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Ser enfermera
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Libro electrónico152 páginas

Ser enfermera

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Según el Consejo Internacional de Enfermería, el desempeño de la enfermería "abarca los cuidados, autónomos y en colaboración, que se prestan a las personas de todas las edades, familias, grupos y comunidades, enfermos o sanos, en todos los contextos, e incluye la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad, y los cuidados de los enfermos, discapacitados, y personas moribundas. Funciones esenciales de la enfermería son la defensa, el fomento de un entorno seguro, la investigación, la participación en la política de salud y en la gestión de los pacientes y los sistemas de salud, y la formación".

Vale la pena leer estas líneas con todo detenimiento ya que revelan el papel fundamental de esta función de forma que, si bien el diagnóstico del médico es imprescindible, el día a día, todo el cuidado físico y anímico del paciente ―fundamental en la atención hospitalaria―, recae en esos cuidadores anónimos que lo atienden, de forma que su labor es el eslabón imprescindible de todo equipo sanitario.

En este libro, diez enfermeras y un enfermero de distintas áreas toman la palabra invitándoles a conocer el quehacer diario de la enfermería, repleto de historias profundamente conmovedoras, tanto desde la perspectiva del paciente como de la de sus cuidadores. "Todo paciente ―afirman sin dudar todos estos testimonios― es ante todo un ser humano".
IdiomaEspañol
EditorialPlataforma
Fecha de lanzamiento8 jun 2020
ISBN9788418285325
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    Ser enfermera - Susana Frouchtmann

    FROUCHTMANN

    1. Por qué quise ser enfermera

    Hay enfermeras que nunca dudaron qué querían ser. Otras llegan a esta profesión por otros caminos. Personalmente me parece que dudar, desandar caminos para buscar otros, no indica menos vocación una vez encontrada. Hay quien tarda años. No importa, ¿acaso la vida no es un gran viaje interior? Lo que importa es llegar y ser feliz con el hallazgo. Conozco personas que no han encontrado su sitio en el mundo hasta bien entrada la madurez; y también quien no lo encuentra nunca, tal vez porque, incrédulos, desistieron. Pienso que eso no hay que hacerlo jamás en nada. Solo nos está concedida una vida.

    Carme Fabra (Barcelona, 1955), amante de las letras, quería ser filóloga y estudió Filología Catalana. Pero eran familia numerosa y no podía permitirse estudiar sin aportar nada a la economía familiar. En este momento, hubiera podido encontrar algún ingreso con sus estudios, pero el catalán de la posguerra no era lo que se dice una buena herramienta con la que conseguir un salario. Por iniciativa de sus padres, Carme empezó a trabajar por las tardes en el ambulatorio de Cornellà de Llobregat como Auxiliar de Enfermería. Para tal empeño, entonces no hacía falta titulación alguna y la condición normal de la mujer era cuidar. Carme se casó con un químico, acabó la carrera y empezó a trabajar por las mañanas como filóloga en la Escuela Lluís Vives y por las tardes continuó en el ambulatorio. Cuando nació su primer hijo, pudo continuar trabajando en los dos sitios gracias a la ayuda de su madre y de sus abuelas. Eran otros tiempos para la mujer, la cual, una vez había contraído matrimonio solía quedarse en casa y, además, Carme no solo tenía una relación de clan con su familia, sino también con los vecinos del barrio. Algo posible entonces. Dos años después, la empresa multinacional para la que trabajaba su marido le ofreció a éste un puesto en Barbastro, y en Huesca la única opción profesional para Carme no era como profesora de catalán, sino como Auxiliar de Enfermería, para lo que pidió el traslado al hospital de la ciudad oscense. Al final, el matrimonio se quedó ocho años en Barbastro, donde nació su hijo menor, al tiempo que Carme se titulaba como Auxiliar de Enfermería. De nuevo llegó otro traslado para su marido. Esta vez a Barendrecht, Holanda. Y a Carme no le quedó más remedio que pedir una excedencia. Pero, una vez ubicada en el nuevo destino, pensó que para una mejor integración, era necesario incorporarse en algún colectivo, para lo que empezó a colaborar en el geriátrico local, esencialmente haciendo compañía, aunque pronto acabó trabajando unas horas como auxiliar. El primer año fue duro; no por los ancianos, no por ayudarles en el aseo o lavándolos directamente, sino porque no conocía el idioma, que no tardó en aprender. Dice que pasó tres años estupendos tras los que llegó el regreso a España en 1993. Esta vez el destino era Tarragona, donde Carme pidió el reingreso como auxiliar.

    –Pues era el momento y lugar para retomar Filología Catalana.

    –No, ya no era posible. Para entonces el contacto humano que procura mi profesión ya me había tocado muy hondo. Me seguían gustando las letras y leer, pero un enfermo al que cuidar es un privilegio al que no quería renunciar, es más, me matriculé en la Escuela de Enfermería. El primer año suspendí dos asignaturas: Estadística y Bioquímica. Trabajaba, tenía dos hijos, llevaba la casa… era mucha carga pero mi marido me impulsó a continuar, me apoyó y ayudó en todo; los dos cursos siguientes los hice con notas muy brillantes. Cuando acabé gané una plaza en el Hospital Juan XXIII de Tarragona y entré en la planta de Cirugía Vascular y Urología. Me gusta mucho el enfermo vascular justamente porque precisa muchos cuidados.

    –Por lo que sé, son curas bastante duras.

    –Con las isquemias graves se necrosan las extremidades: primero los pies, luego las piernas… porque muere el tejido. Son curas contra natura porque no están bien irrigados. Suelen ser enfermos crónicos que empiezan con pequeñas lesiones que van empeorando. Cuando era auxiliar, un enfermo vascular de unos cincuenta y tantos años tenía una isquemia tan agresiva que le cortaron las dos piernas. Las heridas no cicatrizaban y olían; entrábamos con mascarilla y entras y aguantas por vocación y por respeto. En este caso además, él era consciente de su deterioro. Algunos llegan a este punto de degradación porque son diabéticos pero el resto, en general, es por malos

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