Humanomáquina
Por Diego Casas
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Humanomáquina - Diego Casas
HUMANOMÁQUINA
DIEGO CASAS FERNÁNDEZ
Fondo de Cultura EconómicaPrimera edición, 2022
[Primera edición en libro electrónico, 2022]
Este libro fue ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2021, convocado por la Secretaría de Cultura, a través del Programa Cultural Tierra Adentro, y la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Jalisco. El jurado estuvo integrado por Ingrid Solana, Naief Yehya y Hugo Diego.
Distribución mundial
© 2022, Diego Casas Fernández
D. R. © 2022, Secretaría de Cultura
Dirección General de Publicaciones
(Programa Cultural Tierra Adentro)
Av. Paseo de la Reforma, 175, Col. Cuauhtémoc;
06500 Ciudad de México
D. R. © 2022, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.comComentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel. 55-5227-4672
Ilustración de portada: © Mariana González Ortiz
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-7659-7 (rústico)
ISBN 978-607-16-7779-2 (ePub)
Impreso en México • Printed in Mexico
ÍNDICE
VENIR DE AFUERA
Genes virtuales
Cibersexuales
Más hombres que humanos
El pensamiento programado
Hikikomoris
QUEDARSE ADENTRO
De máquinas poetas
Lorem ipsum
Las palabras, un virus humano
Solo se apagó y eso es todo
¿Desea guardar los cambios?
A Susana
Nunca me es suficiente alzar la mano / ser ligero y pronunciarme / decir yo soy
en señal de pertenencia.
RAFAEL REYES LUNA
Los cíborgs tienen nostalgia de un mundo al que no pueden volver […] Experiencias emigrantes, viajeras o meramente turísticas, aunque sea en esa elemental forma de turismo que es la adicción a las imágenes y las pantallas, peregrinajes en territorios virtuales o reales. Una existencia creada por las experiencias de mudar la propia subjetividad a espacios otros.
FERNANDO BRONCANO
Imagina que caes. Pero no hay tierra […] Caer significa ruina y desaparición tanto como amor y desenfreno, pasión y entrega, declive y catástrofe. Caer es tanto decadencia como liberación, una condición que convierte a las personas en cosas y viceversa. Caemos en una apertura que podemos padecer o gozar, aceptar o sufrir, o sencillamente asumir como realidad.
HITO STEYERL
VENIR DE AFUERA
GENES VIRTUALES
No soy tan humano como parezco. Lo supe a los trece años, mientras buscaba a mi padre en internet. Había pasado una década desde que se separó de mamá, y yo apenas comenzaba a preguntarme cosas sobre esos días. Quería saber por qué decidió alejarse de su hijo y desaparecer hasta desmaterializarse. Lo poco que mamá hablaba del asunto era para quejarse de la violencia que sufrió a causa del alcoholismo del que fuera su primera y última pareja. Mi curiosidad creció con cada palabra que ella usaba para describir al hombre que alguna vez existió entre nosotros. Pero su versión de los hechos me resultaba insuficiente.
Desde que tengo memoria, el nombre de mi padre fue reemplazado por el de Innombrable. No era más que un sustantivo hueco que admitía cualquier adjetivo: desde calificaciones negativas e injuriosas por parte de mamá, hasta evocaciones abiertas y vagas, en mi caso. Su presencia física se redujo a mero lenguaje, caracteres unidos que significaban nada. Tal vez fue esto lo que me llevó a buscarlo en internet, un lugar donde la mayoría vive en calidad de avatares hechos de discurso. Recuerdo que la primera vez que lo busqué formalmente ocurrió luego de haber llenado un captcha, la prueba diseñada en 2003 por Luis von Ahn para proteger la información de los usuarios.
Conocidos en inglés como Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart [Prueba de Turing completamente automatizada para distinguir a humanos y ordenadores], los captchas obligaban a identificarse a todo aquel que quisiera bajar música o navegar sin rumbo por el ciberespacio. Desde entonces, el modo en que se distingue a humanos de softwares maliciosos ha sido por medio de una pregunta cuya respuesta no es la misma para todos: Are you a robot? Para algunos, no implica más que una pausa anticlimática mientras ven porno; para otros como yo fue el inicio de una crisis de identidad que me acompaña en todas mis decisiones.
No soy un robot
era una afirmación demasiado sugerente para descartarla. ¿Y si mamá me ocultaba la verdadera naturaleza del hombre del que se enamoró y con el que tuvo un hijo? ¿Y si al no saber cómo hablar de sus sentimientos eligió el mote de Innombrable con el fin de resaltar la imposibilidad del lenguaje para recordar los años que vivió junto a mi padre? Además, si yo no lo conocía, ¿cómo podía estar tan seguro de que él no era una máquina, o al menos un ser artificial, un robot o un software malicioso del que, como de los captchas, era necesario sospechar?
Lo cierto es que la duda respecto a mi identidad me hacía sentir especial respecto a mis compañeros de la secundaria. Tenía algo original que contar, algo que me permitía llamar su atención de un modo absurdo pero sugerente. Me hice de varios amigos por internet (más de los que pude hacer en persona) narrando una y otra vez la misma historia: mientras otros soñaban con parecerse a su superhéroe favorito, yo era hijo de un matrimonio de película entre una mujer de carne y hueso, y un hombre ausente, desconocido, virtual.
Pasé mi insólita niñez en casa de mis abuelos maternos. Mamá había regresado como hija pródiga al lugar donde nació; el fracaso de su matrimonio la obligaba a hacerlo. Después de tramitar la obtención de la patria potestad, hizo de ese lugar una fortaleza, el refugio donde comenzaríamos de nuevo como una familia ensamblada. No había secreto que escapara a esas cuatro paredes, celebración que no ocurriera bajo su techo. Para los demás, aquella casa tan solo era un punto de reunión donde se festejaba lo que había que festejarse, y todos se despedían para volver a sus respectivos hogares. En cambio, yo no tenía por qué irme de allí. De mis primos, yo era de los más grandes, solo por debajo de una prima, y también el único que vivía con los abuelos, el único que no tenía hermanos, el único con una computadora de escritorio y el único que no conocía a su padre.
Estaba convencido de que un día él se presentaría en casa de mis abuelos, como lo hizo cuando salía con mamá, con la firme intención de reconciliarse con ella y quedarse para siempre con su único hijo. Esos años transcurrieron entre la obsesión por conocerlo y la soledad delante de una computadora. Cada tarde, al llegar de la escuela, desconectaba el cable del teléfono discretamente, por si a mi abuela se le ocurría colgarse del auricular con la vecina. Luego prendía la computadora de escritorio para agilizar la conexión y enseguida enchufaba solo uno de los extremos del cable Ethernet al CPU. Cuando terminaba de comer (en compañía de mis abuelos, en una mesa con pocas sillas), ponía de excusa la tarea y subía las escaleras de tres en tres. Ya arriba gritaba, ¡voy a entrar a internet!
. Solo hasta ese momento conectaba el