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La Propuesta Evangelizadora: Alessandri, Hernán
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Libro electrónico1010 páginas

La Propuesta Evangelizadora: Alessandri, Hernán

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En este libro, el autor desarrolla la convergencia histórica de los hitos de Schoenstatt, repetición viva de la historia de Cristo, con el mensaje de la nueva evangelización de Juan Pablo II. Con maestría el P. Hernán Alessandri nos muestra lo que es la vida de Cristo en la historia concreta de Schoenstatt y su fundador: el misterio de María, torbellino de la Trinidad. En apretada y documentada síntesis, muestra el aporte de la misión de Schoenstatt a la Iglesia de hoy, desafío permanente de la nueva evangelización.
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento18 may 2011
ISBN9789562466059
La Propuesta Evangelizadora: Alessandri, Hernán

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    La Propuesta Evangelizadora - Alessandri

    Primera Parte

    El acontecimiento del 31 de Mayo de 1949

    Capítulo 1: El Entorno Inmediato del 31 de Mayo de 1949

    Capítulo 2: El Acto del 31 de Mayo: Sus Contenidos Centrales y su Envío Evangelizador

    Capítulo 3: El Aporte Evangelizador del 31 de Mayo de 1949

    1

    El Entorno Inmediato del 31 de Mayo de 1949

    1. Razones contra la cronología

    En la Presentación recién hecha (p.15), precisamos ya el sentido de esta Primera Parte introductoria. Aquí se trataría -dijimos- de lograr un primer contacto personal con el gran protagonista de este libro: el P. José Kentenich, en quien se inicia y encarna aquella misión que -en cuanto aporte evangelizador para toda la Iglesia- nos interesa conocer o profundizar. Pero, ¿por qué un anticipo de este tipo (situado en 1949), que -evidentemente- rompe el orden cronológico de una historia iniciada varios decenios antes? Primeramente, porque conviene focalizar desde un comienzo nuestra atención en esta fecha cumbre, en la cual -a costa de enormes riesgos- el P. Kentenich llama a su Familia a ofrecer públicamente a la Iglesia, aquel carisma específico del que siente que Dios lo ha responsabilizado. En efecto, partiendo así, surgirán espontáneamente en el lector -ya desde este capítulo- todas aquellas interrogantes que lo estimularán a leer con más interés (y esperamos -también- que con más fruto) este libro. La perspectiva adoptada, nos llevará a circunscribirnos aquí al breve período que va del 20 de mayo al 5 de junio de 1949. Pero ello nos bastará para mostrar al P. Kentenich intensamente inserto -desde el lejano Chile- en medio de aquella decisiva problemática mundial, tanto cultural como eclesial, a cuya luz debe entenderse la misión de Schoenstatt.

    Se rompe la cronología para suscitar interrogantes esenciales.

    Pero hay, además, otro motivo para esta forma de inicio: porque un encuentro vital con el P. Kentenich en la más dramática encrucijada de su agitada historia, servirá, en cierto modo, para contrapesar el carácter marcadamente reflexivo de los capítulos de la Segunda Parte (como, también, del que les hará de puente al final de ésta). En efecto, la amplitud del carisma concedido a este hombre -que acostumbraba a pensar en siglos y milenios- nos obligará a analizarlo desde tres perspectivas histórico-culturales muy diversas. Pues sólo así lograremos familiarizarnos con las categorías mentales y los conceptos adecuados para comprender la misión que Dios le confió. Esto explica el anhelo de poder palpar ahora, más vitalmente, algo de lo que aquí está en juego para cada uno de nosotros, la Iglesia y la humanidad entera, antes de sumergirnos en páginas que pudieran parecer reflexiones muy amplias y generales. Después de estos dos primeros capítulos, que nos introducen en una historia viva, esperamos que sea más fácil entender -en los siguientes- cuáles parecieran ser (si el diagnóstico del P. Kentenich es acertado) los principales caminos para ofrecer a los hombres "vida en abundancia" (Jn 10,10) en el tercer milenio.

    2. Un hombre, entre el arco iris y la tormenta

    Era el 20 de mayo de 1949. El P. José Kentenich había llegado a Chile el 17. A diferencia de lo ocurrido en sus visitas de 1947 y 1948, esta vez ha podido alojar en la nueva casa provincial de que disponen las Hermanas de María en Santiago, en la calle Manuel Montt. El lleva ya casi dos años y medio recorriendo los diversos lugares del mundo -América Latina, Africa y Norteamérica- donde había hijas e hijos de Schoenstatt, con quienes deseaba reforzar los lazos personales que la segunda guerra mundial había cortado durante largo tiempo. Por lo menos en lo que a comunicación epistolar se refería, escasísimas cartas de fuera de Europa lograron cruzar el bloqueo naval del Atlántico, y llegar hasta Alemania: donde se encontraba la cuna de su obra, en el pequeño y hermoso valle de Schoenstatt, junto al Rin.

    1949: el P. Kentenich llevaba dos años y medio recorriendo el mundo.

    En cuanto al contacto personal directo con el P. Kentenich, éste había sido del todo imposible en esos años, incluso en Alemania: ya que, considerado enemigo peligroso tanto del régimen como de la ideología nacional-socialista -según constaba en los archivos policiales de Berlín- él había sido encarcelado en septiembre de 1941. Y, luego, se le envió al campo de concentración de Dachau, desde donde sólo pudo regresar a Schoenstatt el 20 de mayo de 1945.

    Ahora, en Chile, se cumplía -justamente- el cuarto aniversario de aquel retorno. El P. Kentenich tenía 63 años. Su larga barba, ya bastante canosa, acentuaba su aspecto paternal. Pero era un padre fuerte, templado en la adversidad. En efecto, su vida había sido azarosa. Aparte de diversas dificultades familiares y de salud, que acompañaron su infancia y juventud, toda su labor de educador en la fe -iniciada en 1912- había quedado hasta entonces, prácticamente, enmarcada entre las dos brutales guerras mundiales de nuestro siglo, cuyo epicentro había sido Alemania. En la década de 1920, pudo gozar un poco más de paz. Hasta que estalló la recesión económica de 1929-1930, con millones de cesantes, en una Alemania aún no repuesta de su derrota militar y política. Esto lo desafió a orientar buena parte de su quehacer pedagógico hacia un intenso esfuerzo de concientización social, a través de diversos cursos sobre Doctrina social de la Iglesia; y, también, de un permanente y creativo estímulo -sobre todo al clero diocesano joven, que en él buscaba apoyo- para tender la mano a un proletariado hambriento y desarraigado, que se concentraba en las mayores ciudades. Inmediatamente después, vino Hitler y el nacional-socialismo. En ese tiempo difícil, el P. Kentenich se irguió como un predicador profético. En la década de 1930, eran más de 2.000 los sacerdotes que -venidos desde todas partes de Alemania-asistían a sus retiros y jornadas pedagógico-pastorales, que tocaban -cada año- temas de candente actualidad. A la larga, la permanente confrontación con la mentalidad nacionalsocialista, trajo las consecuencias que serían inevitables. Pero todo eso era ya historia pasada…

    Entre las dos guerras mundiales, realizó un intenso esfuerzo de concientización social.

    Su actual visita a Chile -la quinta que hacía en esos últimos tres años- se debía a un motivo particularmente feliz: la bendición del primer Santuario de Schoenstatt en Chile. Era el tercero que se había construído en el mundo (después del de Nueva Helvecia, en Uruguay, y del de Santa María, en Brasil), como réplica o filial del Santuario original de Alemania. Este estaba destinado a ser el centro nacional de la Familia de Schoenstatt en Chile.

    Venía a bendecir el primer Santuario de Chile.

    Ese día 20 de mayo, el P. Kentenich había logrado ya cumplir dicho objetivo: en medio de un potrero lleno de barro, situado a más de doce kilómetros de Santiago, junto al caserío que rodeaba la pequeña estación Bellavista, en la actual comuna de La Florida. El día anterior, esta bendición había parecido una empresa incierta. Porque una torrencial lluvia impidió la procesión que debiera haber conducido solemnemente -desde la parroquia del lugar hasta el Santuario- el cuadro de la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt¹*, que se debía colocar en él. El temporal continuó -inclemente- la noche entera, y había seguido lloviendo durante la semana. Todo estaba anegado. Pero el P. Kentenich bendijo el Santuario. Y allí se erguía éste, a los pies nevados de los Andes, casi -según un comentario suyo- como una diminuta casita de muñecas.

    Una diminuta casita de muñecas, en medio de lluvias torrenciales.

    El diluvio recién pasado, le había recordado al P. Kentenich el sentido de las tormentas (climáticas o culturales), de las dificultades y de cualquier otra forma de impotencia humana. Según su experiencia, todas ellas eran tan sólo ocasiones para que Dios mostrara el poder de su misericordia. Por eso había iniciado la plática para la bendición del nuevo Santuario, citando un refrán: La medida de las dificultades será la medida de las gracias. Luego continuó: "¿Cuáles son las gracias que esperamos recibir? El arco iris que ayer tarde pareció tocar repentinamente la cúspide de nuestro Santuario, al bendecir nosotros (en la parroquia San Vicente de Paul, de Bellavista) la imagen de la Madre tres veces Admirable, nos señala la dirección: las murallas de nuestro Santuario se abren y ensanchan de pronto, para hacer aparecer ante nuestra vista la monumental historia de la redención, desde sus comienzos. En su centro, vemos la Alianza de Amor del Dios eterno y su criatura. Todavía resuena en nuestros oídos aquello que escuchamos en el catecismo: el arco iris es el signo de la Alianza entre Dios y Noé".²

    La medida de las dificultades será la medida de las gracias.

    La Alianza de Dios con los hombres esta en el centro de la historia de la redención.

    ¿Era éste tan sólo un lenguaje piadoso-simbólico, destinado a hermosear la bendición de una capillita? No, estaba apuntando hacia la raíz y la fuente de las fuerzas que animaban a ese hombre que ya se había mostrado a prueba de campos de concentración, y que se disponía ahora a iniciar una lucha aún más dura, dolorosa y prolongada. Sus energías evangelizadoras -como las de Schoenstatt y toda la Iglesia- no se fundaban, en primer lugar, en un proyecto consistente tan sólo en sabias ideas y métodos pedagógico-pastorales adecuados al tiempo, sino en el hecho salvífico que dinamiza toda la historia de salvación: la Alianza de Dios con los hombres.

    La energía evangelizadora se nutre de esa Alianza.

    Dicha Alianza fue sellada implícitamente con Adán y Eva (Gn 1,27-30; 2,15-17). Pero, tras la ruptura que significó el pecado, Dios la renovaría sucesivamente con Noé, Abraham y Moisés (implicitándola y perfeccionándola cada vez más) hasta culminarla, finalmente, en la Nueva y eterna Alianzay³ de Cristo. Sin embargo, hasta el Concilio Vaticano II, el cristiano común había olvidado incluso la palabra. Porque el correspondiente término hebreo se había traducido por testamento, lo que no evocaba casi nada a nadie. Además, la historia de la salvación se presentaba dividida sólo en sus dos bloques mayores (el Antiguo y el Nuevo Testamento), con lo cual dejaba de verse (en el primero de ellos) todo aquel proceso histórico de Alianzas que -en sucesiva y creciente maduración- conduciría a la de Cristo. Schoenstatt, debido al carácter implícitamente aliancista de su espiritualidad, se enraizó -de hecho- desde su mismo acto fundacional (en 1914), en este proceso vital, mediante el cual Dios ha estado irrumpiendo sin cesar en la historia concreta de los hombres.

    El cristiano común había olvidado la noción de alianza.

    Como consecuencia de ello, cada Santuario de Schoenstatt se entiende -esencialmente- como un lugar de Alianza donde, constantemente, quienes hasta allí peregrinan, están renovando -apoyados en la mediación materna⁴ de María-esa Alianza que el Dios Trino ha sellado por Cristo, con cada uno de nosotros, a través de nuestra Alianza bautismal. Todo esto había sido posible porque -medio siglo antes del Concilio Vaticano II- el P. Kentenich estaba ya convencido de que sólo María podía servir de modelo⁵ y de Madre educadora⁶ para la Iglesia del pasado mañana de la historia. Pero no sólo debido a la piedad personal que él le profesaba, sino por la conciencia que tenía (ya desde 1910 y 1912, como lo veremos más adelante) de la misión objetiva que le cabe a María frente a los actuales problemas culturales, que él veía acelerarse en la post-guerra.

    Cada Santuario de Schoenstatt es un lugar de Alianza.

    Años 1910-1912: el P. Kentenich ya tiene conciencia de la misión objetiva de María frente a los problemas culturales.

    La fecha 20 de mayo, en la que estamos detenidos, tiene que haberle recordado al P. Kentenich una carta escrita por él hacia Alemania, exactamente un año antes, desde Nueva Helvecia (Uruguay): para adherir a la celebración de la erección canónica del Instituto Secular de las Hermanas de María quienes, desde 1926, ensayaban una forma de vida laical y consagrada a la vez, a la que la Iglesia -recién en 1947-había abierto las puertas del derecho canónico. En dicha carta, él lanzaba un grito de alerta que deseaba hacer resonar en la Iglesia entera para ayudarla a tomar conciencia de que "avanzamos vertiginosamente hacia una civilización y una cultura uniformes"⁷, pues se está gestando una visión del mundo y del hombre enteramente nueva⁸. Y la gran pregunta consiste en saber si ella será sellada por la visión del colectivismo, o si los cristianos seremos capaces de hacer brillar, en todo su esplendor y magnificencias el sol de la visión cristiana. tal como nos la muestran las Sagradas Escrituras⁹; para que, liberando esta visión de aquellas formas condicionadas por las diversas épocas (pasadas), podamos captarla en sus elementos esenciales, proclamarla con entusiasmo, y dejar que todo su dinamismo pueda desplegarse creadoramente, conforme a las nuevas circunstancias¹⁰. ¿Qué entiende aquí el P. Kentenich por aquella visión cristiana del hombre (y del mundo), que opone a la del colectivismo? Esta es una pregunta que exige dos respuestas.

    En 1948, el P. Kentenich señaló que se gestaba una visión del mundo enteramente distinta a la cristiana.

    Esta visión cristiana del hombre a que se refiere el P. Kentenich (y que lo guía desde el inicio de su labor de educador, en 1912) es simplemente aquella nueva antropología que se nos reveló en Cristo (Ef 2,15; Rm 5 y 6): a la cual con gran claridad se refirió el Concilio Vaticano II¹¹, pero en la que pocos parecían haber reparado mayormente. Hasta que Juan Pablo II la recordó en Puebla (1979): al proclamar la Verdad (evangélica) sobre el hombre¹² como elemento integrante de nuestra fe. (Y también, al recordar y destacar allí algunos aportes, ya hechos por Paulo VI, a los que más adelante nos referiremos: p.54-55). Por "visión colectivista" entiende el P. Kentenich -por el contrario- una postura antropológica errada que, independientemente del tipo de propiedad o de sistema social que propagan las distintas ideologías modernas con las que a él le tocó enfrentarse (nacional-socialismo, marxismo y capitalismo), constituye un rasgo común a todas ellas, en cuanto tienden -en mayor o menor grado- a instrumentalizar al individuo con respecto a la sociedad, despersonalizándolo y reduciéndolo a simple partícula del todo social. Tal es el efecto propio del racionalismo positivista que penetra la mentalidad moderna en estos últimos tres siglos. Desde la década de 1930, el P. Kentenich está presagiando que la lucha de la Iglesia con tal visión colectivista durará siglos. Por eso, aunque era un gran optimista -pero con ese optimismo pascual, que sabe que toda la historia cristiana pasa por la cruz- él tenía su vista clavada, desde ya, en el pasado mañana de la historia.

    En todas las ideologías modernas, se reduce al hombre a una partícula del todo social. Son las llamadas herejías antropológicas.

    En la medida en que tales visiones deforman la antropología cristiana (o visión evangélica del hombre) , el P. Kentenich las denominaba -desde 1934- herejías antropológicas¹³. La respuesta a ellas debía ser la proclamación entusiasta y completa del Evangelio de Cristo, incluída su Verdad sobre el hombre. Tal es el sol que se debe hacer brillar. Y la convicción del P. Kentenich (en consonancia con lo que también afirmarían después el Concilio, Paulo VI y Juan Pablo II) era que, en nuestra época -tal como sucedió en la plenitud de los tiempos (Ga 4,4)- ésta es la misión de María, la Mujer vestida de sol (Ap 12,1) porque, a través de Ella, quiere acercársenos dicho Sol que es Cristo mismo (Lc 1,78). Pero todavía faltaban décadas para que la Iglesia lo comprendiera. Esto se le había vuelto evidente al P. Kentenich desde el recién pasado 11 de mayo, cuando, todavía en Uruguay (aunque ya en camino hacia Chile) había recibido una carta de Alemania. Por esto, aquel día 20 en la mañana, había comentado que el temporal sobre Santiago también era un símbolo de los grandes problemas que él y Schoenstatt estaban enfrentando.

    El P. Kentenich afirma que María es la que enfrenta estas herejías. El Concilio, Pablo VI y Juan Pablo II lo confirmarán.

    Ahora, después de la bendición del nuevo Santuario, ya de vuelta a la casa de Manuel Montt, siguió dictando a su secretaria hasta altas horas de la noche. Era lo que había hecho desde su llegada a Chile. Redactaba la respuesta a la carta recibida en Uruguay nueve días atrás. Entonces, tras una noche entera de adoración, pasada en el Santuario de Nueva Helvecia, el P. Kentenich había decidido -en conciencia- la única postura que podía adoptar. Empezó a responder el 14 de mayo en Villa Ballester, Argentina. Se sabía a punto de desatar una tormenta que haría peligrar la existencia misma de su obra. Pero no podía echar pie atrás: se trataba de la misión de María, a la que había consagrado su vida. Le había llegado la hora de la confrontación definitiva contra las desvastadoras herejías antropológicas de nuestro tiempo: su lucha final contra la visión colectivista del hombre (y contra la mentalidad mecanicista que la genera). Pero lo que volvía la situación inesperadamente más dolorosa que todo lo que había sido su enfrentamiento con Hitler y con el nacional socialismo, era que -esta vez- la lucha se estaba dando al interior de la misma Iglesia a la que él tanto amaba.

    Había llegado la hora de una confrontación con esa visión deformante, ahora al interior de la misma Iglesia.

    Mientras el P. Kentenich proseguía dictando páginas -ahora en Santiago-, páginas que llegarían a ser casi 400 cuando su Carta-Respuesta estuviese terminada tras dos meses y medio de trabajo que se prolongarían durante su paso por Argentina y Brasil, se sentía cargando la más pesada cruz de su vida. Aunque con el alma tan llena de serenidad y de paz como en la cárcel de la Gestapo y en el campo de concentración de Dachau. Durante las horas de dictado nocturno en la casa de Manuel Montt, disponía, sí, de un especial recurso para reforzar su paz y su esperanza: asomarse a la ventana y contemplar, arriba, iluminada sobre el cerro San Cristóbal, la estatua de la Inmaculada. Ella representaba el ideal a alcanzar, era la personificación sin mancha de la antropología cristiana. Pero, como lo acaba de afirmar al bendecir el Santuario de Bellavista, era claro para él que Ella quiere erigir su taller de formación abajo, en el valle y allí, "como la gran Educadora del pueblo y de los pueblos, formar fieles imágenes de la Inmaculada… donde lo divino irrumpe en lo humano"¹⁴.

    La visión de la Inmaculada simboliza el objetivo perseguido: conformar hombres como fieles imágenes de María, con lo divino irrumpiendo en lo humano.

    3. La Iglesia y América Latina, a mediados del siglo XX

    Después de todo lo dicho sobre el P. Kentenich, tal vez surge en nosotros una pregunta. La misma que debe haberse hecho, en Alemania, esa multitud de sacerdotes y laicos que periódicamente, en la difícil década de los años treinta, se había acostumbrado a dejarse iluminar por sus magistrales retiros y cursos, en cuanto a los caminos a seguir en medio de tantos peligros y confusiones: ¿qué hace el P. Kentenich en América Latina, continente donde nadie lo conoce, y cuya Iglesia tiene tan poca importancia internacional, en relación con los grandes problemas del mundo y de la cultura de hoy que a él tanto le preocupan? La pregunta se volvía más acuciante si se pensaba en el prestigio que le había procurado al P. Kentenich su valiente y clara toma de posición ante Hitler. Sin embargo, él no parecía especialmente interesado en capitalizar dicha experiencia, como para reiniciar con mayores bríos que antes su labor pública de famoso predicador y guía pastoral en Alemania. Que hubiese deseado dar un recorrido por otros continentes, para establecer los contactos interrumpidos por la guerra, no parecía un mal. Pero resultaba inexplicable que -apenas pudo conseguir pasaporte (gracias a la Nunciatura) para salir de su sufrida y semi-ocupada patria-, dedicara la mayor parte de su tiempo (entre 1947-1952) a América Latina. Si de verdad le interesaba tanto la lucha por la visión cristiana del hombre y la superación de la visión colectivista, pareciera que debía haberse quedado en Europa. Pues allí era donde se decidía los futuros rumbos de la Iglesia y de la cultura. Por lo menos, así había sido siempre hasta entonces, desde que el cristianismo llegó a Roma.

    Resultaba inexplicable que el P. Kentenich dedicara cinco años a viajar por América Latina.

    Pero, ¿cuál era el rostro de la Iglesia europea hasta fines de la guerra? Usando una expresión del propio P. Kentenich (y simplificando un poco la situación), tendríamos que decir que se trataba -todavía- de una Iglesia anclada en las "antiguas playas. O sea, que no percibía aún los nuevos rumbos hacia los que Dios estaba llamando a la barca de Pedro, a través de las catástrofes bélicas y culturales de los últimos 100 años. Estas antiguas playas a que nos referimos, eran las configuradas por el Concilio de Trento, aquel gran Concilio mediante el cual, en el siglo XVI, la Iglesia supo responder al doloroso cisma de Lutero. Fue un regalo de Dios. En su tiempo significó una extraordinaria renovación interna de la Iglesia, y una renovadora irrupción de dinamismo evangelizador hacia la cultura en la cual estaba inserta. El influjo de dicho Concilio sería el dominante hasta el Vaticano II. Pero el siglo XVII había significado un corte doloroso para Europa. Por razones que después veremos, el prestigio moral del cristianismo (en general) sufre un duro golpe. Y, con ello, también su visión del hombre y de la sociedad". Esto favorecerá el desarrollo progresivo de aquel racionalismo agresivamente anti-eclesial, de los siglos XVIII, XIX y XX, al que el P. Kentenich critica la antropología mutilada en que se funda y acusa de producir efectos colectivizantes. La Iglesia adopta una postura defensiva ante ciertas ciencias -como la crítica histórica, la biología evolucionista, la sicología de Freud o ciertas corrientes de la sociología y de la economía- que cuestionan (o parecieran cuestionar) algunos datos fundamentales de la fe y -sobre todo- de la moral cristiana. Pero, asimismo, la propia teología se vuelve, en general, repetitiva, y también racionalista (en desmedro de lo histórico-bíblico y lo pedagógico pastoral). Así, no logra ya ni iluminar ni orientar el acontecer cultural.

    Desde el siglo XVII, el prestigio del cristianismo había experimentado duros golpes.

    Una teología repetitiva y racionalista que ya no ilumina ni orienta el acontecer cultural.

    No obstante, el dinamismo del Espíritu Santo no deja de manifestarse. En primer lugar, después de Trento, ha asistido a la Iglesia en la proclamación de dos dogmas nuevos: el de la Inmaculada Concepción de María (l854), y el de la Infalibilidad Pontificia (1870). Y está por proclamarse, (en 1950) un tercero: el de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Todos ellos van en la línea de los intereses del P. Kentenich.

    Los dos dogmas marianos, en efecto, iluminan esplendorosamente el tema de la antropología cristiana, que alcanza en María su culminación: en cuanto a la Inmaculada se nos presenta como la única persona (enteramente humana) en la que se realizó sin mancha el designio divino para con el hombre, tal como se nos reveló en Cristo. Lo cual vale, especialmente, respecto del verdadero sentido de la libertad, principal ideal y valor que inspira hoy las luchas de la humanidad y de las ideologías conocidas desde el siglo XVIII. En María la libertad se expresa como la perfecta libertad de los hijos de Dios (Ga 5,1) que se nos regaló por Cristo.

    Tres dogmas marianos iluminan el tema de la antropología cristiana, especialmente en relación a la libertad.

    Además, en María Asunta se rescata la sagrada dignidad del cuerpo humano y su destino trascendente, como también el valor de lo femenino, decisivo para la pregunta antropológica actual, como después veremos. Por otro lado, el tema de la autoridad (al que se refiere el dogma pontificio) también tiene que ver con el de la libertad (del cual pareciera ser su "contra- polo"). Por lo mismo se ha vuelto hoy vital, tanto en el debate social moderno, como en las tensiones eclesiales post-conciliares. De hecho, la larga Carta-respuesta que escribe el P. Kentenich -y a la cual él mismo llamará después Epístola per longa, (es decir, Carta larguísima)-versa, principalmente, sobre el problema de la visión y del ejercicio de la autoridad y de la obediencia, tanto en la historia de la Iglesia como a la luz de las diferentes ideologías modernas. Y destacando en qué circunstancias pueden -ambas-volverse un apoyo y estímulo real para la libertad de los hijos de Dios (como las vivió María y nos lo pide el Evangelio); o bien, ejercerse en una forma que despersonalice y masifique. La solución que él propondrá en su Epístola per longa consiste en considerar a la autoridad y la obediencia como los dos polos de un vínculo paterno-filial, que refleje el que tenían Cristo y María con el Padre de los cielos, lo cual supone saber educar tanto para la paternidad como para la actitud filial.

    Debate social moderno: Autoridad y obediencia en relación a la libertad.

    Autoridad y obediencia son los dos polos del vínculo paterno-filial. Educar tanto para la paternidad como para la actitud filial.

    También han sido signos del dinamismo del Espíritu que vitalizaba la Iglesia en su tránsito hacia el siglo XX, las dos primeras Encíclicas sociales, de 1891 (Rerum Novarum) y de 1931 (Quadragessimo Anno), cuyos mensajes el P. Kentenich -como ya lo vimos- había acogido y proclamado con entusiasmo. A continuación, debemos mencionar como un gran regalo de Dios, la fundación, por Pío XI (también en 1931) de la Acción Católica, que buscaba convertir al laicado católico en esa activa fuerza evangelizadora que había sido en otras épocas de la Iglesia. Pero lo que ahora más nos interesa, es el Mensaje de Navidad de Pío XII, para 1945.

    Nuevos signos del dinamismo del Espíritu:fundación de la Acción Católica y el Mensaje de Navidad de Pío XII (1945).

    Dicho Mensaje posee una excepcional importancia histórica. A través de él, Pío XII detecta, con certera claridad profética, aquellos signos de los tiempos, a través de los cuales -indudablemente- Dios comienza a señalar las nuevas playas¹⁵* hacia las cuales El está llamando a orientar el futuro rumbo de la barca de Pedro. Se trata de las rutas quea través de Juan XXIII- conducirán al Concilio Vaticano II, de modo inesperado desde el punto de vista humano; pero fruto de una clara lógica de la Providencia divina, que comienza a manifestarse ya en 1945.

    Pío XII, en efecto, ha captado certeramente el sentido de los grandes cambios geo-políticos que serán oficializados en la Conferencia de Yalta, que pone su sello final a la Segunda Guerra mundial. Ellos significan que el centro político y cultural del mundo se retira de Europa, dividiéndose ésta -hasta 1989- en dos polos antagónicos de poder, situados fuera de ella: Estados Unidos y la Unión Soviética. Pues bien, si este centro mundial se deseuropeíza, la Iglesia -que debe vivir encarnada en la vida concreta de los pueblos históricos-está obligada a acompañar, a su manera, dicho proceso. De allí su lema : ¡deseuropeización!. Esto quería decir que el centro eclesial de la catolicidad no podía pasar por alto lo sucedido con el centro político-cultural del mundo. Roma, ciertamente, sigue siendo el centro eclesial, pero ya no más en cuanto representante cultural del anterior, sino como lugar desde el cual el Evangelio debe fecundar la originalidad de todos los espacios culturales, y hacia el cual todos éstos deberían converger en un diálogo que enriqueciera (con los aportes originales de cada cual) a toda la catolicidad. El debilitamiento de la madre Europa -de este modo- lo entiende Pío XII como un claro llamado de Dios para que Roma se preocupe de hacer crecer hacia su mayoría de edad a las iglesias particulares del que pronto se comenzaría a llamar el Tercer mundo; de modo que, conquistando una mayor autonomía, ellas puedan alcanzar también una conciencia más clara de la propia identidad, que opere como fuente de ese deseado y mutuo aporte de las propias riquezas.

    El centro mundial se deseuropeíza.

    Roma debe hacer crecer a la Iglesia del tercer mundo.

    A partir de 1945, Pío XII concentra especiales esfuerzos -en Africa y Asia- tendientes a aumentar las consagraciones de Obispos autóctonos (en relación con los escogidos de entre los misioneros europeos). Diez años más tarde -en 1955- se atreverá a ir bastante más allá con América Latina, osando proponer y estimular algo que ni siquiera en Europa existía: la fundación de un Consejo Episcopal para América Latina, a nivel continental (el CELAM). Tarea de éste será aglutinar a las Iglesias del continente, para que lleguen a constituir -en el futuro- un polo de diálogo capaz de enriquecer a toda la Iglesia universal. Es lo que comenzará a suceder después del Concilio Vaticano II, a través de las Conferencias Generales del Episcopado de América Latina, que el CELAM ha convocado proponer y estimular algo que ni siquiera en Europa existía: la fundación de un Consejo Episcopal para América Latina, a nivel continental (el CELAM). Tarea de éste será aglutinar a las Iglesias del continente, para que lleguen a constituir -en el futuro- un polo de diálogo capaz de enriquecer a toda la Iglesia universal. Es lo que comenzará a suceder después del Concilio Vaticano II, a través de las Conferencias Generales del Episcopado de América Latina, que el CELAM ha convocado en Medellín (1968), en Puebla (1979) y en Santo Domingo (1992).

    Aumenta la consagración de Obispos en Africa y Asia.

    Fundación del CE-LAM en América Latina: un nuevo polo de diálogo.

    Por otro lado, en 1947, la convicción de Pío XII acerca del papel de vanguardia de la Iglesia que le corresponderá cada vez más en el futuro a los laicos, sobre todo en los campos más dinámicos de la cultura, lo lleva a ir más allá de la Acción Católica, creando -mediante la Constitución Provida mater ecclesia- esa nueva forma de vida laical consagrada, que serán los Institutos Seculares, y que Schoenstatt venía ensayando ya desde 1926 (pgs. 33-34). Esta doble similitud con la estrategia evangelizadora de este Papa (es decir, la deseuropeización, que lo lleva -especialmente- a estimular la potencialidad de fe de América Latina, y la aprobación canónica de los Institutos Seculares), hizo al P. Kentenich sentirse muy cercano a Pío XII, como más adelante lo comprenderemos mejor (en lo que toca a América Latina). Por lo mismo, apenas pudo iniciar sus viajes internacionales, partió a Roma, para agradecer a Pío XII por los Institutos Seculares comprometiéndose con él a jugarse entero -desde Schoenstatt- para que ellos lograsen desplegar ese dinamismo evangelizador que el Papa esperaba. Dicho encuentro en Roma, sería un anticipo de otro que -18 años después-culminaría la historia fundacional de Schoenstatt. Aunque por caminos -como son siempre los de Dios- que conducen a la victoria por la cruz.

    Creación de los Institutos Seculares.

    En 1947 el P. Kentenich visita a Pío XII. Lo siente muy cercano.

    Todos estos procesos -que se entremezclan en el acontecer eclesial de 1949- forman parte tanto de la tormenta como del arco iris de esperanza, entre los cuales encontramos al P. Kentenich, el 20 de mayo de 1949. En el punto siguiente de ese capítulo, nos referiremos a las causas de la tormenta espiritual y eclesial que él está enfrentando, y que provienen de aquella Iglesia europea todavía anclada en las antiguas playas. Después, en el próximo capítulo, veremos cómo el P. Kentenich proyecta sobre América Latina la luz esperanzadora del arco iris: por un lado, en la misma dirección de esas nuevas playas hacia las que también está apuntando Pío XII. O sea, conforme a lo que -en la Presentación- llamábamos "las estrategias evangelizadoras convergentes" de Dios. Pero, por otro lado, afirmando con una seguridad profética asombrosa (como lo veremos en el capítulo siguiente) algunos aspectos del designio de Dios para con nuestro continente, que sobrepasan todo lo previsto por Pío XII. Y que sólo mucho más tarde -gracias al Concilio-comenzará a emerger en la conciencia eclesial latinoamericana.

    La Iglesia europea todavía esta anclada en las viejas playas.

    4. Breve historia de un estudio que se convirtió en visita canónica

    ¿Qué es lo que -subterráneamente- está pasando en torno al P. Kentenich? Ciertamente, hemos ido dejando muchos cabos sueltos. Porque primero hemos querido reconstituir el clima espiritual de los días que comentamos. Ahora trataremos de atar provisoriamente algunos de esos cabos sueltos, para poder comprender -en una primera y rápida aproximación- lo central del acontecimiento del 31 de mayo de 1949, al que se refiere el próximo capítulo de esta Primera Parte. Más adelante -en la Tercera Parte, y en otro estilo-retomaremos toda la historia del P. Kentenich y de Schoenstatt desde el comienzo, y en su debida secuencia cronológica. Pero siguiendo ciertas líneas-eje de pensamiento que nos llevarán, una vez más, a la misma fecha a la que ahora estamos apuntando, aunque con un bagaje ya ordenado de conocimientos, que nos habrá puesto en condiciones de valorarla en profundidad (conociendo ya sus consecuencias y frutos); y-por lo mismo- con la capacidad de aquilatar así los aportes que de ella pueden derivarse para la evangelización del milenio que viene.

    Primera y rápida aproximación a lo central del acontecimiento del 31 de Mayo.

    Reasumamos ese acontecer subterráneo que ya hemos palpado. Después de haber sido liberado del campo de concentración, el P. Kentenich se había esforzado por dar a conocer su Obra (en forma más amplia y profunda) a los obispos de Alemania. Estaba convencido de que los tiempos que se avecinaban iban a ser difíciles para la Iglesia. Por otra parte, veía que, en medio de un cambio de época marcado por profundas conmociones históricas, Dios había usado su obra como un pequeño laboratorio de análisis de los grandes problemas de nuestro tiempo. Pero, también, para la elaboración anticipada de sus soluciones. Por eso sentía necesario entregar ahora los resultados de esa experiencia a la Iglesia, a fin de ayudarla a enfrentar fecundamente los desafíos de los nuevos tiempos y su arribo a las nuevas playas de la historia. Tal era la razón que lo impulsaba -tanto en Chile como en los demás países que estaba recorriendo- a aprovechar toda tribuna que se le brindase para transmitir su mensaje de alerta y esperanza ante obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas, universitarios, profesionales, etc.

    A través de la Obra del P. Kentenich, Dios muestra la enfermedad de nuestro tiempo y su remedio.

    En lo que tocaba a Alemania, él mismo se había adelantado -apenas terminada la guerra- a proponer a Mons. Stein (obispo auxiliar de Tréveris, que era profesor de teología y quien -por otra parte- tenía excelentes relaciones de amistad con las Hermanas de María), que hiciese un estudio científico (de carácter teológico) sobre la Familia por él fundada, su espiritualidad, pedagogía e ideas con el fin de discernir su valor, en cuanto aportes a la respuesta que los desafíos del momento histórico estaban exigiendo de la Iglesia.

    El P. Kentenich pide un estudio teológico sobre la Familia de Schoenstatt.

    Entretanto, habían surgido algunas críticas y resistencias respecto a Schoenstatt de parte de otros obispos (debido a algunas de sus originales novedades), quienes hicieron sentir sus reparos ante la Conferencia Episcopal alemana¹⁶*. Gestiones ante el arzobispado de Tréveris -a cuya jurisdicción pertenece el lugar de Schoenstatt, en Alemania-dieron como resultado que se determinase llevar a cabo una Visita canónica. El mismo P. Kentenich estuvo de acuerdo, pues deseaba que se conociese su Obra desde dentro.

    Críticas en la Conferencia Episcopal Alemana: se hará una Visita canónica.

    Además, le alegró saber que el responsable de ella sería, precisamente, Mons. Stein, a quien había solicitado antes aquel estudio que él mismo quería.

    La Visita canónica se realizó entre el 19 y el 28 de febrero de 1949, mientras el P. Kentenich viajaba por América Latina. Se concentró en la comunidad de las Hermanas de María, por ser la más estructurada y madura de entre los Institutos Seculares que ya germinaban en Schoenstatt y, como tal, el mejor exponente de su espíritu. Las Hermanas enviaron de inmediato al P. Kentenich la transcripción de la plática de clausura de la Visita, que era muy elogiosa para todo Schoenstatt, y para la comunidad de ellas en particular, bajo muchos aspectos que el Visitador detalló.

    Febrero de 1949: visita canónica a la comunidad de las Hermanas de María.

    Pero ahora, recién el 11 de mayo, le había llegado al P. Kentenich el informe oficial. Era notoriamente distinto y muy crítico. Lo más grave para él, es que, en la mentalidad del Visitador, discierne evidentes manifestaciones de aquello que, desde el inicio de su tarea de educador, ha detectado como la más grave enfermedad de la cultura moderna: la mentalidad mecanicista, raíz común -para él- de todas las corrientes colectivistas o masificantes que hoy amenazan al hombre, despersonalizándolo. Es decir, quitándole esa dignidad fundamental que lo hace imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27)¹⁷. Al análisis detallado de dicha mentalidad nos dedicaremos en el capítulo 5. Para el P. Kentenich, ella significa -culturalmente- una enfermedad mortal para la subsistencia de la fe y de un mundo basado en la visión cristiana del hombre. El nombre que él le da, se debe a que dicha mentalidad lo concibe todo como mecánicamente separado: el actuar de Dios, del actuar del hombre y su progreso; la fe, de la vida concreta; Cristo, de María; el amor a Dios, del amor a los hombres; etc. Resumiendo, dicha mentalidad equivale para él a una bomba atómica en el seno del espíritu¹⁸.

    En el informe oficial, El P. Kentenich percibe, todos los síntomas una enfermedad mortal para la fe.

    Esa mentalidad concibe todo mecánicamente separado,con un efecto desintegrador para el espíritu.

    Especialmente en lo que se refiere a la relación del amor a Dios y a los hombres, el informe del Visitador manifestaba un dramático indicio de contagio intraeclesial de dicha mentalidad. En efecto, el Visitador critica el noble y profundo cariño que las Hermanas le profesan a su Padre y fundador. El lo atribuye a falta de madurez. Y expresa su confianza en que -en la medida en que ellas maduren- vayan orientando todo ese amor hacia Dios… ¡Como si el mandamiento del amor a Dios y al prójimo estuvieran en contradicción! ¡Como si -también- un padre de familia, al madurar como cristiano, tuviese que ir dejando atrás el amor a su esposa y a sus hijos! Eso -decididamente- era …¡anti-cristiano! Pues lo que debe suponerse es justo lo contrario: que mientras más se crece en el amor a Dios, más crecerá también el amor a los hombres. ¡Y era grave que un obispo no lo comprendiera así! Pues ambos amores deben entenderse como orgánicamente entrelazados. Este, además, era un punto clave, pues en él se jugaba el paso de la antropología revelada a la correspondiente visión del tipo de vínculos religiosos, comunitarios y sociales que debe inspirar el Evangelio. Sobre la necesaria calidez de los mismos, no hay mejor argumento que el testimonio de la Iglesia naciente. (Hch 1,14; 2,42-47; 4,32-35)

    El informe contraponía mecánicamente el amor a Dios y el amor a los hombres.

    Pero el problema del Visitador aparecía aún más grave, si se le relacionaba con el candente tema de la relación autoridad-obediencia. El P. Kentenich estaba convencido de que su forma de ejercer la autoridad (penetrada de respetuoso afecto y cercanía paternal), había logrado rescatar el verdadero sentido filial de la obediencia cristiana. Las Hermanas, en efecto, no sentían su autoridad como opresora o limitante, sino como la del Buen Pastor que refleja al Padre (Jn 14,9): llena de un amor servicial, que dignificaba y ayudaba a crecer… ¡justamente en libertad! ¡La antinomia entre autoridad y libertad se había resuelto! Ello significaba haber descubierto una pedagogía capaz de resolver justamente aquella tensión que ha desgarrado -políticamente- los tres últimos siglos de la época moderna. Y, también, el autoritarismo intra-eclesial, que se denunciaría en el Concilio Vaticano II, y que ha incapacitado por mucho tiempo a la Iglesia para dar testimonio de una comunión de amor, encendida en una calidez semejante a la de los vínculos que ataron a la Iglesia naciente.

    El P. Kentenich había rescatado el sentido filial de la obediencia cristiana, mediante una respetuosa cercanía paternal.

    Sin duda, Schoenstatt -en la fuerza de su Alianza con María- había conquistado un don que debía comunicar a toda la Iglesia y a la cultura moderna. Para esto el P. Kentenich había pedido a Mons. Stein el mencionado estudio sobre su obra. Pero, desgraciadamente, tras su Visita, éste no había logrado comprender el secreto que Schoenstatt tenía, para crecer como "comunidad familiar" y para ayudar a que toda la Iglesia se volviese vitalmente -en su vida práctica- lo que teológicamente ya era: "familia de Dios". Y para que -así-ella pudiera impulsar también a los hombres a construir un mundo fraterno para toda la familia humana, como el Vaticano II lo pediría después insistentemente (según lo veremos en la Quinta Parte).

    Su pedagogía solucionaba la tensión desgarradora entre autoridad y libertad.

    Comunicar a la Iglesia y a la humanidad este modo de crecer como familia de Dios y como familia humana.

    Ante la dura actitud del Visitador, el P. Kentenich sintió que llegaba para él la hora de hablar para ejercer, en conciencia, su deber de obediencia franca y solidaria y -como parte de ello para proclamar el carisma de la mentalidad orgánica, que María le había regalado para bien de la Iglesia y de la cultura moderna. Por eso ha tomado la decisión de escribir aquella Carta-respuesta, que se convertirá en el largo estudio que ya hemos mencionado, y en el cual se plantea la confrontación pedagógica entre ambas mentalidades. Todo esto explica (como ya se anticipó en la p.40), que la Epístola perlonga se centre en la defensa de aquel tipo de vínculo paterno-filial que une a la comunidad visitada por Mons. Stein (la de las Hermanas de María) con su fundador.

    Luego, los acontecimientos se precipitan. Al 20 de mayo -con la bendición del primer Santuario de Schoenstatt en Chile- seguirá otro día memorable que marcó, decisivamente, no sólo la historia particular del naciente Schoenstatt en Chile, sino la historia de toda la Familia de Schoenstatt como tal: el 31 de mayo. Fecha que llegaría a considerarse después como el tercer hito (o momento decisivo) de su historia.

    Proclamar el carisma de la mentalidad orgánica que María le había regalado.

    31 de mayo: tercer hito del Movimiento de Schoenstatt.

    De acuerdo a la costumbre de Europa, las Hermanas y su Padre fundador han celebrado -privadamente- durante mayo, el Mes de María. El P. Kentenich había querido concluir la primera parte de su respuesta antes del término de ese mes, para alcanzar a ofrecérsela a la Madre y Reina tres veces Admirable, poniéndola sobre el altar del nuevo Santuario en su día final. El 31 de mayo, con un pequeño grupo de Hermanas, al atardecer, se dirige al Santuario -aún inconcluso después de su bendición- para realizar en él una sencilla pero significativa celebración.

    En un ambiente de gran intimidad, donde se respira la presencia del mundo sobrenatural, el P. Kentenich pronuncia una plática en la cual descorre el velo de lo que le parece ser un claro plan de Dios.

    Gran intimidad, presencia sobrenatural y una plática reveladora.

    En primer lugar, él tiene conciencia de que el envío de su contundente y franca respuesta (que había sido exigida por el Obispo de Tréveris, Mons. Franz Josef Bornewasser, a través de Mons. Stein, su auxiliar), supone entrar en abierta lucha con una mentalidad ampliamente difundida en la Iglesia alemana. Muchas veces le habían desaconsejado hacerlo. Pero él cree que debe -ahora- jugarse por Schoenstatt y su misión, la que siente indisolublemente ligada a la misión de María frente a nuestro tiempo. Por otra parte, está plenamente consciente del riesgo que asume -para él y para su familia entera- al dar este paso. El inicio de esta lucha será el primer y más ostensible contenido del acto de ese día.

    Percibe el riesgo que asume y el conflicto que se desencadena.

    5. Hacia un nuevo Pentecostés

    Pero en el corazón del fundador hay una segunda motivación que ha ido madurando de modo oculto. Todavía no la ha revelado a nadie. Pero es lo que lo ha convencido de que puede iniciar esa arriesgada lucha, y que debe hacerlo desde allí, desde ese apartado lugar de América Latina, porque su instinto de profeta le ha hecho presentir que -a partir de ese Santuario, consagrado como Cenáculo¹⁹‘ de María- el Espíritu Santo suscitará una especial irrupción de gracias que, al modo de un original nuevo Pentecostés, dará a toda la Familia de Schoenstatt en el mundo, la fuerza necesaria para llevar victoriamente a cabo, la gigantesca tarea que el P. Kentenich se dispone a emprender. Si además de arriesgada hemos calificado de gigantesca la lucha que el P. Kentenich se propone acometer, es porque él la concibe como el inicio de una cruzada²⁰‘ evangelizadora destinada a ganar una influencia cada vez más poderosa en la forjación de los destinos de la Iglesia en el espacio cultural de Occidente²¹‘, con el fin de vencer el núcleo de la enfermedad que está llevando a su ruina a toda la cultura moderna: la mentalidad mecanicista, a cuyo análisis dedicaremos todo el Capítulo 5 de este libro (pgs.125-145). Todo lo recién dicho -tan apretadamente resumido- se nos aclarará más en el capítulo que sigue cuando comentemos las palabras que el P. Kentenich pronunciara en ese memorable atardecer.

    Presiente que en el Santuario Cenáculo se suscitará una especial irrupción de gracias.

    Se trata de una cruzada evangelizadora.

    Un tercer día, que complementará este acontecimiento, es el 5 de junio de 1949. Ese día se celebra la fiesta de Pentecostés, que recuerda el inicio histórico de la labor evangelizadora de la Iglesia, cuando -en la fuerza del Espíritu del Resucitado- ella pone en marcha la misión recibida de El, el día de su ascensión (Mt 28, 19-20). El P. Kentenich aprovecha esta ocasión para coronar a María -la gran implorante del Espíritu (Hch 1, 12-14)- como Reina de la cruzada recién iniciada, y coloca en sus poderosas manos la victoria de todo aquello que acaba de emprender en su nombre. confiando en su carisma de Educadora de los pueblos, como lo veremos más adelante. (Cap. 12, p.331)

    El día de Pentecostés corona a María como Reina de la cruzada.

    Notas

    ¹* Este título (que suena extraño), no es invento del P. Kentenich. El, propiamente nunca inventó nada. Sólo buscó obedecer siempre a las voces de la divina Providencia. Más adelante se informará cómo se llegó a tal nombre, de larga historia eclesial (Cap.8 pgs. 232-233).

    ² Documentos de Schoenstatt, P. Rafael Fernández, Ed. Patris, Santiago, 1971, p. 163, 2; y también la correspondiente referencia bíblica en Gn 9, 1-17. Al libro recién citado, nos referiremos en adelante como DSch., p…

    ³ Ver fórmula de la Consagración del vino en la Eucaristía.

    ⁴ RM 38.

    ⁵ LG 63.

    ⁶ Ib.

    ⁷ Carta de Nueva Helvecia, 1948, editada en Schoenstatt como manuscrito; ver también citas traducidas por Esteban Uriburu en Huellas de un Padre, Ed. Patris, Bs.Aires, 1990, p.139-141.

    ⁸ Ib.

    ⁹ Ib.

    ¹⁰ Ib.

    ¹¹ GS 22.

    ¹² DP, Discurso Inaugural, 1,9.

    ¹³ J. Kentenich, Marianische Erziehung, (Pádagogische Tagung), Patris Verlag, Vallendar-Schoenstatt, 1971, p.20, 191,196, 203, 238. En 1939, ver también D.Sch.,op.cit. p. 111-112, n.84.

    ¹⁴ DSch., op. cit., p.169-170, n.16; y también p.169, Nota 1 al pie de la página.

    ¹⁵* Expresión propia del P. Kentenich, que de algún modo equivale al pasado mañana de la historia (p.8) o al tercer milenio: es decir, a esa porción futura de siglos, donde cree que se volverá realidad histórica el tipo de Iglesia y de sociedad que él se sentía llamado a anticipar o impulsar.

    ¹⁶* El contexto más amplio de estas dificultades se explica en el Cap. 12, n.2, p.339-344.

    ¹⁷ DH 2.

    ¹⁸ E. Uriburu, op.cit. p.221.

    ¹⁹* Cada Santuario de Schoenstatt es consagrado bajo un símbolo, ideal o lema, en el cual la comunidad a la que pertenece (o a la que servirá) expresa la misión a la que cree ser enviada por Dios desde allí y, también, el tipo de gracias especiales que espera recibir para poder cumplirla. El primer Santuario de Chile fue sellado -como más adelante se explicará- por la vida que pulsaba en la provincia chilena de las Hermanas de María, que se sentía llamada por Dios a ser la provincia del Cenáculo.

    ²⁰* La misión a la que el P. Kentenich envió a su Familia el 31 de mayo de 1949, comienza a ser denominada por él como una cruzada, a partir de 1955, en apuntes que escribe durante su exilio en Milwaukee. En el Capítulo 6 se precisará mejor el sentido de tal expresión.

    ²¹* Lo que el P. Kentenich entiende por Occidente se precisa en el Capítulo 6, n.3. En el fondo, con esta palabra designa al mundo entero, en la medida en que sus diversas culturas van siendo penetradas y señaladas -a nivel planetario- por la mentalidad científico-técnica, propia de la cultura urbano-industrial, que ha emergido en el espacio (originalmente) cristiano de Occidente. (Sobre este proceso de unificación, uniformidad o nivelación cultural, (DP 421-428).

    2

    El Acto del 31 de Mayo de 1949: Sus Contenidos Centrales y su Envío Evangelizador

    1. Sentido de este capítulo

    El texto completo de la plática que el P. Kentenich diera en medio del sencillo acto cuyo sentido nos interesa conocer, se encuentra en el Capítulo 12 de este libro, pgs. 346-353. No consideramos necesario leerlo ahora sino -mejor- reservarse dicha lectura (entendida como un esfuerzo de estudio ), para cuando volvamos sobre este acontecimiento, en el Capítulo 12¹*. Aquí tomaremos sólo un primer contacto con todos sus textos medulares, pero ordenados temáticamente, de modo de poder resaltar y comprender mejor sus contenidos centrales, que agruparemos bajo los tres primeros subtítulos del presente Capítulo.

    Primer contacto con los textos medulares de la Plática del 31 de mayo.

    Como ya lo advertimos en la Presentación (pgs. 15-18), este capítulo está más bien destinado a despertar recuerdos en los lectores que ya conozcan la historia de Schoenstatt, e interrogantes en quienes no la conozcan. Pero tanto los unos como las otras nos ayudarán a enfrentar con mayor interés el quinto punto del presente Capítulo, que nos conducirá a plantearnos la pregunta central de este libro: hoy, ¿qué es evangelizar? Por lo mismo, no nos sorprendamos con los recuerdos, que tal vez a unos les parecerán pocos, ni tampoco con las interrogantes que para otros podrán sonar a terminología demasiado extraña. Porque en el Capítulo 12 volveremos a esta misma fecha: 31 de Mayo de 1949. Y esperamos que entonces se agradecerá este anticipo porque, ya desde ahora, nos permitirá abrirnos a la pregunta: ¿qué es un proyecto evangelizador?, y esto en una perspectiva a la vez tan vital como clara. Tal como es la del Evangelio de Jesús. Que germinó desde la sencilla y concreta historia de un carpintero de Nazaret. Y que -después de 20 siglos de ser vivida y reflexionada- llegó a formularse -tras el Concilio Vaticano II- en un genial documento del Papa Pablo VI que estudiaremos en el Capítulo 3, Evangelii Nuntiandi.

    Pregunta central de este libro: hoy, ¿qué es evangelizar?

    A la luz de dicho documento, iremos descubriendo cómo el P. Kentenich había compartido un enfoque muy similar. Pero con décadas de anticipación. Y que, justamente a través de ese lenguaje tan particular que usa en la plática que comentaremos, está ofreciendo a la Iglesia no sólo un proyecto muy vital, sino un proyecto vivo. Por otro lado, ciertamente su proyecto fue claro . Aunque no sólo por lo que acerca de él escribiese en su Carta Respuesta, ni en los cientos de miles de páginas que ya había escrito antes y que seguiría escribiendo después acerca de cómo evangelizar al hombre de hoy desde un punto de vista bíblico, teológico, antropológico, pedagógico, etc. .

    El P. Kentenich anticipa lo expresado por Pablo VI, con un proyecto ya vivido sobre cómo evangelizar al hombre de hoy.

    2. El riesgo asumido por María y su misión evangelizadora

    Si se medita la plática dada por el P. Kentenich, en ese memorable anochecer del 31 de mayo de l949, lo primero que llama la atención es su profundo amor por María. Ella es la persona que llena su corazón. Y es por Ella que ha tomado la decisión que está llevando a cabo. El no lucha por una causa abstracta, porque no es un hombre despersonalizado y colectivista, sino -por el contrario- capaz de cultivar hondos y cálidos vínculos personales. Y no sólo con las personas que visiblemente lo rodean, sino también con aquéllas -como Dios y María- cuya presencia sólo percibimos por la fe.

    El P. Kentenich no combate por una causa abstracta: ligado a María, es por Ella que lucha.

    Entre él y María existe una Alianza de Amor extraordinariamente real. Pero no se trata tan sólo de aquélla queimplícitamente- supone el hecho salvífico del propio bautismo (el cual, al comunicarnos la vida personal de Cristo, nos vuelve -en El- necesariamente hijos de su propio Padre y de su Madre). Esto podría haberse conservado en su conciencia (como en muchos cristianos sucede) tan sólo como una simple verdad o deducción abstracta. Pero no ha sido así. Porque, a través de muchos otros momentos salvíficos de su propia vida, que prepararían esa Alianza de Amor con María (sellada en 1914), esa verdad teológica se había ido convirtiendo para él en una experiencia cada vez más vital y permanente. Y es este amor personal a María, lo que le hace sentirse profundamente responsable de su misión para nuestro tiempo.

    Ser hijo de María, se había convertido para el P. Kentenich en una experiencia vital permanente.

    El amor que el P. Kentenich profesa a María explica también la amplitud de sus horizontes. Por un lado, él tiene claro que María puede ser modelo de todos los cristianos, bajo un aspecto en que no puede serlo Cristo: cómo debemos nosotros (los seres puramente humanos) creer en El y seguirlo. Pero, además, el P. Kentenich posee una visión singular de la Santísima Virgen, pues la mira, particularmente, en el contexto de todos los desafíos de nuestra época y está convencido de que Ella -mediante su presencia y su acción como Madre Educadora- será decisiva para el hombre actual, en cuanto a la superación de los más graves problemas que todos enfrentamos a diario.

    María como ser puramente humano permite descubrir cómo creer en Cristo y seguirlo, para lo cual Cristo no puede ser modelo.

    Ahora -en un momento crucial de la historia de Schoenstatt- la Alianza con Ella se renueva y profundiza. Al adelantar aquí algunos textos seleccionados de la plática, intentemos encontrarnos mediante ellos, con el corazón de un hombre lleno de santo amor a María y vibrante de responsabilidad frente a su misión evangelizadora hacia el futuro:

    En la plática del P. Kentenich se percibe cómo vibra su corazón hacia María.

    Los dos contrayentes, que desde hace tanto tiempo se pertenecen el uno al otro, se vuelven a enfrentar de nuevo en este lugar santo. (p. 348, n.7)

    Ambos contrayentes -María, por un lado, y el P. Kentenich y su Familia por otro- renuevan su Alianza en un mutuo intercambio de desvalimiento, de disponibilidad y de fidelidad. Pero el telón de fondo central para el P. Kentenich, es el convencimiento de la misión peculiar que la Santísima Virgen tiene para nuestro tiempo:

    "La Santísima Virgen tiene una gran tarea frente a Occidente (Cap. 1, n. 21*, p. 51). Una vez que me hizo comprender esto, me pidió que yo también le entregase todo". (p. 351, n. 26)

    Por eso siente él -ahora- que debe hablar y proclamar públicamente su mensaje; que debe jugarse entero por Ella, con una urgencia que lo lleva a exclamar: ¡No puedo dejar de predicar! (p.350, n.23). Porque las críticas que hacía el Visitador en su informe, ponían de manifiesto -precisamente- esa mentalidad que para el P. Kentenich era la que estaba socavando peligrosamente la vitalidad de la Iglesia. Y la que María -justamente- quería vencer desde su Santuario de Schoenstatt. Es por eso que ha escribió esta respuesta que ahora ha colocado sobre el altar:

    Ha llegado el momento de jugarse por Ella, en su lucha contra esa mentalidad mecanicista.

    Quien tiene una misión ha de cumplirla, aunque un salto mortal siga a otro. La misión de profeta trae siempre consigo la suerte de profeta (p. 349, n.19).

    Dicha suerte (propia de quienes se adelantan a su época) consistía en el peligro de ser mal entendido, como tantas veces había sucedido -aun al precio de la propia vida-no sólo con los profetas del Antiguo Testamento sino también con Cristo. Tal peligro era muy real. Pues la confrontación pedagógica con el Visitador de rango episcopal, cuya mentalidad mecanicista él denunciaba, corría el riesgo de entenderse como una confrontación con todo el episcopado alemán. Además, su carta podía despertar temores de que tras aquel afán de aclarar principios pedagógicos, estuviese emergiendo una especie de poder pastoral rebelde frente al episcopado (como aquellos magisterios paralelos² que -30 años después- denunciarían los Obispos latinoamericanos en Puebla). Ciertamente, la actitud del P. Kentenich no tenía nada que ver con ello. Pero, de hecho, el estilo de ejercer la autoridad episcopal en esos años era tan diferente al de ahora, que la mínima apariencia de desobediencia resultaba gravísima. Por lo mismo, el P. Kentenich no exageraba en absoluto al afirmar:

    Riesgo de interpretar su conflicto con el Visitador como enfrentamiento con el episcopado alemán.

    "Pienso en el salto mortal que me atreví a dar en 1942 (es decir, cuando tomó la decisión que traería como consecuencia su envío al campo de concentración de Dachau) y estoy consciente de que esta vez se repite. Si no contáramos con la buena voluntad de la Santísima Virgen, nunca nos atreveríamos a dar este arriesgado paso". (p. 350, n.23)

    Para dar este paso arriesgado, había que contar con la buena voluntad de la Sma. Virgen.

    En efecto, el envío de su Epístola perlonga, podría costarle aún más caro que el riesgo corrido ante el nacionalsocialismo. En aquel entonces -en realidad- sólo se jugaba su propia vida; ahora, en cambio, arriesga directamente toda su Obra. Las noticias recibidas de Alemania le permitían ya presentir certeramente lo que pasaría cuando estallara el conflicto:

    En 1942 era su vida; ahora arriesgaba su Obra.

    Tenemos que contar con que este trabajo hiera nobles corazones allá en la patria; que despierte una violenta indignación; y haga que, en respuesta, se nos dé fuertes y duros contragolpes. No nos admiremos si se forma un frente común, poderoso y unido, de hombres influyentes en contra mía y de la Familia. Humanamente considerado, tenemos que contar -por último- con que nuestro intento fracase completamente. Y, sin embargo, no podemos sentirnos dispensados de correr el riesgo. (p. 349, n.19).

    No puedo dejar de hacerlo.

    Si el P. Kentenich da el paso del 31 de mayo, asumiendo la posibilidad real de todas estas consecuencias, es -en primer lugar- porque ve que está en juego la misión de María. Pero, también, lo hace por responsabilidad frente a la Iglesia y al destino de Occidente : es decir (dado el sentido que él atribuye a esta palabra), del mundo entero.

    Está en juego su responsabilidad frente a la Iglesia y al destino del mundo.

    Catorce años de exilio en Milwaukee testimoniarían -después- que esa suerte de profeta de que hablaba, no era simplemente una frase retórica, sino la prevista y muy concreta posibilidad de un futuro doloroso. Pero también mostrarían que María era la Virgen fiel (p. 351, n.29), que cuidaría perfectamente de él y de su obra.

    3. Nueva irrupción de gracias y nuevo envío evangelizador

    Todo Santuario de Schoenstatt es

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