El deseo de saber: Formación intelectual y cultura emocional
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La autora trata de desplegar el horizonte intelectual y cultural que cualquier persona debería explorar a lo largo de su vida, un horizonte que debería contemplar y llevar luego consigo todo universitario tras su paso por la universidad.
Los tres capítulos abordan algunos obstáculos que pueden nublar ese horizonte, alertando al lector y estimulándole en el deseo de saber y en el amor a la cultura. Es en ese amor donde cabe reconocer una forma específicamente humana de amar al mundo. Los textos desarrollan tres conferencias pronunciadas por la autora en un contexto universitario, y son ahora publicados a petición de numerosos lectores.
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El deseo de saber - Ana Marta González
ANA MARTA GONZÁLEZ
EL DESEO DE SABER
Formación intelectual y cultura emocional
EDICIONES RIALP
MADRID
© 2022 by ANA MARTA GONZÁLEZ
© 2022 by Ediciones Rialp, S. A.,
Manuel Uribe 13-15 - 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (versión impresa): 978-84-321-6224-4
ISBN (versión digital): 978-84-321-6225-1
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A mi madre
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
DEDICATORIA
PREFACIO
I. FORMACIÓN, EDUCACIÓN, CULTURA
LA GRATUIDAD DE LA CULTURA
CULTURA Y MORAL
CULTURA Y CONOCIMIENTOS
LA PERSONA CULTA
CULTURA Y TRASCENDENCIA
CULTURA ORAL, ESCRITA Y DIGITAL
EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD
II. ORIENTARSE EN LA CULTURA EMOCIONAL
MÁS ALLÁ DE LA CULTURA
MEDIÁTICA
EMOTIVISTAS EFICIENTES
CLAVES DE LA CULTURA EMOCIONAL
DESAJUSTES CULTURALES
EL TRABAJO EN CONDICIONES DE INCERTIDUMBRE
IDENTIDAD Y CONTINGENCIA
RETOS EDUCATIVOS
III. FORMACIÓN INTELECTUAL Y AMOR AL MUNDO
UN HORIZONTE SIGNIFICATIVO PARA LA VIRTUD
CULTIVO DEL CONOCIMIENTO Y LIBERTAD
EL PSICOLOGISMO Y LA DEVALUACIÓN DE LA EXPERIENCIA
FORMACIÓN INTELECTUAL Y PROFESIONAL
DESEO DE CONOCER Y AMOR AL MUNDO
AUTOR
PREFACIO
ESTAS PÁGINAS RECOGEN tres conferencias pronunciadas en un contexto universitario en 2014, 2015 y 2022. La primera y la tercera iban dirigidas a personal de colegios mayores; la segunda se enmarcó en un encuentro de Facultades de Comunicación que tuvo lugar en la Universidad de Navarra. En las tres ocasiones se trataba de desplegar ante los oyentes el horizonte intelectual y cultural que cualquier persona debería explorar a lo largo de su vida; un horizonte que debería llevar consigo todo universitario tras su paso por la universidad. Aunque los tres textos abordan algunos obstáculos que pueden dificultar ese desarrollo, su objetivo no es detenerse en ellos sino estimular el deseo de saber, el amor al saber, en el que, como se subraya en la tercera conferencia, cabe reconocer una forma específicamente humana de amor al mundo.
I.
FORMACIÓN, EDUCACIÓN, CULTURA
NOS ENCONTRAMOS EMBARCADOS en una tarea formativa, cuya naturaleza y valor es preciso comprender bien, pues las dificultades a las que se enfrenta solo pueden combatirse en la medida en que estamos persuadidos de su trascendencia.
Formación, educación, cultura... son términos que a menudo se usan indistintamente, porque apuntan en el fondo a una misma realidad: el ser humano es el único animal que necesita aprender a dirigir su vida; el único animal que precisa ser educado (Kant), el único que debe adquirir cultura, para ubicarse personalmente en el mundo.
Ciertamente, ese aprendizaje reviste unas características peculiares en las primeras etapas de la vida, mientras se está formando la personalidad moral; sin embargo, se extiende mucho más allá. De hecho, constituye un proceso siempre abierto, pues el mundo humano está sujeto a muchas transformaciones, y para orientarse en él hace falta ejercitarse en una continua tarea interpretativa que no es delegable.
La formación, en sentido amplio, puede describirse como el proceso por el cual el hombre sale de su encerramiento típicamente animal[1], del ámbito de las meras afecciones individuales, y se abre al mundo, a conceptos y valores compartidos, creadores de comunidad, a cuya luz puede desarrollar una personalidad moral diferenciada y adquirir el juicio necesario para orientarse en un mundo, por lo demás complejo.
Entendida de esta manera, la formación abarca tanto la educación —en la que se pone el acento en la ayuda que el niño recibe de otros seres humanos, padres y educadores, para que aprenda a hacer un uso responsable de la propia libertad— como la cultura, en la que la adquisición y uso de nuevas habilidades y conocimientos pasa a depender principalmente del propio individuo, de la propia iniciativa personal, por mucho que el entorno en el que se desenvuelve pueda estimularlo en mayor o menor medida.
Aquí querría fijarme sobre todo en este segundo aspecto: en la cultura que uno solo puede adquirir por propia iniciativa, secundando un interés peculiar, específicamente humano, por conocer y ocupar el propio lugar en el mundo.
LA GRATUIDAD DE LA CULTURA
En efecto: aunque cabe hablar, como Kant, de un deber de cultura
—yo prefiero hablar de un empeño por cultivarse—, la cultura, en rigor, no se adquiere por simple obligación sino por gusto, por el deseo de satisfacer la inclinación específicamente racional por saber: inclinación que, según Aristóteles, acompaña al hombre por naturaleza, y que, como cualquier inclinación, puede desarrollarse mejor o peor.
En todo caso, con esa natural apertura del hombre al saber se relacionan el exceso y la liberalidad que acompañan siempre a la cultura: el hecho de que no tiene que ver con lo estrictamente necesario, sino con lo que, desde el punto de vista de la supervivencia de la especie, podría considerarse superfluo.
Por esa razón, también, la cultura resulta particularmente expresiva de la personalidad individual: no es culta la persona que se sumerge en la masa, o se subordina a los intereses de una colectividad genérica; tampoco la que se afana en oponerse a toda costa a las opiniones dominantes, sino la que ha aprendido a ejercitar su propio juicio, hasta alcanzar una perspectiva personal acerca de las cosas. El hecho de que esto solo pueda tener lugar en el marco de la vida social no debe impedirnos reconocer en la cultura, ante todo, una prerrogativa de la persona.
Según esto, para suscitar el gusto por la cultura así entendida es imprescindible ante todo despertar un interés peculiar por el mundo, un interés —si se puede hablar así— desinteresado
, que no contempla el mundo —la