Somos agua que piensa
Por Joaquín Araújo
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Sequías, contaminación, despilfarro, pero sobre todo el desastre climático están convirtiendo la sustancia más original del cosmos en algo cada día menos asegurado».
Es lo que Joaquín Araújo lleva haciendo casi toda su vida desde múltiples enfoques, experiencias directas, zambullidas y una mirada que, como él insiste, logra a través de esas dos grandes gotas de Agua con las que mira. Todo ello pensado y sentido por un cerebro, que como todos los nuestros, es casi todo él Agua.
Joaquín Araújo
María Zambrano le identifica al definir al poeta como «el hombre devorado por los espacios del bosque». De hecho vive, como campesino y pastor de cabras, en el seno de las arboledas de las Villuercas. Ha plantado tantos árboles como días ha vivido, unos 25.000. Ha sido comisario y autor de 30 exposiciones, director y/o guionista de 340 documentales y ha hecho unos 5.000 programas de radio y dado unas 2.500 conferencias. Su permanente compromiso con la defensa de la Natura ha sido reconocido a través de 51 premios, entre los que destaca haber sido el primer español premiado con el Global 500 de la ONU y con el Wilderness Writing Award y también el único español dos veces galardonado con el Premio Nacional de Medio Ambiente. Con todo ello pretende el acaso imposible de salvar a lo que nos salva: los bosques y su decisiva aportación a la VIDA.
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Somos agua que piensa - Joaquín Araújo
Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Prólogo
Introducción. Propósito de ser hontanar
Capítulo 1. Basta una palabra: honesto
Capítulo 2. Manar con los manantiales
Capítulo 3. ¿Qué es el Aagua?
Capítulo 4. Los rostros del Aagua
Capítulo 5. Los caminos que andan o del fluir con lo que fluye
Capítulo 6. Aguas acostadas y trogloditas
Capítulo 7. La Mar Océana
Capítulo 8. Fertilizando la fertilidad
Capítulo 9. Proteo
Capítulo 10. Lenguajes ácueos
Capítulo 11. El Agua y la Belleza
Capítulo 12. La sed del Aagua
Epílogo. El retorno del eterno retorno
Notas
Créditos
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SINOPSIS
En palabras del autor, «el agua participa en todos los acontecimientos biológicos y en buena parte de los geográficos. Este libro aspira a regar las sensibilidades en busca de cómplices de la primera materia prima de la vivacidad. No solo a través del infinito repertorio de destrezas, funciones y regalos que el agua nos hace, sino también desde la suprema utilidad que nos reporta el bien más público.
Sequías, contaminación, despilfarro, pero sobre todo el desastre climático están convirtiendo la sustancia más original del cosmos en algo cada día menos asegurado».
Es lo que Joaquín Araújo lleva haciendo casi toda su vida desde múltiples enfoques, experiencias directas, zambullidas y una mirada que, como él insiste, logra a través de esas dos grandes gotas de Agua con las que mira. Todo ello pensado y sentido por un cerebro, que como todos los nuestros, es casi todo él Agua.
Joaquín Araújo
Somos agua que piensa
Prólogo de Pedro Arrojo Agudo
Dedicado a todo lo sediento; por tanto, al Aagua,*
que ya tiene más sed que los desiertos. También a todos
los que luchan para que termine este saqueo a la Vvida
que está secando demasiadas fuentes.
…donde el cielo llueve
y el agua canta y nacen paraísos…
OCTAVIO PAZ
Levanté con los dedos el cristal de las aguas,
contemplé su silencio y me adentré en mí misma.
MARÍA VICTORIA ATENCIA
Soy el poema de la Tierra,
dijo la voz de la lluvia.
WALT WHITMAN
El hombre de bondad superior
es como el agua. El agua en
su quietud favorece todas las cosas…
LAO ZI
La comodidad es crimen,
me ha dicho el manantial
desde su peña.
RENÉ CHAR
El agua es una llama mojada.
NOVALIS
Mundo de lo prometido, agua.
Todo es posible en el agua.
PEDRO SALINAS
…y el agua más pura que
en sueños. ¡Gracias, gracias
le sean dadas por no ser
solo un sueño!
SAINT-JOHN PERSE
Si hay paraíso tendrá,
como tuvo, AGUA y un BOSQUE DE BOSQUES.
J. A.
PRÓLOGO
El agua es el alma azul de la vida, y los ríos las arterias y venas que sustentan esa vida en islas y continentes, incluida la de las comunidades humanas. Nuestros antepasados caminaron hasta encontrar un río, un lago o un manantial que garantizara el agua necesaria para la comunidad y allí se asentaron, en lo que hoy son nuestros pueblos y ciudades.
Sin duda el agua tiene además otras funciones vinculadas a actividades económicas que, más allá de satisfacer necesidades alimentarias y productivas de todo tipo, suscitan proyectos e intereses que relegan esas funciones de sostén de la vida para dar prioridad a la insaciable codicia de quienes más tienen.
Hoy afrontamos en el mundo una crisis global particularmente paradójica: la del agua en el Planeta Agua, el Planeta Azul; con 2.200 millones de personas sin acceso garantizado al agua potable. Pero en su inmensa mayoría no se trata propiamente de personas sedientas, sin agua en sus entornos de vida, sino de personas empobrecidas que viven junto a ríos, lagos, acuíferos y fuentes contaminados.
Por ello, como Relator de Naciones Unidas para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento vengo insistiendo en la necesidad de hacer las paces con nuestros ríos. Solo recuperando la salud y el buen estado de ríos, lagos, acuíferos y humedales esos miles de millones de personas en pobreza extrema podrán disponer del agua potable que todos necesitamos para vivir dignamente.
Junto a mi buen amigo Javier Martínez Gil, hace ya bastante tiempo empezamos a hablar de la necesidad de promover una Nueva Cultura del Agua. Entendíamos que había que cambiar, modernizar y democratizar las instituciones gestoras del agua, como las Confederaciones Hidrográficas, promover nuevas leyes que permitieran superar el viejo paradigma de dominación de la naturaleza para asumir decididamente el desafío de la sostenibilidad, desarrollar y aplicar nuevas tecnologías y estrategias, etc. Pero más allá de todo ello, intuíamos que era necesario un cambio más profundo en nuestra relación con nuestros ríos, humedales y acuíferos, en nuestras relaciones sociales en torno al agua, en nuestra valoración ética del agua y sus funciones e incluso en los valores estéticos y lúdicos de la misma. En suma, un cambio cultural. Por ello nos atrevimos a hablar de una nueva cultura del agua. Hoy esa intuición se ha convertido en una profunda convicción.
El agua por otro lado nos ofrece una excelente plataforma pedagógica para entender mejor la profunda vinculación que hay entre los valores sociales y ambientales en juego. La clave, a mi entender, está en la profunda carga emocional que nos aporta contemplar y disfrutar el agua en la naturaleza. Al respecto suelo comparar el anhídrido carbónico (CO2) con el agua (H2O), compuestos ambos esenciales en nuestro entorno natural, en los ciclos que sustentan la vida y en crisis que debemos afrontar, como la del cambio climático. Para mí, sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos a la hora de suscitar interés y conciencia en torno a sus funciones: con el anhídrido carbónico no encuentro forma de emocionar a nadie, mientras que con el agua las emociones brotan espontáneas con suma facilidad. Y cuando se unen emoción y razón la potencia de la conciencia se multiplica.
La clave emocional es fundamental en la Nueva Cultura del Agua, como lo es la vinculación entre la ética y la estética cuando del agua hablamos. Sentir las emociones que suscitan las aguas impetuosas de un río o de una cascada, la hipnótica seducción del fluir de la corriente o la serenidad que produce la contemplación de una laguna, hace emerger en nosotros sentimientos especiales, nos acerca a entender la vida en forma de belleza y harmonía.
Hacer las paces con los ríos como clave ética que debe permitir garantizar los derechos humanos al agua potable y al saneamiento, especialmente para los más empobrecidos, se vincula, para mí, con la clave estética del río como alma del paisaje y del territorio al que da vida. Por ello admiro la obra de mi amigo Joaquín Araújo, el poeta del agua.
PEDRO ARROJO AGUDO
Relator de Naciones Unidas para los derechos
humanos al agua potable y al saneamiento
INTRODUCCIÓN
PROPÓSITO DE SER HONTANAR
Miro con dos grandes gotas de Aagua. Así comienza mi semblanza en la página web que diseñó y mantiene, con bondad infinita, José Ramón Barrios. Como casi taoísta que soy hago el menor uso posible de las tecnologías, sobre todo de las que, dicen, nos comunican y, sin embargo, nos han alejado más que nunca unos de otros. Todavía más de la Vida misma. En fin, justo al lado de esa primera frase de este libro y de lo que pretende ser un resumen de mis tareas ya cumplidas pueden ver mi nombre, escrito enteramente con letras de piedra.
Sí, cantos con los que me he tropezado, tal cuales, en plena Natura. En realidad, tengo la suerte de haber encontrado todo nuestro alfabeto desparramado por las cuestas de lo que ahora es mi hogar. Varias de esas esculpidas grafías son altos o bajorrelieves, otras parecen talladas como un molde. Las hay que son el resultado de precipitaciones de mineral de hierro sobre las cuarcitas armoricanas de estas sierras, donde decidí vivir cerca de los sustratos geológicos más antiguos de este país. No deja de ser una lección de modestia el que las rocas y, sobre todo, los fósiles, aquí abundantes, te recuerden la fugacidad de tu paso, solo unas pocas décadas, cuando lo que pisas tiene hasta quinientos millones de años. De hecho, la letra ene que culmina mi nombre es una cruciana, es decir, un fósil del Cámbrico. Me alargo en esto de haber podido escribir con el producto de infinitos azares que el tiempo hizo posible porque es algo que también le debo, como casi todo, al Aagua. Todos los relieves del paisaje son el resultado de la capacidad escultórica de la energía hidráulica.
Es más, no hay una sola forma de las que podemos contemplar en la que no haya participado decididamente Aagua. Desde el más pequeño grano de arena hasta esas letras con las que he conseguido hilvanar mi propio nombre. Vemos, pues, con Aagua lo hecho por Ella. Recuerdo, de paso, que hasta el más diminuto producto industrial, no digamos biológico, también está hecho en gran medida por Aagua. Seis litros en concreto necesita cada chip de los instrumentos informáticos.
Considero una de mis más acertadas metáforas la que mantiene que el líquido de la Vida es el lápiz del tiempo. Acaso para recordarlo he colocado esas piedras/letras en el fondo de una pila, tallada en granito, de casi dos metros de largo. Suelo tenerla llena de Aagua, por lo que leo esas dos palabras —que aparentemente me identifican ante los demás— siempre empapadas. Acaso sea más correcto afirmar que mi nombre pétreo bucea incesantemente en busca de verdadero sentido para no ahogarse en la incomprensión o el olvido.
Es lo que pretende también este libro y, si somos capaces de no engañarnos, todo lo que sueñan todas las palabras. Aagua, en efecto, se está ahogando y si los humanos no queremos ahogarnos en nuestra estupidez necesitamos saber, comprender, admirar y hasta venerar a este principio de todas las cosas que bebemos para ser también posibles.
Me resulta sencillo y acertado vincular Aagua a los mejores perfiles de lo que consideramos más humano y, por tanto, más necesario. Las aguas me parecen buenas, bellas, sabias y libres. También lo más maltratado, si tenemos en cuenta su crucial importancia. Entonces Aagua puede ser una de las manifestaciones más contundentes de la devastación. Da la totalidad de las vidas, pero también quita muchas. Conviene tener claro, en cualquier caso, que para que adquiera su perfil letal el líquido ha tenido que ser asesinado antes. Y aunque hay un puñado de contaminaciones que podemos calificar de espontáneas, el 90 % de las actuales han sido fabricadas y liberadas por esta civilización del mal entendido esplendor.
Insisto. Estas páginas, como mi web, comienzan recordando que no veríamos nada sin esas dos grandes gotas de Aagua que son los ojos. A lo que, por cierto, conviene añadir que para lograrlo también necesitamos un charco un poco más grande que es el cerebro. Con tales evocaciones, tan poéticas como científicas, intento alumbrar algo como un candil en esta noche tan densa y generalizada que aprisiona a nuestra entera civilización. Lograr un poco de claridad, eso que como nada hacen las aguas libres. Poner una pequeña llama… palabra que, por cierto, tal y como sugirió Novalis, puede usarse para nombrar a las aguas mismas en su totalidad. Porque quien se ha extirpado voluntariamente sus procedencias, pertenencias y dependencias vive en la más completa ceguera. Es decir, que se le han marchitado los ojos y con ellos la más elemental comprensión.
Somos tan agua que este proceso de exclusión e ignorancia que domina nuestra cultura puede muy bien ser calificado como sequía. O acaso todavía más correcto sería afirmar que hemos conseguido que sea Aagua lo más sediento. Sed pertinaz, drástica y generalizada. Algo así como la plena confirmación de aquel aforismo, tan citado, de Chateaubriand: «Los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen».
Este es un libro tan mojado y su autor se moja tanto que pretende regar al desierto. Tengo el propósito de imitar a los hontanares, entre otros muchos motivos, porque lo que identificamos como la peor amenaza de todos los tiempos tiene mucho que ver con nuestras ideas y conductas a la hora de usar Aagua. La catástrofe climática, generalizada y casi imparable, resulta inseparable de la íntima conexión, casi equivalencia, que el clima tiene con Aagua. Es más, si cabe identificar a una trinidad esencial esta sería la que forman, con múltiples confluencias y fusiones, Aagua, clima y Vida. O si lo prefieren:
Aagua es la vida del clima.
La Vida es el logro del Aagua y el clima.
El clima es la vida de la Vida.
Pero, como antes de poder regar hay que ser gota en el mar, en la nube, desmayarse con la lluvia, fecundar a la tierra y hasta manar con los manantiales, resulta imprescindible que confluyamos con la gran nómada de este planeta. Que, como coherentes partes del mismo ciclo hídrico, acompañemos a Aagua en su incesante circular por dentro y por fuera de todo lo esencial.
Aagua, en efecto, ha convertido a este planeta en el de la Vida. Nada nace que no haya nadado antes o que no le haya nadado por dentro Aagua. Lo no mojado no vive. Es más, en los encharcamientos y en la Mar Océana suelen producirse las mayores concentraciones y variaciones de vivientes.
De nuestro cerebro, el segundo mejor manantial de este mundo, han manado infinitas sensaciones, recuerdos, conocimientos, destrezas… Incluso el más fresco sorbo, que es la compasión. Pero del mismo chortal también brotan torpezas, crueldades y, demasiadas veces, imponentes ignorancias. Muchas mentes son eriales que provocan la peor de las sequías, la de las ideas y sentimientos libres. Nada aleja más de lo viviente que el acaparamiento, sin duda lo más ingrato e injusto que se haya inventado. De todas las ignorancias supremacistas, la peor es que demasiados han dejado fuera de ellos mismos a la verdad más Verdad. Me refiero a la Vida misma, que es no solo lo más grande entre lo que nos abarca y rodea, sino también lo que alimenta, sostiene y consiente. Mientras nos excluyamos, estaremos muy lejos de comprender incluso ese elemental «quiénes somos». Para intentarlo, usamos las palabras. Centenares de miles de términos que hemos creado para nombrar lo que nos rodea y lo que sentimos, sabemos y recordamos. Nuestro lenguaje, con todo, no acaba de acercarnos a los principales objetivos que pretende alcanzar. Sobre todo, en estos últimos tiempos, en los que el sentido de las palabras es casi de continuo vapuleado por un uso no solo indebido, sino también diametralmente opuesto a su propio sentido. Sin obviar que esta especie nuestra, la que casi siempre está mintiendo —siempre más a nosotros mismos que a nuestros interlocutores—, ha roto el puente de la comprensión al descartar, aparcar, herir y hasta destruir nuestro origen y único hogar, la Natura del planeta Vida.
Aagua acepta convertirse en infinitas metáforas, no solo porque forma, dibuja, escribe y hace brotar toda la Vivacidad conocida o por conocer. También inspira, sugiere y se comporta como nuestro propio lenguaje. Si de las fuentes, en efecto, parte toda posibilidad de los vivos, de las palabras manan nuestras capacidades, todas, de comprender algo. Leer es siempre beber. Escribir es, a veces, manar.
Desde estos primeros párrafos de un libro dedicado a lo que quita la sed, destaco que las palabras cumplen un propósito casi idéntico al de la lluvia sobre los secarrales. Sean lo más lluvia posible, por favor, como intentan las siguientes 70.000 palabras que, espero, mitiguen algo la sed del Aagua.
CAPÍTULO 1
BASTA UNA PALABRA: HONESTO
Si el agua está unida al corazón del hombre se corregirá. Si el agua es limpia y pura, el corazón de la gente se unificará, y mostrará su deseo de limpieza.
LAO ZI
La claridad del cristal transparente
no es claridad para mí suficiente:
el agua clara es el agua corriente.
OCTAVIO PAZ
Y un dios que está cerca de aquí:
entre los alhelíes, al pie de aquel pino alto,
sobre la conciencia del agua, sobre la ley vegetal.
SOHRAB SEPEHRÍ
Lleva agua —compañero— y derrámala a chorros sobre el fuego terrible de la angustia.
OMAR JAYYAM
Que nada sabe estar como la piedra,
ni ser tan puramente como el río.
JESÚS LÓPEZ PACHECO
Nadie da las gracias al cauce seco del río por su pasado.
RABINDRANATH TAGORE
…bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
RUBÉN DARÍO
Mi voluntad no destruye la vida endeble.
FRIEDRICH HÖLDERLIN
En mi mano derecha llevo un pincel, en la izquierda un tintero. Mojo aquel en este y trazo con parsimonia —pretendo hacer un poco de teatro para aumentar la atención del auditorio— las líneas del sinograma usado para escribir el equivalente a la palabra «honesto» en nuestro idioma. Término que también escribo con nuestras abstractas letras para que quede clara la traducción. No culmino la caligrafía con la pulcritud que me hubiera gustado, pero está lo suficientemente bien como para que alguno crea que sé escribir en chino. Ya me gustaría, pero en absoluto domino lo que considero un descomunal acierto. Muy lejos queda nuestro alfabeto y diccionario de la escritura con ideogramas. Por eso, comienzo la conferencia intentando explicar lo oportuno que resulta, si se quieren comprender algunos conceptos básicos, escribir y hablar esa compleja lengua. Afirmo que muchas de esas pequeñas obras de arte que son las palabras en chino, coreano o japonés esconden, en efecto, una especial lucidez. Porque crean el más esencial de los vínculos: el que se puede establecer entre un garabato, y lo escribo con especial cariño, y nada menos que una insuperable concreción. En efecto, esos pictogramas a menudo comprenden lo que nos hace comprender. Es decir, que muchas palabras chinas albergan algunas de las mejores y más certeras ocurrencias de cuantas he leído en mi vida. Entre otros motivos, porque alcanzan a ser resúmenes, casi perfectos, de ideas complejas, relaciones profundas que proceden de una memoria ancestral y de una sabiduría que, en su mayor parte, se ha perdido. Es más, bastan media docena de esas representaciones para asumir con plenitud varias de las relaciones cruciales entre la Natura y la Cultura. Con entusiasmo comunico a los que atienden que, con unos pocos ideogramas, concretamente los que puedo escribir —entre ellos vivir, tierra, arte, paisaje, agua, árbol…—, he completado algunos de mis mejores pensamientos. Algunas palabras, incluso, equivalen a experiencias completas y a largos procesos de conocimiento. (Algo que los lectores de estas páginas pueden comprobar en el último capítulo de este libro.)
Lo que ahora intento compartir con un definitivamente sorprendido auditorio es la extraordinaria coherencia de haber vinculado la honradez a Aagua. Reitero que algunas palabras esconden nada menos que un ideario completo y hasta te permiten alcanzar algo de lucidez. Claridad que debe partir de la equivalencia entre lo que decimos o escribimos y lo que realmente sucede, sentimos o deseamos. Añado —sigo notando sorpresa en los que me escuchan— que es necesario recuperar el sentido más completo y original de nuestros términos lingüísticos. Afirmo que la pérdida de léxico —y todavía más de la comprensión de lo que quieren decir las palabras— es uno más de los desastres del presente. Por eso, leer es hoy tan necesario como el gastar menos energía. Es más, dado que buena parte del diccionario también está en peligro de hibridación o extinción necesitamos un arca de Noé para palabras. Explorar los significados, a menudo delirantemente traicionados, ya es alcanzar algo de la honestidad que cada día necesitamos más. Precisión y claridad en los contenidos y su equivalencia con lo nombrado es destreza que pueden compartir Aagua y la comunicación entre humanos. Y uno, desde luego, los considera asociados a la honestidad.
Sé que los por suerte atentos escuchantes conocen miles de casos en los que Aagua parece no tener nada en común con lo ético. Por eso, dejo caer la idea de que lo contrario a todo lo que voy a explicar también existe y, sin duda, en demasía. Pero que tal circunstancia no invalida la vinculación que pretendo hacer entre el líquido vivaz y algo de lo mejor que podemos hacer nosotros mismos para nosotros mismos. Porque necesitamos como el beber conductas honradas. Me anticipo a posibles réplicas en el turno de preguntas haciendo hincapié en el hecho de que el término honesto está acertadamente vinculado, por los creadores de los pictogramas, a Aagua limpia. Por ningún lugar aparece el que, cuando es asesinada por los contaminantes, el líquido de la Vida se convierte en el de la muerte. O, si prefiere, el símbolo de lo honrado se convierte en manifiestamente corrupto.
Pero estamos acordándonos solo del Aagua de la Vida, la que nos deja ver, sentir,
