Memorias de un gato europeo
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Y la expresión del deseo de que sea así también para otros como él.
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Memorias de un gato europeo - M Felisa Francisco
CAPÍTULO 1
Yo
Me faltan unas pocas semanas para cumplir catorce años.
***
Y me dispongo a escribir mis memorias.
Porque, con tantos libros a mi alrededor, me he aficionado a la literatura. Le he cogido gusto a las palabras que salen de las manos y entran por los ojos dando voz a seres diversos para contar emociones, confesiones, reflexiones…
Y yo quiero ser uno de ellos.
Ya llevaba tiempo convocando a las musas. Pero consciente, también, de que debía poner algo de mi parte.
Y me parece que por fin he conseguido un equilibrio satisfactorio entre inspiración y dedicación.
Creo que se ha producido una conjunción vital, favorable para mí, entre mis deseos y mis posibilidades, entre capacidad y oportunidad.
Así que… ¡vamos allá!
***
Aunque estas memorias mías no vayan a seguir un orden siempre cronológico, sí me gustaría empezar por el principio: mi nacimiento.
No sé de nadie que lo presenciara. Salvo mi madre, obviamente.
Pero yo no la recuerdo, como tampoco recuerdo a mis hermanos y hermanas (porque supongo que no fui hijo único).
Ni recuerdo el dónde ni el cuándo.
Respecto al dónde, no sé si en una vivienda humana o en la calle. Aunque una vivienda pueda parecer el escenario más confortable para iniciar mi biografía, yo casi prefiero pensar que nací en la calle en la que estuviera viviendo mi madre. Porque, si no fue en la calle, necesariamente tuvo que ser en una casa cuyos habitantes me abandonaron, o nos abandonaron, probablemente sin haber tenido tiempo siquiera de mirarme a los ojos. ¡Claro!, los tendría entonces cerrados, y por eso mismo, yo tampoco habría podido verles la cara a ellos.
Y, en cuanto al cuándo, diré que nadie lo sabe: el año, sí, pero no el mes, y mucho menos el día.
Los humanos suelen conocer la fecha exacta de su nacimiento. Y ese dato les es requerido en muchos, si no en todos sus documentos oficiales.
También en los míos, aunque yo carezca de datos, algo había que poner. Así que en ellos consta una fecha solo aproximada, que se estableció en función de mi tamaño y mi peso en el momento en el que llegué a mi destino actual.
***
Soy un ejemplar macho de Felis silvestris catus, con todas las características que la naturaleza y la evolución han otorgado a mi especie. Soy un individuo perteneciente al reino animal, vertebrado, mamífero placentario, del orden de los carnívoros, de la familia de los félidos, subfamilia de los felinos, género felis y especie felis silvestris.
Y, avanzando en la escala taxonómica, también puedo informar de mi raza: soy un gato común europeo.
Mi raza fue reconocida oficialmente hace poco tiempo, no más de cuatro décadas. Pero antes, muchísimo antes, alguien me pondría el nombre, gato, y los dos apellidos, común y europeo.
Quiero creer que el primer apellido alude a la circunstancia de que los ejemplares de mi raza son de los que se encuentran con más frecuencia en los hogares humanos como animales de compañía (no me gusta mucho la palabra mascota). Para nada deseo que nadie tome aquí el término común en su acepción de ordinario, vulgar, bajo, de clase inferior, porque yo no me considero nada de eso.
El segundo apellido lo tengo más claro: parece ser que mi origen es europeo, aunque mis ancestros fueran gatos provenientes de otros continentes.
Y yo ofrezco también un prototipo muy común entre los gatos comunes, los de mi raza: tamaño mediano, cuerpo relativamente robusto, cabeza redonda, cola ancha, patas musculosas, pelo corto y ojos de color entre verde y amarillo. El negro y el crema son los colores de mi capa ligeramente rayada, porque soy lo que se dice atigrado. Y me gusta esta palabra, que deriva del nombre de un pariente salvaje mío que ha inspirado, junto conmigo, una frase reveladora, atribuida a un famoso escritor francés decimonónico: Dios creó al gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar a un tigre. El autor en cuestión se llamaba Victor Hugo, y vivió desde 1802 hasta 1885. Y digo yo: a este hombre debían de gustarle mucho los felinos, los grandes y los pequeños, para haber escrito una cosa así. O será solo porque, como dicen, era un romántico.
Ya he mencionado mis principales características físicas. De las otras no procede hablar todavía, ya se me irá conociendo a lo largo de estas memorias.
¡Vale!, mi físico es común, no presenta ninguna característica especial. Aunque yo sé que muchísimos humanos nos consideran, a todos los de mi especie, bastante peculiares, por la elegancia de nuestros movimientos, por nuestra agilidad y flexibilidad, por nuestros hábitos higiénicos a veces rayanos en el frenesí, por el carácter hipnótico de nuestra mirada, por nuestra curiosidad ya proverbial… ¡por tantas cosas!
***
Entre los varios millones de gatos domésticos de mi país yo soy uno más, pero no soy un individuo anónimo ni indocumentado.
Poseo una preciosa cartilla sanitaria en la que figura una larga lista de datos: mi nombre (me llamo Chico), mi raza, mi género, mi supuesta fecha de nacimiento, mi dirección, mi ciudad y mi país, otros nombres además del mío, dos DNIs y algunos números de teléfono. Y un largo rosario de etiquetas pequeñitas provenientes de varios frasquitos de productos de uso veterinario. Además de los sellos oficiales estampados por dos expertos en atención y tratamiento de individuos como yo (individuos no humanos, quiero decir).
Y una libretita en la que están anotadas las cuestiones básicas relativas a mi desarrollo, a mi crecimiento y a mi salud; como si fuera un diario, pero con una periodicidad que se ajusta a mis tiempos, a mis necesidades y a mis circunstancias.
***
¡Este soy yo!
CAPÍTULO 2
La calle
Sean unos u otros mis orígenes, fuera cual fuese el lugar de mi nacimiento, hace casi catorce años yo estaba en la calle.
***
Y estoy completamente seguro de que los mininos de mi familia no éramos los únicos, porque mi ciudad, como muchas otras en todo el mundo, alberga multitud de núcleos felinos. Todos ellos considerados grupos de gatos domésticos (a diferencia de los gatos salvajes), pero susceptibles de ser incluidos en diferentes categorías y de recibir distintas denominaciones. Al menos, dos: gatos callejeros y gatos ferales.
Para deshacer mi propia confusión y también la de otros individuos que hayan vivido una situación igual o similar a la mía, me permito citar aquí unas notas de carácter informativo.
Un gato callejero es aquel que ha sido sociable con las personas en algún momento de su vida, pero ha perdido o abandonado su hogar, así como el contacto con las personas y su dependencia de ellas. Con el tiempo, un gato callejero puede convertirse en feral a medida que disminuye el contacto con las personas. Sin embargo, bajo unas condiciones adecuadas, un gato callejero también puede pasar a convertirse de nuevo en un animal de compañía.
Un gato feral es un gato que, o bien no ha tenido ningún contacto con los humanos o bien su contacto ha ido disminuyendo con el tiempo. Es temeroso de la gente y sobrevive por sus propios medios en el exterior. Un gato feral es improbable que se convierta en un gato cariñoso o que disfrute de una vida de interior1.
***
Después de estas aclaraciones generales, procede centrarse en mis circunstancias particulares. Si nací en una casa y me dejaron en la calle, me cuadra la denominación de gato abandonado. Si nací en la calle, de una gata feral, o callejera y abandonada ella misma, pasé a engrosar la categoría de los llamados gatos callejeros.
En cualquier caso, ahora soy un gato casero: después de aquel tiempo aterricé en mi residencia actual,