública que en los próximos años se va a agravar sin que nadie pueda remediarlo. El mismo Fleming, descubridor accidental de la penicilina y salvador con su hallazgo de millones de vidas humanas y animales, ya advirtió hace nada menos que 80 años del problema al que nos enfrentábamos si extendíamos el mal uso de unos fármacos que llevan estancados desde hace más de 40 años: La industria farmacéutica no está por la labor de desarrollar nuevos fármacos que tienen un beneficio mínimo para los costes que provocaría su eventual su desarrollo: La humanidad consume más antibióticos que nunca, y cada vez hay más personas que acceden a ellos erróneamente; además, mientras las baterías siguen evolucionando y desarrollando resistencias a los mismos, la vida moderna nos impulsa a tomar alimentos animales a los que previamente se les ha inyectado antibióticos para asegurar el negocio. Con todo este panorama, ¿qué se puede hacer?  
Hay una sola esperanza, y que parte de la investigación científica básica que se hace en las universidades, para encontrar nuevas formas de parar a unos asesinos silenciosos que ya matan a millones de personas cada año, a pesar de que teóricamente tenemos un remedio, que nos hemos empeñado entre todos en dejar de hacer funcionar.
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