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Atrapada por Amor
Atrapada por Amor
Atrapada por Amor
Libro electrónico392 páginas7 horas

Atrapada por Amor

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Una malvada madrastra conspira para alejar a Almendra del amor de su vida en esta bella historia situada en la época de la Regencia al mejor estilo Cenicienta.

Almendra es la hija de un barón, pero tras perder a sus padres, se ve obligada a vivir con su cruel madrastra. Sin un céntimo, Almendra pasa sus días trabajando de sirvienta en su propia casa, aunque se lo pasa  soñando con encontrar un marido apuesto que la aleje de su miserable vida.

El duque de Caldwell no está interesado en casarse con la primera mujer que se le presente. Quiere a alguien bella y única, alguien que encarne las virtudes de su difunta madre. Cuando su carruaje se estropea y una hermosa joven se detiene para ayudarlo, sabe que ha encontrado a la mujer perfecta para él. Pero cortejarla resultará ser todo un reto ya que la madrastra de Almendra conspirará contra ellos en todo momento.

Justo cuando Almendra cree que finalmente va a encontrar la verdadera felicidad, un impactante giro en los acontecimientos hace que lo pierda todo.

Aunque por amor siempre vale la pena luchar, ¿hasta dónde luchará Almendra antes de admitir su derrota?

IdiomaEspañol
EditorialLuis Ammerman
Fecha de lanzamiento16 abr 2022
ISBN9781667414522
Atrapada por Amor
Autor

Luis Ammerman

Luis Ammerman has always loved reading, writing, and history. For many years he has written short stories, fiction, and has worked on his true love and passion—romance novels. In every era there is the chance for romance, and Luis enjoys exploring many different time periods, cultures, and geographic locations. No matter when or where, love can always prevail. He has a particular soft spot for history and love in his stories. Luis was born and raised in Florida but now lives and writes in the Mountains of Tennessee. He is the author of In The Arms of The Enemy, Against All Odds, The Secret Behind Sycamore Hills and Amarillo Sky.

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    Disfruto mucho con historias de epoca ,los vestidos,los castillos cada escritor tiene sus palabras para describir cada historia.Gracias scribd por estos momentos de lectura

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Atrapada por Amor - Luis Ammerman

ATRAPADA

POR AMOR

NOVELA      

––––––––

LUIS AMMERMAN

Publicado por

T&L Publishing

1416 Highcrest Drive

Hixson, TN 37343

Si ha comprado este libro sin la cubierta debe saber que este libro es una propiedad robada. Ha sido reportado como no vendido y destruido a la editorial y ni el autor ni la editorial han recibido ningún pago por este libro adquirido ilegalmente.

Esta obra ha sido publicada bajo el título de Atrapada por Amor. Todos los personajes de este libro son ficticios, y cualquier similitud con personas reales, vivos o fallecidos, es pura coincidencia.

ISBN-13: 9781547297535

Library of Congress Control Number: 2020913582

Primera  Edición

Impreso en Los Estados Unidos de América

Título original: Against All Odds

Versión en Español traducido por Beatriz Panasiti

Copyright © 2021 by Luis Alfonso Maldonado-Ammerman

Editado por Genevieve Scholl

Edición final de Mai Cadiz-Valencia

Cover Art © 2021 by Luis Alfonso Maldonado-Ammerman

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro podrá ser reproducido o transmitido de ninguna forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopiado, grabación, o mediante cualquier sistema de almacenamiento y descarga sin el consentimiento y permiso del editor, con excepción de lo permitido por ley.

Para mi marido,

Sólo puedo agradecerle a Dios por haberte puesto en mi camino.

Te amo.

UNO

Sallington, En las afueras de Londres—1811

La primavera era la estación del año favorita de Almendra.  Ella adoraba la fragancia que penetraba sus fosas nasales cada vez que paseaba por el jardín. Las hermosas flores de variados colores nunca fallaban a la hora de darle alegría. Aunque las rosas eran sus preferidas recientemente las margaritas habían comenzado a gustarle más. Su padre solía decirle que deberían gustarle las margaritas porque le recordaban a ella.

"Tu madre y yo deberíamos haberte llamado Margarita. La blancura de sus pétalos  tienen un parecido a tu cremosa piel blanca mientras que el amarillo del centro refleja la belleza de tu cabello rubio." Su padre siempre le decía. Luego con un suspiro agregaba, "Pero en cuanto vimos tus impresionantes ojos color almendra, no tuvimos duda alguna en cómo nombrarte."

Rápidamente ella pestañó para alejar las lágrimas. Era un día demasiado hermoso; no iba a largarse a llorar. Había disfrutado quince años de su vida junto a su padre antes que el falleciera en un trágico accidente con el carruaje. "Vive  el día, mi pequeña." Él le decía tocando su nariz, nadie sabe que podría pasar mañana.

De hecho, nadie sabía qué le depararía la vida. Ella solo sabía que cuando tenía cinco años la extraña enfermedad que padecía su madre eventualmente la había llevado a la muerte. Aunque ese incidente había ocurrido hacía ya trece años cuando ella aún era una niña, Almendra aún podía recordar muy bien a su madre. Lo que más recordaba de ella era su perfume natural que envolvía cualquier habitación al que entraba. El aroma a flores siempre llenaba el aire de la habitación y hacía que una sonrisa asomara en su rostro.

Eres el reflejo de tu madre, Dios tenga su dulce alma en su gloria.  Solía decirle su padre con lágrimas en los ojos. "Desearía que Dios nos hubiese dado más tiempo juntos. A ambas las hubiesen confundido entre sí, creyendo que eran gemelas.

Almendra se reía y se quedaba mirando el retrato de su madre. Tal cual como había dicho su padre, ella había crecido y era idéntica a su madre. Los sirvientes siempre le contaban que a veces les daba un gran susto cuando ella entraba inesperadamente a una habitación. 

Por Dios Santo. Pensé que Lady Marie acaba de entrar.  El viejo Burns, el jardinero, había chillado un día. A Almendra le parecía extraño que después de tantos años los sirvientes no hubiesen olvidado a su madre.

Eso es porque ella era la mejor dama que haya habido. Ella era dulce, amable y delicada. Tu padre eligió muy bien cuando se casó con ella. Desafortunadamente, esa maldita enfermedad que desafió a la medicina nos la robó antes de tiempo. La cocinera se había secado los ojos con su delantal cuando se lo había dicho.

Almendra buscó el relicario que colgaba de su cuello con una cadena desgastada y lo abrió. Se quedó mirando el retrato de sus padres fallecidos con tristeza.

Su padre había sido un hombre apuesto. Era alto, flaco con cabello negro y tenia una nariz levemente torcida. Sin dudas el finado Barón de Sallington había sido un hombre muy atractivo.

Su madre también había sido extremadamente bella y Almendra se alegraba de parecerse a ella. Había heredado de su madre su altura mediana, cabello rubio, cara en forma de corazón, mejillas sonrosadas, labios carnosos, nariz respingada, y la piel pálida. La única diferencia entre ellas era los ojos. Resultó ser que ella había heredado algo de los ojos de ambos padres. Su padre había tenido ojos marrones, mientras que su madre había tenido ojos verdes que provenían de sus raíces Escoces.

No obstante a Almendra no le gustaba la atención que le prestaban por el color de sus ojos. Cuando era una niña solían  burlarse mucho de ella. Los chicos solían  llamarla ojos raros porque el color le cambiaba según su estado de ánimo. Ella regresaba a casa y le contaba llorando a su madre que los niños del  vecindario se burlaban de ella. Su madre con una sonrisa le besaba la frente. Eres especial, mi pequeña. Nunca lo olvides. Ellos no entienden que solamente eres diferente.

Esas palabras solían levantarle el ánimo y con el tiempo, se acostumbró a ser distinta a los demás.

Justo en ese momento, un soplo de una fresca brisa llegó hasta ella, trayendo consigo la fragancia de las flores del jardín situado a unos metros.

Oh, cuánta dicha. Suspiró con una sonrisa en su rostro.

Esta era su hora favorita del día. Aunque el sol brillaba con fuerza en el cielo, ella no se amilanaba ante su intensidad. La lluvia primaveral había sido constante durante los últimos tres días. Era la primera vez en una semana que el sol decidía conceder a Sallington su calor y ella quería disfrutar de su calidez.

Se giró sobre el banco para tumbarse boca abajo y dedicarse a su pasatiempo favorito. Disfrutaba soñando despierta con un hombre apuesto y cariñoso como su padre que llegaría para llevársela de la mansión Sallington. 

Su amiga, Rose Wilkinson, continuamente le decía que leía demasiados libros, de ahí que imaginara constantemente una vida en otro lugar, distinta a la que tenía ahora.

Almendra reconocía que podía ser cierto, pero no había nada malo en desear una vida mejor que la que tenía actualmente. Aunque estaba agradecida por tener un techo sobre la cabeza y la barriga con comida, por poco que fuera, deseaba algo mejor.

¡Almendra!

Se sobresaltó al escuchar unos pasos apresurados que se acercaban a ella.

¡Almendra! Si te pillo holgazaneando y no me ayudas, ¡te daré una paliza!

El corazón de Almendra latió rápidamente en su pecho ante la amenaza que Lady Catherine Moore, su madrastra, sin duda cumpliría.

¡Oh, Dios! Había pasado demasiado tiempo descansando después de todo un día de quehaceres. Su madrastra debía estar muy enfadada con ella. Levantó rápidamente el jarrón de flores del suelo y esperó la embestida verbal que seguramente llegaría.

¡Ahí estás, holgazana! gritó Lady Sallington en cuanto posó sus ojos sobre Almendra.

Almendra miró a la mujer alta y delgada de pelo negro, ojos azules y fríos, nariz puntiaguda, mejillas ruborizadas y labios finos que habían formado una línea recta. Su madrastra lucía un precioso vestido de muselina amarillo. Madrastra...

Almendra se quedó aturdida en silencio cuando la mujer se acercó y la golpeó en la mejilla. Almendra dio un paso hacia atrás jadeando, aunque sabía que debería haber esperado una reacción así de ella.

La mujer se puso las manos en las caderas y la miró fijamente. ¿Cuántas veces te he dicho que no me llames madrastra? No soy tu madre. Esa palabra nunca debe salir de tu boca en mi presencia.

Lo siento, Lady Sallington. No era mi intención molestarla. Almendra se apresuró a disculparse mientras bajaba la cabeza porque si no lo hacía, se tendría que enfrentar a un maltrato aún peor.

Mirando con satisfacción la mejilla enrojecida de Almendra, su madrastra le espetó: ¿Qué has estado haciendo? Sus ojos se desviaron hacia el banco. Veo que holgazaneando. Bueno, no habrá cena para ti esta noche.

Almendra levantó la cabeza. Pero ma... le pido perdón, digo Lady Sallington... he estado trabajando todo el día. Sólo he descansado un ratito después de recoger las flores para su salón.

Sonriéndole dulcemente, lo que era una señal reveladora para Almendra que la mujer estaba pensando en algo para torturarla, preguntó: Por favor, dime Almendra. ¿Qué es lo que has estado haciendo todo el día?

Almendra tragó con fuerza. Limpié la chimenea, comenzó a decir y miró con pesar sus manos manchadas de hollín. También barrí y fregué todas las habitaciones de la mansión. Pulí la plata como me pidió y un montón de otras tareas demasiado triviales para mencionarlas.

Riendo suavemente, Lady Sallington dijo: Y, para ti, te has mantenido ocupada todo el día haciendo eso.

Almendra asintió. Ni siquiera he probado bocado, salvo el pequeño trozo de pan tostado que tomé de las sobras de su desayuno.

El rostro su madrastra enrojeció ante sus palabras. Le diré a Cook que a partir de ahora le dé mis sobras a los perros. No te darás el gusto de comer ya que has elegido ser perezosa.

Los ojos de Almendra se abrieron de par en par ante la maldad de la mujer. Por enésima vez, se preguntó por qué su padre, quien había tomado decisiones sabias toda su vida, había elegido casarse con Lady Catherine.

Cuando su padre trajo a la dama junto con dos niñas pequeñas a la casa, ella tenía diez años, Almendra se había alegrado mucho. Había pensado que no sólo tendría una nueva madre, sino también hermanas. La mansión de los Sallington era a veces solitaria, aunque los sirvientes la adoraban.

Al poco tiempo se dio cuenta que a Mary y a Anne no les interesaba que fuera su amiga y mucho menos su hermana. Le sorprendió que hicieran cosas para meterla en problemas. Pero su padre la quería y la conocía, por lo que nunca les creyó.

Cuando su padre estaba cerca, Lady Catherine, era toda dulzura y amor, pero cuando él estaba lejos, hacía que  la vida de Almendra fuera un infierno.

Almendra nunca había dicho ni una palabra sobre el maltrato a su padre porque Lady Catherine no dejaba de amenazarla con envenenarla.

Había quedado desolada cuando le había llegado la noticia del accidente de carruaje de su padre. Él había sido su único protector, su refugio seguro.

Inmediatamente después de su funeral, Lady Catherine le había ordenado que saliera de su encantadora habitación y se dirigiera a las dependencias de la servidumbre. A partir de ese momento Mary se instaló en su habitación.

Su madrastra había despedido a la mayoría de los sirvientes, dejando sólo a unos pocos. Además había obligado a Almendra a vestirse con un uniforme de criada y le había asignado los quehaceres de las criadas. Así que, en lugar de sus preciosos vestidos, Almendra siempre iba vestida con un rígido uniforme de algodón negro y una fea cofia negra que le cubría el cabello.

Torciendo sus finos labios en un desagradable gesto, su madrastra le dijo: Volverás a la mansión ahora mismo y harás otra vez todo el trabajo que dices haber hecho. Enviaré a una de las criados para que te vigile, una que no sea tu amiga.

Sabiendo que discutir con la baronesa viuda sería una pérdida de tiempo e incluso podría aumentarle su carga de trabajo, Almendra se limitó a hacer una reverencia y volvió a entrar en la enorme mansión que siempre había sido su hogar.

En otros tiempos, el edificio había presumido de lujos. Pero tras la muerte de su padre, la baronesa viuda afirmó que las había dejado endeudadas y que había vendido muchas cosas. Pero Almendra sabía que su padre había sido prudente con su herencia.

Había escuchado a su padre hablando con Lady Catherine una noche, diciéndole que tenía que reducir sus gastos porque estaban empezando a afectar sus finanzas. Ella había gritado como una enajenada y había insultado a su padre.

A lo largo de los años, Lady Catherine había dejado el lugar casi desnudo para financiar sus caros gustos. Ella y sus hijas llevaban los mejores vestidos y accesorios a pesar de que apenas podían permitírselos.

Al anochecer, Almendra estaba agotada por la cantidad de tareas que le habían hecho hacer durante todo el día. Se tumbó en su cama, dispuesta a darle la bienvenida al sueño. Pero el sueño estaba lejos de llegar incluso después de tantas horas de trabajo. Se tumbó en el jergón desnudo y rasposo y se puso a pensar en su vida antes de que Lady Catherine y sus hijas habían llegado a Sallington. No sabía casi nada sobre ellas, prácticamente eran unas desconocidas.

Almendra se quedó mirando el retrato de sus padres colgado en la pared,  las lágrimas resbalaron por las esquinas de sus ojos. Una vez más, deseó que estuvieran vivos, de ser así había muchas posibilidades que ya estuviera casada con el hombre de sus sueños.

Cuando llegó el momento de su primera temporada, su madrastra se había excusado diciendo que no tenía suficiente dinero para ir a Londres  su presentación en sociedad, así que se lo perdió. Pero Mary y Anne no se habían perdido el suyo.

Lady Catherine había seguido poniendo excusas cada vez que comenzaba una nueva temporada, por lo que Almendra dejó de insistir con su presentación en sociedad. Pero sus hermanastras jamás habían pasado por alto una temporada. Sin embargo, eran tan exigentes que nunca consiguieron novio.

Voy a casarme con un duque apuesto y rico y no me conformaré con menos había presumido Mary."

Almendra no podía juzgarla. A ella también le gustaría casarse con alguien así. Pero no creía que eso fuera a suceder jamás. Era una criada en su propia casa. Ningún duque querría tener nada que ver con ella.

Cerró los ojos y trató de quedarse dormida. Cuando se dio cuenta que el sueño seguía escabulléndose se levantó y tomó el pincel para pintar un retrato de sus padres.

Volvió a su jergón y se quedó mirando el cuadro hasta que se quedó dormida. Soñó con un apuesto príncipe que venía a salvarla de su malvada madrastra.

DOS

¡Nada de esto está bien! Eres la señora de la casa, no esa bruja malvada. Cook refunfuñó con amargura mientras Almendra se afanaba fregando el suelo.

Almendra se sentó en cuclillas y le sonrió a la robusta mujer mayor.

Anímate, Cook, no estaré aquí para siempre.

La mujer frunció el ceño. ¿Adónde va a ir? Recuerda que se niega a que tengas una presentación en sociedad, puede que acabe casándose con un granjero, un mozo de cuadra, o el cielo no lo permita, que siga siendo una solterona hasta sus últimos días.

Almendra se estremeció ante las lúgubres palabras de la cocinera, aunque trató de disimularlo. Su sonrisa vaciló un poco, pero la mantuvo firme. No estaba en su naturaleza agobiar a nadie. Sólo Rose sabía cuánto deseaba cambiar sus circunstancias.

Oh, Cook, comenzó a decirle con un movimiento de cabeza. La mujer siempre había sido conocida como Cook y nada más, ya que se desempeñaba como cocinera. Almendra no creía que nadie supiera su verdadero nombre. Aún no me he quedado para vestir santos. Sólo tengo dieciocho años. Ya sé que algunas de mis compañeras ya están casadas, pero eso no significa que yo no lo estaré en algún momento futuro.

La anciana sacudió la cabeza mientras se le saltaban las lágrimas. Como me gustaría que su mamá y su papá estuviesen vivos. Habría tenido una vida mejor, estoy segura, digo yo

Almendra bajó los ojos al sentir las lágrimas a punto de escaparse. No le gustaba hablar de sus difuntos padres con los sirvientes porque eso siempre la entristecía y no quería pasar sus días angustiada.

Pensar en sus padres todo el tiempo no cambiaría sus circunstancias. Necesitaba creer que las cosas pronto cambiarían para mejor, aunque ellos ya no estuviesen en su vida.

Moqueando y apartando las lágrimas, levantó la cabeza y le regaló una sonrisa tímida a la mujer que siempre la había tratado como a una hija.

No tema, Cook. No se referirán a mí como una vieja ciruela seca. Me niego a que eso suceda. Muy pronto, un hombre apuesto y cariñoso aparecerá de la nada y me salvará. Viajaremos por todo el mundo y viviremos felices por siempre jamás. Puede que ahora parezca sólo un sueño, pero te aseguro que se hará realidad y muy pronto, debo añadir. Creo en ello profundamente.

Había esperado que la mujer de mejillas rubicundas sonriera y rezara a Dios para que así fuera, pero en vez de ello parecía estar a punto de sufrir una apoplejía. Su mirada estaba enfocada en algo que estaba detrás de ella.

Cook, ¿le pasa algo, está bien?

Ya veo, soñando tontamente de nuevo.

El corazón de Almendra comenzó a latir rápidamente produciéndole un fuerte dolor en el pecho al escuchar la voz de su madrastra.

Sin decir una palabra, Almendra reanudó el fregado del suelo de la cocina, esperando que Lady Sallington no hablara más del tema. Estaba tan equivocada.

Veo que no tienes suficientes quehaceres para mantenerte ocupada, de ahí viene que sueñes despierta.

Almendra temía decir algo que pudiera incrementar la ira de la baronesa viuda. En cambio, se concentró en su tarea, moviendo el cepillo por el suelo de la cocina. Sin embargo, la cocinera acudió en su ayuda.

Disculpe, Lady Sallington, Almendra ha estado trabajando desde el amanecer. No ha tenido ni un momento de descanso. Kate está resfriada, así que Almendra ha tenido que hacer el trabajo de ella también.

Cook, abstente de hablar cuando no te hablan. La frialdad de la voz de su madrastra hizo que un escalofrío recorriera el cuerpo de Almendra.

Almendra levantó un poco la cabeza para poder ver los ojos de Cook. Sacudió la cabeza y le rogó con la mirada que no dijera nada más. La mujer la miró con empatía.

La paga de Cook había sido rebajada cuando una vez  la había defendido. No quería que le pasara nada malo a su vieja amiga. Tendría que librar sus batallas por sí sola.

¡Almendra, levántate ahora mismo! Lady Sallington gritó y Almendra se levantó rápidamente para cumplir sus órdenes.

Se dio vuelta y se limpió las manos mojadas contra su delantal marrón.

Los ojos de su madrastra reflejaban asco, como si ella fuera algo sucio y feo. Almendra se sintió como un trapo viejo ante la mujer elegantemente vestida.

Acabo de recibir una correspondencia de Emily. Viene de visita. Lávate antes de ir a preparar su habitación favorita.

Almendra se esforzó por ocultar la emoción que fluía en su interior. Lady Emily Lamb era la hija del Conde de Foxforth. La joven de diecinueve años era la sobrina de Lady Sallington.

Almendra se alegró al saber que Emily vendría de visita. En presencia de su madrastra y sus hermanastras, Emily fingía odiarla para poder volver siempre de visita. Pero en secreto, ella y Almendra eran realmente buenas amigas.

Almendra tenía una aliada en Emily y se llevaban muy bien. Emily odiaba la forma en que su tía trataba a su hijastra, pero no podía hacer nada al respecto, salvo no contar nada sobre las quejas de Almendra.

Emily le había contado a Almendra que la primera vez que le mencionó a su tía que no le gustaba la forma en que la habían convertido en una sirvienta de la casa de su propio padre, su tía la había amenazado con no permitirle volver a visitarla.

Desgraciadamente, tuve que callarme, no comentar nada más sobre el asunto y fingir ser tan vanidosa como Mary y Anne. Se había lamentado Emily. Qué pesadas, no soporto a esas dos. ¿Has visto a dos jóvenes más cabezas huecas? Sólo piensan en bailes y veladas, en las temporadas y en la última moda.

Almendra soltó una risita porque Emily había descrito muy acertadamente a las dos jóvenes.

Por supuesto, Lady Sallington. Almendra hizo una reverencia y estaba a punto de recoger el cubo de madera cuando su madrastra se adelantó y lo pateó.

Almendra levantó los ojos horrorizada cuando el agua sucio se derramó por todo el suelo limpio que había pasado la mañana fregando.

Oh, que torpe he sido. Lady Sallington fingió pesar. Ya que no tienes otra cosa que hacer que soñar con un hombre inexistente, será mejor que empieces de nuevo a fregar el suelo. Volveré a inspeccionarlo en treinta minutos.

Se alejó majestuosamente y se detuvo al llegar a la puerta. Ah, y es el día de la colada.

Almendra lo intentó, luchó, pero no pudo contenerlas, las lágrimas se derramaron por su cara incluso cuando había hecho un esfuerzo por evitar que lo hicieran.

Tenía tanto trabajo que hacer ese día, que volver a fregar el suelo era muy injusto. Se pasó las manos por la cara y lloró. Cook se acercó por detrás, la hizo girar y la abrazó.

Calla, niña. Todo saldrá bien. La cocinera consoló a Almendra y la abrazó fuertemente.

Almendra sacudió la cabeza. Por una vez, se sintió completamente desolada. Sentía que nunca podría alejarse de su malvada madrastra y sus hermanastras.

Por favor, contrólese, Almendra. Ella está tratando de quebrar su alma. No podemos permitirlo. Todo estará bien.

Mientras Almendra sollozaba, el desánimo se apoderó de ella. No creía que nada fuera a salir bien.

TRES

Con un gesto de saludo hacia el lacayo, Stephen Worthington, duodécimo duque de Caldwell, bajó de su carruaje con el escudo de la familia. Sus ojos azules recorrieron su entorno.

Un sentimiento de nostalgia lo invadió al contemplar la mansión gris isabelina que era la casa de campo de su tía. Recordó con una pequeña sonrisa las veces que había venido de visita con sus padres y su hermana menor.

Los campos que la rodeaban le hicieron sonreír. Podía verse a sí mismo de pequeño corriendo con su enorme perro labrador, Bestia. Habían pasado muy buenos momentos en el campo persiguiendo conejos.

Su mirada, llena de cariño, regresó hacia la casa que se alzaba como un imponente gigante. Rodeada de explanadas, la casa era bastante impresionante, con un jardín a su lado y flores alborotadas que aumentaban su belleza. Su tía favorita había vivido allí durante años con su marido antes de su fallecimiento.

Stephen se miró el abrigo negro, la camisa azul, el chaleco negro y los pantalones negros para asegurarse que todo estaba en su sitio. A su tía nunca le gustaba que su aspecto no fuera menos que impecable.

Stephen avanzó con largas zancadas con sus brillantes zapatos y subió los escalones de piedra. El mayordomo de su tía, Farlow, abrió la puerta.

Bienvenido, Su Excelencia. La duquesa viuda le espera en el salón, respondió el hombre y tomó su sombrero y sus guantes.

Gracias, Farlow, respondió y atravesó el opulento vestíbulo en dirección al salón.

Farlow corrió tras él en un intento de anunciarlo tras abrir las puertas, pero Stephen entró a grandes zancadas, ansioso por ver a su querida tía.

Su tía se rio. No se moleste, Farlow, ya sabe que él nunca espera a ser anunciado.

Stephen se rio mientras se acercaba hasta su tía, Eleanor Blair la Duquesa Viuda de Blichester, estaba sentada regiamente con un precioso vestido azul que hacía juego con el color de sus ojos.

¿Son mis ojos o está más joven cada vez que la veo, tía Ellie?, preguntó y le dio un beso en la mejilla.

Su cabello rubio y canoso estaba atado en un severo rodete en la nuca. Seguía siendo una mujer atractiva incluso a su mediana edad.

Se rio como una tímida colegiala. Deberías dejar esas comentarios para esas pobres debutantes de sociedad, no para una anciana como yo.

Sus cejas se alzaron. ¿Vieja? Usted no es vieja.

A su entender, su tía sólo tenía cincuenta años, según su opinión no era una anciana.

Le indicó el asiento que había a su lado en el sofá para que se sentara. Él se acomodó y estiró sus largas piernas.

Ella se volvió hacia él con un brillo en los ojos. Espero que sigas bebiendo té, Stephen.

Él se rio. Por supuesto, tía Eli

Ella sonrió feliz. Qué bien, temía que con todo el tiempo que pasaste en White's y otros clubes exclusivos de hombres, pudieras aborrecer el té.

Sacudió la cabeza con una sonrisa en su rostro. Nunca cuando se trata de estar en su compañía.

Bien. La cocinera se enteró que ibas a venir y preparó esas pequeñas galletas que les gustaban a ti y a Jane cuando eran niños.

Apenas había terminado de tocar la pequeña campana que había en la mesita junto al sofá cuando sonó un breve golpe en la puerta, Farlow  entró de golpe haciendo pasar a la criada con una bandeja.

¿Cómo has estado, mi niño? Preguntó la duquesa.

He estado bien, tía Ellie. ¿Cómo ha estado usted?, respondió él y tomó la taza de té de manos de la criada que temblaba tanto, que estaba a punto de derramar el líquido caliente sobre él.

Compórtate, Betsy, le espetó su tía cuando la criada miró boquiabierta a su sobrino tras entregarle la taza.

La chica sonrojada hizo una reverencia. Lo siento, Su Excelencia.

La duquesa frunció el ceño. ¡Retírese a la cocina de inmediato!

La doncella hizo otra reverencia y se apresuró a salir de la habitación con la bandeja. La mirada de Stephen la siguió.

Es tu aspecto endemoniadamente apuesto, mencionó su tía con un mohín cuando la doncella hubo salido de la habitación.

Stephen se rio y dio un sorbo a su té. No he hecho nada.

Agitó la mano en el aire. ¡Bah! No tenías que hacer nada. En los pocos meses que han pasado desde que te vi por última vez, me atrevo a decir que te has vuelto aún más apuesto. Tu padre ni siquiera era tan apuesto cuando las mujeres se derretían revoloteando alrededor de él. Un gran número de mujeres sin duda se han desmayado por ti, ¿no es así?

Stephen no sabía qué pensar de la reacción de la criada hacia él y del tono algo acusador de su tía. No era su culpa que se pareciera a los hombres de su familia con Buenos rasgos, altos, de cabellos negros y apuestos.

No sé qué decir a eso, tía Ellie, se limitó a decir y colocó su taza en la mesita a su lado.

Ella con una mirada penetrante le dijo: No tienes que intentar defenderte. Sólo dime el nombre de la mujer que te ha quitado el sueño.

Stephen se alegró de no estar justo tomando su té, porque estaba seguro de que habría salpicado el líquido por todas partes.

Dios mío, ¿de qué demonios estaba hablando su tía? Era la primera vez que se refería a una mujer relacionada con él. Normalmente hablaba en general.

Mirándolo tímidamente mientras él la miraba fijamente, añadió: Se rumorea que te has aficionado a Lady Wellington y que en esta temporada tienes la intención de acompañarla a bailes y veladas.

Stephen no pudo evitar la risa que explotó desde su garganta. El rumor andaba rondando de nuevo. La alta sociedad disfrutaba haciendo correr cotilleos infundados.

Puso fin a su diversión de forma abrupta cuando notó que su tía lo miraba con seriedad. Su rostro enrojeció y apartó la mirada hacia las ventanas francesas, donde podía ver el jardín de rosas en flor.

Sigue poniendo especial cuidado en el cuidado de sus delicadas flores, pensó sin venir a cuento.

¿Te parece que estoy de humor para juegos, Stephen?, preguntó ella con firmeza, y Stephen suspiró.

Tenía veintisiete años y sin embargo, su tía todavía lo hacía sentirse como un niño pequeño

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