Mis cabellos: -¿De dónde viene el coraje? -Gotas de cielo
Por Iris Albuquerque
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"Mis cabellos, ¿mal para quién?"
Se trata de un relato narrado por Laura, una mujer negra, dónde nos cuenta la historia de su vida, pero enfocándose en los traumas y prejuicios que vivió desde la escuela.
En este libro también vive un poco de la historia de Julio y Rita, amigos inseparables de Laura. Y de una forma triste y a veces divertida, Laura nos cuenta sobre sus miedos, sus sueños y sus dramas. Momentos marcados en su infancia, adolescencia e inicio de su adultez.
Ella busca formas de encarar los hechos sin necesidad de sufrir mucho por ello, y principalmente, de vivir una vida adulta sin traumas.
Y entre lágrimas y sonrisas, los romances no dejan de existir en la historia de Laura, volviendo la lectura apasionante y envolvente. ¡No es revuelta, es libertad!
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Mis cabellos - Iris Albuquerque
Meus Cabelos
Ruim pra quem?
Iris Albuquerque
Hola, mi nombre es Laura y tengo 25 años...
Soy negra, algunos me llaman mulata, otros negrita...
Mi infancia fue normal como muchas otras, pero bastó ir a la escuela, y todo cambió...
Para que puedas entender mejor cómo llegué a la libertad
necesito contarte sobre el tiempo que estuve presa. Hablo de la prisión de la mente, aquella del tipo prisionera de sí misma
, ¿sabes?
Todos tenemos algún mensaje negativo archivado en la mente que nos fue enviado por nuestros padres o por alguien que nos crió. Y preciso resaltar que la culpa no es de ellos, pues ellos también aprendieron mal.
¡solo damos aquello que tenemos!
Toda nuestra forma de pensar, hasta el día que escogemos pensar diferente, es herencia de nuestra familia.
Me alegro haberme permitido cambiar. Lastima que tuve que sufrir mucho por eso.
1995
Yo estaba muy feliz con mi primer día de colegio. Vestía mi uniforme azul y blanco y calzaba los tan famosos zapatos escolares, tenis negros. Y era obligada a atar los cordones. Llevaba conmigo una mochila y una lonchera de Xuxa. Mis cabellos estaban amarrados con dos ligas, bien al estilo paquita. Recuerdo bien, porque mi madre siempre le gustó tomar fotos de mí y de mis hermanos. Yo me sentía la niña más feliz del mundo. Mi madre estaba sosteniéndome la mano cuando crucé por el enorme portón de hierro del colegio más prestigioso de la ciudad.
Mi padre nos había dejado en frente del colegio. Él necesitaba ir a trabajar aquel día. Pero antes de irse me besó en la mejilla y me dijo, —sé amable con las personas, incluso si no lo merecen.— En aquel momento yo no sabía, pero ahora lo sé, que mi padre vió la película Cinderella
.
Aunque fuésemos una familia de clase media, no desperdiciábamos el dinero. Mi padre siempre fue organizado y nos enseñó a vivir apenas con lo necesario. Delmira, mi madre, era muy vanidosa, y eso, yo no lo heredé de ella. Siempre fue una dedicada ama de casa, madre educadora, amable esposa y amiga de todos. Toda la vecindad gustaba de ella y la llamaban cariñosamente Dede. Era una mujer alta, pelinegra, esbelta, incluso después de haber tenido cuatro hijos. Tenía un cuerpo que dejaba a mi padre lleno de celos. Sus cabellos eran crespos, pero solo los vi al natural en algunas fotografías antiguas. Desde el día que nací la conozco de cabellos lisos.
Todos los sábados, como en un ritual obligatorio, ella pasaba tres horas y media en el salón de la cuadra. Vivimos aquí hace exactos 25 años. Quien cuidaba de los cabellos de ella era doña María, pero ahora que se retiró, su hija Amelia asumió el salón. Y yo la acompañaba a todas las sesiones de belleza. Siendo la única fémina de la niñada, pasaba más tiempo al lado de ella, ya que mis hermanos más viejos tenían cosas más interesantes por hacer. Y con tantas idas a los salones y tiendas de productos de belleza, me acabe interesando por el ramo, dedicándome a aprender cada vez más sobre cabellos y sus orígenes.
***
Así que entré al salón de clases, mi profesora me vio diferente...Fui la única que no recibió un abrazo de bienvenida, o mejor, un verdadero abrazo. Quien observó eso fue mi madre quien me contó, pues yo no lo había notado. También, hasta aquel momento, yo era la única niña negra de la clase. Mi madre vio incrédula la clase y susurró algo:
—¿Qué es eso? Estamos en el mismo Brasil?—Frase que solo entendí pocos años después.
Pero para mi suerte, que también solo percibí años más tarde, llegaron después de mí, dos alumnos más, Rita y Julio, que también eran de color de piel oscuro. Rita era más clara que yo, pero sus cabellos parecían como los míos. Después de un largo suspiro, mi madre se despidió de mí y de la profesora, prometiendo volver a buscarme.
Rápidamente la profesora, llamada por tia Claudia, organizó la sala. Por increíble que parezca, yo solo descubrí que ella era racista, o lo que sea, prejuiciosa, varios años después del primer día de clases.
En las sillas del frente, ella puso los niños que estudiaron el año pasado con ella, y después organizó la sala de acuerdo con los colores. Yo, rita y Julio nos sentamos uno al lado del otro y un poco lejos de la profesora, precisamente en la primera fila cerca de la puerta, pero en las últimas tres sillas. Eso nos unió, al final, éramos hermanos de raza y cabello, ¡por supuesto!
Rita siempre llegaba de última en la clase y siempre con sus cabellos despeinados. Desde entonces, pasé a llevar en la maleta, escondido de mi madre, algunos elásticos para el cabello, un peine y un frasco de crema. En la hora del recreo, como la mayoría de los niños nos evitaban, yo cuidaba de los cabellos de mi nueva amiga. Julio era mi ayudante, él realmente tenía talento en eso. Después yo y Rita peinabamos los cabellos de él. Pero ese proceso demoró algunos días, pues por lo que él contó, su madre nunca tenía tiempo para peinarlos, siempre repitiendo que estaban muy avergonzados.
Yo tenía una excelente motricidad, tal vez por estar siempre escribiendo, pintando, recortando y aprendiendo a hacer trenzas en los cabellos de mi madre, cosa que practique mucho. Además las innumerables tareas de la casa que mis hermanos me desafiaban a hacer diciendo que en el futuro les estaría agradecida.
En nuestro salón había otra niña llamada Rita, pero ella se sentaba al frente y era llamada Rita Cavalcanti. Ella siempre nos estaba mirando, su mirada era tan dulce, tan pura, que me daba ganas de llamarla a nuestro pequeño grupo.
No sé bien cómo explicar lo que sentía en aquella época, claro que no fue hace tanto tiempo, pero los niños tienen el don de olvidar las cosas, pero, existen escenas que se quedan para siempre en nuestras mentes...
La profesora siempre llamaba la atención de Rita Cavalcanti, haciendo que ella mirase para el frente. Algunas veces en la hora del recreo, —eso después de algunas semanas de clase— ella intentó un acercamiento pero tia Claudia la llamó y le susurró alguna cosa en su oído haciendo que ella desistiera de su deseo de acercarse.
Mientras escribo este libro y recuerdo todo aquello, en la época que yo tenía casi seis años, no sentía lo que siento hoy, y mejor aún, no sentía lo que sentía lo que sentí diez años después de aquel primer año escolar. Agradezco haber estado pequeña, cuando somos mocosos, tenemos el don de perdonar. Podríamos llevar eso con nosotros por el resto de la vida, ¿no es así?
Todos los días en la escuela parecían iguales...cantábamos el himno nacional, esperábamos nuestro turno para entrar a los salones, oíamos lo que tia Claudia tenía para decir. Esperábamos por ella en nuestras sillas para la revisión de las tareas y teníamos hasta la hora de recreo para pintar, cantar, gritar, correr y oír los gritos de la profesora mandando a callar y a sentarse. Yo realmente fui tarde para la escuela, mi padre decía que no era necesario que yo pasase por todo aquello antes de los seis años. Pero por cuenta de mis hermanos que repetían todo el tiempo que yo debería socializar, ellos acabaron por matricularme antes de lo planeado. Obligándome a entender y aceptar la vida como era.
1997
Salí de casa y entré en el carro. Yo me estaba sintiendo muy bien ese día. Mi padre me había dado un lindo vestido de regalo, mi madre un estuche de belleza, mi hermano más viejo, Leo, un lindo conjunto de cepillos. Parecían aquellos cepillos de princesa, pero que no peinan los cabellos crespos. Mi segundo hermano, Paulo, me dio una pulsera de bolitas, él dijo que eran perlas. Mi tercer hermano, Hugo, me dio una carta, dijo que estaba sin dinero para regalos. Entonces, en mi séptimo cumpleaños, fui a la escuela muy feliz.
En mi lonchera tenía tres rebanadas de torta. Una para mi y las otras dos para Julio y Rita. Después que nos sentamos en nuestras sillas, abrí la bolsa lentamente y le mostré a Rita el cepillo de princesa y le dije en voz baja que tenía torta para ella. De repente, sentí a la profesora apretar mi oreja.
—¡Aquí no es salón de belleza de barrio! Aquí es un salón de clase, ¡mi salón de clase! Salga ahora mismo y va directo para la dirección.— ordenó groseramente. Parecía que estaba poseída. Tía Claudia me lastimó, no solo mi oreja, también mi alma. Sentí vergüenza, miedo, rabia y tantas otras emociones desconocidas...puse el cepillo dentro de la maleta y salí del salón llorando.
—Antes del recreo vuelva aquí que quiero hablar con usted, ¿oyó señorita?
La profesora era una mujer de estatura media, cabellos bien lisos y negros. Si tuviese piel oscura, parecería una india, pero se parecía más a Cleopatra.
—Sí señora— susurré.
—¡Qué? ¿Qué dijo? Por eso usted se sienta allá atrás, esta escuela no necesita de personas como usted— gritó.
No sé lo que ella entendió pero quedé con miedo de repetir. También no sé lo que ella quiso decir con esta escuela no necesita de personas como usted
. Chicos, yo solo tenía siete años. Ser reprendida en casa era hasta normal. Cuando yo repetía alguna palabra que mis hermanos decían, o porque no quería atarme el cabello, pero de la profesora, porque le mostré un cepillo a mi compañera, fue muy duro.
Salí corriendo y llorando para la dirección y le conté todo a doña Bianca. La directora me miraba sin mostrar ningún tipo de reacción. Cuando terminé y me calmé, le dije que quería ir a casa, ella dijo que no sería posible y dijo algo como que yo tendría que aprender a lidiar con los desafíos que la vida tenía para ofrecerme. Claro que no recuerdo exactamente la frase, pero la directora repitió la misma cosa a mi madre cuando ella fue a buscarme. Y mi madre también me habló, con una mirada triste, dijo que sabía que mi vida no sería fácil, pues también ella había pasado por muchas cosas, aunque hace tres décadas.
Miré aquella señora sin entender bien lo que ella decía y me quedé