Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Refugio 19
Refugio 19
Refugio 19
Libro electrónico382 páginas4 horas

Refugio 19

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La tierra está recubierta por una misteriosa niebla que oculta la luz del sol y ahoga toda forma de vida. Frente a la impotencia de los científicos para controlarla, el gobierno estadounidense se ha resignado a preservar a los ciudadanos más indispensables para la sobrevivencia del pueblo. Desde hace 11 años viven enterrados en refugios gobernados por estrictas reglas que garantizan la sobrevivencia de todos.

Es en uno de esos búnkeres donde vive Liam y su hermana mayor Kathlyn. Desde la trágica pérdida de sus padres, estos dos huérfanos cuidan afectuosamente el uno del otro. Los dos trabajan como reparadores en el seno del refugio 19 y se encargan de su mantenimiento.

Debido a un incendio en un generador, Kathlyn resulta gravemente herida. Sin embargo, los dirigentes se niegan a desperdiciar sus recursos para curarla. Indignado por esta decisión, Liam debe tomar una decisión: respetar las leyes del refugio o intentar salvar a su hermana y arriesgarse al exilio en un mundo devastado.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2019
ISBN9781071515518
Refugio 19

Relacionado con Refugio 19

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para jóvenes para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Refugio 19

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Refugio 19 - Myriam Caillonneau

    REFUGIO 19

    Otras obras de la autora

    Yggdrasil

    La profecía (enero 2016)

    La rebelión (julio 2016)

    La Esperanza (abril 2017)

    Refugio 19 (febrero 2018)

    Las Lágrimas de Aëlwynns

    El príncipe vencido (noviembre 2018)

    El último hechicero (2019)

    Colecciones de relatos

    (con la asociación de autores independientes de Grand-Ouest)

    Leyendas: entre tierras y mares (octubre 2017)

    Día de lluvia (octubre 2018)

    REFUGIO 19

    Myriam Caillonneau

    Agradecimientos

    Me gustaría agradecer a todos las personas que han contribuido, en distintos grados, a la escritura de este libro. Su trabajo y su apoyo han sido muy valiosos. Fueron mis primeros lectores y sus críticas, siempre constructivas, me ayudaron a avanzar.

    Gracias a la manada:

    Cécile, Chantal, Delphine, Françoise, Guillaume, Jean-François, Philippe et Philippe.

    Abuelita, te dedico este libro a ti, que tanto te gusta leer. Pienso mucho en ti y nunca te olvidaré. Te quiero mucho.

    ≡ 1 ≡

    La explosión

    El ruido incesante de las máquinas marcan el ritmo de mi sueño desde hace tanto tiempo que ya no me puedo imaginar la vida sin oír los rechinamientos, chirridos, traqueteos y crujidos que se han convertido en parte de mi existencia. El silencio me aterra. Una vez, cuando solo tenía nueve años, los motores se pararon y una angustia palpable recubrió nuestro refugio con un manto de plomo. Me acuerdo con una exactitud impresionante de estos dos días terroríficos. Nunca olvidaré el miedo de mi madre, la tensión febril de mi padre, los llantos de nuestros vecinos. Pasé cuarenta y ocho horas encerrado en mi habitación, prácticamente en la oscuridad. No, nunca podré superar el trauma de ese evento. Por suerte, la avería se pudo reparar y todo volvió a la normalidad: en fin, tan normal como es posible en el refugio.

    El tiempo continuó transcurriendo, tranquilo, inmovible, enmarcado por las reglas que nos permiten sobrevivir a todos. Me llamo Lian Keen, tengo dieciocho años y desde los 15 años se me considera un adulto. He heredado de mi padre, un excelente ingeniero, la comprensión de las máquinas. Adoro su olor, su complejidad e incluso el ruido que producen. Mi asignación al equipo técnico, ordenado por el Consejo, me llenó de alegría y desde entonces todas las mañanas contribuyo al buen funcionamiento de nuestra comunidad.

    Abro los ojos en un sobresalto que hace encoger mi corazón. Me toma algunos segundos comprender lo que acaba de ocurrir.

    ¡Una explosión!

    Me caigo de mi litera, con el espíritu todavía nublado por el sueño. Mi coloco rápidamente mi mono de trabajo, deslizo los pies en mis botas, cojo mi cinturón de trabajo y empujó la puerta. Una bocanada de aire ácido y acre entra con fuerza en la pequeña habitación. Todavía corriendo, amarro las ataduras de mi equipo y saco la máscara respiratoria de mi bolso. Me la colocó febrilmente sobre mi boca y me uno al mar de siluetas que apenas distingo en la luz rojiza y temblorosa de la iluminación de emergencia.

    —Eso viene del generador principal —grita alguien.

    —Me da igual —dice una chica de la seguridad—. Tienen que cortar la ventilación o nos asfixiaremos todos.

    —Si es el generador principal, ¡estamos perdidos! —suelta una voz femenina.

    Comparto esa opinión. Si nuestra primera fuente de energía deja de funcionar, no podremos sobrevivir. Las otras bases están demasiado alejadas para pedirles ayuda y es inútil esperar que nos acojan. A todo el mundo le falta lugar, alimentación, oxígeno...En caso de avería mayor, todos los habitantes del refugio 19 estamos condenados.

    Irrumpimos en el vestíbulo principal ya abarrotado. La atmosfera es irrespirable. Los intercambiadores de aire funcionan al máximo porque alguien ha tenido la buena idea de cambiar de circuito para evacuar los humos de un incendio. Vuelvo a tener esperanza. No todo está perdido.

    Encaramada sobre una tarima, la presidenta del Consejo domina la muchedumbre. Janine Faraday es una mujer robusta que se impone por su autoridad natural y, en el refugio, no son muchos los que se atreven a contradecirla. Levanta el micrófono y su voz resuena contra los muros de la enorme sala.

    — ¡Calmaos! Todo va bien. No ha ocurrido nada grave. El equipo de noche ya está trabajando en ello.

    — ¿Qué ha pasado? —grita alguien.

    Posa una mirada enfadada sobre la persona inoportuna que se encoje bajo su impacto. No me gustaría estar en su lugar.

    —Ha ocurrido una deflagración en la sala del generador de emergencia. No os inquietéis. Tenemos controlada la situación. No ha ocurrido nada catastrófico. Determinaremos las responsabilidades más adelante.

    — ¿Se ha destruido? —pregunta un espectador.

    A medida que transcurre el discurso, vuelve a surgir mi inquietud. Mi hermana forma parte del equipo de noche que trabajaba en el generador afectado.

    —Está muy dañado y, por el momento, ignoro hasta que punto. El generador principal no se ha visto afectado. Ahora tenéis que mantener la calma y todo volverá a la normalidad.

    —Eso crees —susurra una voz que conozco bien.

    Me vuelvo y cruzo la mirada burlona de mi mejor amiga. Minchi me guiña el ojo.

    —Ella quiere que pensemos que todo va bien. ¡Se equivoca! El generador de emergencia es tan importante como el principal. Muchos sistemas funcionan gracias a él.

    — ¿Crees que no lo sé?

    He contestado más secamente que lo que pretendía.

    —Oye, vale, tranquilo...

    —Kathlyn trabajaba esta noche.

    —¡Joder! ¿Tienes noticias?

    —No, ¡pero voy a conseguirlas!

    Pienso realmente lo que acabo de afirmar. Necesito saber y voy a enterarme. Me deslizo en medio de los Diecinuevistas, el nombre oficial que utilizamos en contra la recomendación del Consejo. Me muevo entre la multitud sin demasiadas dificultades gracias a mi metro noventa y uno. Llego rápidamente a la puerta que lleva al sitio de emergencia. Tres guardias de seguridad impiden el acceso, pero haré lo que sea para convencerles. Me aparto del último cordón de mirones y me acerco.

    —Atrás, chaval —exclama el responsable.

    —Soy parte del equipo técnico y...

    — ¡Atrás: he dicho! ¡Aquí no pasa nadie! Orden del Consejo.

    —Pero, tengo a mi...

    —Ya nos vamos —interviene Minchi—. Solo quería echar una mano.

    —No es necesario. Los adultos se encargan.

    —Tenemos...

    — ¡Ven Liam! Es inútil.

    Ella me lleva aparte. Le hago caso a regañadientes y después me resisto.

    — ¡No! ¡Debo entrar, Minchi!

    — ¡Calla! ¡No tan fuerte, idiota! Esos tipos de la seguridad son muy tozudos. Nunca te abrirán la puerta. Lo único que vas a conseguir es pasar la noche en una celda.

    — ¿Y qué?

    — ¡Ven! Conozco un acceso para llegar al sitio del accidente.

    — ¿Los conductos de ventilación?

    — ¡Sí! Vamos a pasar por el pasillo 7. Una vez en el depósito n. º 2, será fácil deslizarse en la oficina del equipo de emergencia.

    —Es una buena idea. Gracias, eres la mejor.

    —Lo sé.

    Ella se ruboriza un poco. Me parece extraño ya que no tiene la costumbre de mostrarse tímida. La puerta no está vigilada. Nos apresuramos por el pasillo vacio. Hay que ser rápido. Acelero, después corro hasta el final del pasillo. Me detengo delante del depósito y dejo que me escanee el sistema de seguridad. Como miembro del equipo técnico, estoy autorizado a entrar en todo el complejo. El panel se desliza sin hacer ruido y constato con alivio que la enorme sala está vacía.

    — ¡Uf! Podemos estar tranquilos. ¡Mira!

    Minchi me señala una rejilla en lo alto.

    — ¿Cómo llegamos hasta allí?

    —Podemos utilizar las cajas.

    — ¡Sí, genial!

    Minchi siempre tiene buenas ideas, pero no tengo ninguna intención de reconocerlo. Desplazar los cofres pesados y voluminosos es agotador. Con un gruñido empujo el último contra el montón. Jadeo como un buey, apoyado contra la pared, pero hundiendo un dedo en mi pecho, Minchi me pide que la ayude. Pone su pie sobre mis manos juntas y la subo sin esfuerzo, es tan ligera. Ella se agarra a la parte superior de la columna y se impulsa hasta lo alto. Saca el atornillador multifunción del bolsillo - todos los miembros del equipo técnico tienen uno - y cuando la alcanzo, ella ya ha terminado de desatornillar la rejilla.

    — ¡Entremos!

    —Yo paso primero.

    — ¿Por qué? ¿Porque eres un chico?

    —Bueno...

    ¿Qué puedo decir?

    —Liam Keen, ¡odio a los machos! —dice ella con ese tono tajante que le gusta.

    Se desliza dentro del conducto y no tengo otra alternativa que seguirla. Hace tiempo que sé que no se puede discutir con Minchi cuando ha decidido algo. Lamento rápidamente haber aceptado este camino, mis hombros raspan las paredes. Para pasar, debo arrastrarme con la fuerza de los brazos. Mi mono se engancha a una aspereza y se desgarra, llevándose un poco de piel con él. Tendré algunos cardenales y cortes cuando salga de allí. ¡Me da igual! Solo pienso que Kathlyn está en peligro al otro lado de este muro. Me contorsiono con más rabia aún y, centímetro a centímetro, logro salir de esta trampa y alcanzar a Minchi. Ella termina de desatornillar el cuadrado de rejilla que bloquea el paso. Cae en la habitación provocando tal ruido que los dos nos quedamos inmóviles. Esperamos algunos segundos, pero nadie viene. Minchi se pone de espaldas, se agarra a lo alto del túnel y logra salir con gracia del conducto. A mí no me va a resultar tan fácil

    — ¡Date prisa! —susurra ella.

    Vuelvo a reptar pero me es imposible darme la vuelta. Paso los brazos por la apertura y me aferro a ella hasta que logro sacar los hombros, después no tengo otra alternativa que dejarme caer con fuerza.

    — ¡Ay!

    Minchi no puede evitar troncharse de risa y, desde luego, eso me irrita.

    —Ayúdame en lugar de reírte con tantas ganas.

    —Perdóname —dice ella tendiéndome la mano.

    Yo hago el amago de ignorarla, pero no puedo resistirme por mucho tiempo a su expresión mitad arrepentida, mitad burlona. Agarro su mano y me levanto riendo yo también.

    —Estos lugares no están hechos para mí.

    —No, eso está claro.

    Instintivamente frunzo el ceño. Mi altura y mi anchura me acomplejan desde siempre. Me siento torpe e inadaptado en esta vida enclaustrada.

    — ¿Liam?

    —Es necesario llegar al generador de emergencia —digo farfullando.

    — ¿Qué tal estás? ¿No te has hecho daño?

    —No 

    Me encojo de hombros para disimular mi malestar. Minchi pone su mano sobre mi brazo.

    —Lo siento. No debería haberme burlado.

    —No pasa nada...

    Somos amigos desde nuestra entrada al refugio, así que no podemos enfadarnos por mucho tiempo.

    —Ven, sigamos avanzando —dice ella con una sonrisa.

    Ella abre la puerta. Un humo espeso inunda todo el pasillo pero eso no nos detiene. Bordeamos la pared con precaución. Un ruido sordo y rugiente me deja paralizado en el lugar. ¡Fuego! Nos llegan los gritos de los que combaten el incendio. Me quedo paralizado.

    — ¡Oh, mierda! —exclama Minchi—. Es grave.

    Su intervención me saca de mi estupefacción y grito:

    — ¡Ven!

    —Espera, no podemos—...protesta ella agarrándome la mano.

    — ¡Kathlyn está allí dentro!

    Mi libero, cojo un extintor enganchado a la pared y atravieso la puerta del generador de emergencia sin pensar en las consecuencias. Al interior, el resto del equipo de noche lucha contra el incendio, apoyado por una brigada de seguridad y algunos cazadores. Kathlyn dirige a sus nombres. A pesar de la sangre que mancha su rostro, parece indemne. Suspiro de alivio, después me acerco a los bomberos improvisados. Aprieto el gatillo del extintor y lanzo la espuma activa que se eleva, ahogando las llamas. El pequeño aparato se agota rápido y debo retroceder.

    — ¡Atrápala!

    Minchi acaba de alcanzarme. Lleva una de las mangueras contra incendios integradas en la pared. Están repartidas en todos los puntos neurálgicos y se alimentan directamente de las reservas. Me quedo admirado. Minchi siempre se toma el tiempo de pensar antes de actuar. Agarro la pesada manguera y presiono el gatillo. Un chorro espeso de agua con espuma se descarga sobre las llamas. Me resulta difícil retener la manguera pero lo consigo. Este aporte parece tener un impacto positivo y, después de varios minutos de lucha, el fuego comienza a remitir. Mi vecino lanza un suspiro de alivio: el incendio es uno de los peligros más temidos en el refugio.

    La deflagración me toma por sorpresa. El impulso de la explosión me lanza como si fuera una pluma y me golpea violetamente contra el muro. Un velo negro desciende ante mis ojos y pierdo el conocimiento.

    ≡ 2 ≡

    Malas noticias

    Recobro la conciencia de manera brusca, totalmente desorientado. Dedico algunos segundos a recuperar mis sentidos. Un pitido insistente agrede mis oídos y no logro centrar mi atención. ¡Minchi! Me acuerdo de los últimos minutos. El incendio y la explosión. Busco con la mirada a mi camarada y logro verla. Esta postrada a tres metros de mí. Me apoyo sobre el abdomen y me arrastro hacia ella, mi corazón late con fuerza. Ella ha venido aquí por mi culpa y si muere nunca me lo perdonaré. Toco su rostro con suavidad. Ella abre en seguida los ojos y yo suspiro aliviado. Tenía miedo.

    —Liam... Oh, ¡Dios mío!

    —Minchi... ¿No estás herida?

    —No creo. ¿Y tú?

    —No lo sé... Estoy bien... Y... Oh, ¡mierda! ¡Kathlyn!

    Casi olvidaba a mi hermana. Me levanto con dificultad. Todo gira en torno a mí y me veo obligado a apoyarme en la pared para no caerme. Con el humo espeso que oscurece la sala, no distingo a nadie. Me acuerdo con precisión del lugar donde estaba Kathlyn antes de la deflagración, y me dirijo hacia allí titubeando a través de la habitación. Estoy a punto de tropezar con los cuerpos. Debo comprobar si están heridos o muertos, pero, muy egoístamente me contento con pasar encima de ellos.

    — ¡Necesito ayuda, aquí! —grita alguien—. ¡El fuego está casi apagado pero hay evitar que vuelva a prenderse!

    No reconozco la voz, pero tiene razón. El impacto de la explosión ha sofocado momentáneamente el incendio, pero hay que aprovechar para controlarlo mientras todavía sea posible. El chico rocía copiosamente las pequeñas llamas que aún bailan por las esquinas y ahogan los desechos humeantes. Debería ayudarle, pero solo quiero una cosa: encontrar a mi hermana. Continúo buscándola con una febrilidad cada vez más desesperada. El desanimo me inunda y no me atrevo a enfrentar mi terror a la idea de perder a Kathlyn. Al fin la veo. Reconozco sus caballos rojizos, herencia de nuestra madre. Está atrapada bajo una placa de acero arrancada del generador por la deflagración. Me dejo caer a su lado y pongo mi dedo tembloroso en su carótida. ¡Uf! Su pulso todavía late. Debo sacarla de allí. Me pongo de pie y uso todas mis fuerzas para levantar la placa, pero no es suficiente.

    — ¡Ayuda!

    Nadie responde ni se acerca a mi lado. Agarro la placa y, con los músculos hinchados por el esfuerzo, intento de nuevo darle a vuelta. Sin éxito.

    — ¡Necesito ayuda!

    Me ensaño contra este enorme trozo de acero, sin lograr moverlo ni un centímetro. Termino por arrodillarme, con los ojos llenos de lágrimas. Estoy desesperado.

    —Kathlyn, ¿me oyes? Kathlyn, soy yo....soy Liam. Ponte bien, te lo ruego. Piensa en Benjamín, no puedes dejarlo solo.

    Mi sobrino, Benjamín, tiene cinco años. Su padre era cazador y, como muchos, murió durante una salida. Nunca hemos sabido realmente cómo ocurrió. Un accidente. Andy Malone no vio nacer a su hijo. Desde su muerte, yo ejerzo de hermano mayor y, a veces, incluso de padre sustituto. Benjamín me adora. Al imaginarme que el niño se queda huérfano, siento las lágrimas bajar por mis mejillas.

    — ¡Liam!

    ¡Por fin!

    — ¡Aquí! ¡Estoy aquí, Minchi!

    Me levanto haciendo grandes gestos.

    — ¡He encontrado refuerzos!

    Detrás de la joven, reconozco a Virgil y Silas. Mis amigos se acercan corriendo.

    — ¿Necesitas ayuda? —pregunta Virgil.

    — ¡Sí!

    Unimos nuestras fuerzas para mover la pesada placa. Se resiste, pero continuamos intentándolo con saña. Al final cede y cae el suelo con un estrepito. Sin esperar, me dejo caer junto a mi hermana.

    — ¿Kathlyn?

    —He avisado a la enfermería —dice Minchi colocando una mano sobre mi hombro—. No tardarán.

    —Gracias...

    No me atrevo a mover a Kathlyn. Ni siquiera a tocarla. Su estado me aterra.

    — ¡Se va a poner bien, chaval! —afirma Virgil.

    No respondo. No me salen las palabras. No quiero perder a mi hermana. La sola idea me paraliza.

    —Chicos, id a ver si los otros necesitan ayuda —ordena Minchi.

    —Si... Tienes razón. Ven, Silas.

    Yo sigo de rodillas junto a Kathlyn y el tiempo parece estirarse. Espero. Estoy tan aturdido que ni siquiera tengo la fuerza de ser impaciente. Me sobresalto cuando el equipo médico irrumpe en la sala del generador. La doctora Jane Pearson se pone en cuclillas a mi lado y ausculta a Kathlyn.

    —Tiene que salvarla.

    —No te preocupes Liam, haremos todo lo posible.

    —Gracias.

    Los camilleros levantan a mi hermana con precaución, después la depositan sobre una camilla. La doctora Pearson me sonríe para intentar tranquilizarme. No me atrevo a decirle que no funciona.

    —Liam, nos faltan brazos. ¿Quieres ayudarnos?

    — ¡Claro!

    Ella tiene razón. Necesito sentirme útil.

    — ¡No tardéis! El doctor Brückmann está listo para intervenir.

    El refugio 19 se articula en ocho pasillos que forman una estrella desde una sala central. Por tanto, nos vemos obligados a regresar al corazón del complejo, para seguir el pasillo que lleva al hospital. A nuestra llegada, la enfermera en jefe echa un vistazo a Kathlyn antes de ordenar que la lleven a la sala de operaciones.

    —Tenemos que inclinarla sobre la mesa, me ordena el camillero—. ¡Con cuidado!

    Con la mayor precaución posible, transferimos nuestra carga sobre la superficie metálica. Kathlyn está en un estado terrible. ¡Dios mío!

    — ¿Piensa que el doctor podrá salvarla?

    —Ni idea, chaval. Debo regresar allí. Ven conmigo, necesitamos toda la ayuda que podamos.

    —No, yo...

    — ¡La supervivencia del refugio es lo más importante!

    Nuestras reglas no se discuten, me lo han repetido toda la vida, pero se trata de mi hermana. Dudo todavía si obedecer.

    —Doctor, tiene que salvarla.

    — ¡Salid de mi sala de operaciones! ¡Venga! ¡Fuera!

    No tengo alternativa. Acompaño al enfermero hasta el generador, aterrado y desolado por la idea de perder la única familia que me queda.

    ≡•≡•≡•≡•≡

    Deposito el último herido en una cama del hospital con un suspiro de cansancio. Este accidente es una catástrofe sin precedentes para el refugio 19. Nos va a llevar tiempo recuperarnos. Con los hombros caídos, me uno a mis camaradas. Ahí está Virgil Morris, un chico alto, con la piel negra satinada, de silueta alargada y una elegancia natural. Su mirada castaño claro seduce a todas las chicas y su sonrisa traviesa las retiene. Siempre he sentido envida de la facilidad con que se expresa y de su popularidad. Mi compañero de piso, Silas Banks, se ve casi enclenque. Lleva una vieja camiseta del mundo de antes, con un personaje de armadura negra y casco extraño que lleva una espada luminosa de color rojo mientras exclama: «Yo soy tu padre». He visto esas películas antes de la catástrofe y me encantaban. Actualmente detesto esa camiseta porque me recuerda una época en la que mis padres todavía estaban vivos. Minchi Picard está sentada en una de las sillas, con el rostro entre las manos. Es pequeña y delgada, casi andrógina. Su pelo negro, brillante y liso es corto, lo que refuerza su aire de chico maquillado. Levanta la cabeza. Sus ojos enormes almendrados, llenos de lágrimas, expresan una empatía tan grande que me rompe el corazón. Vicky Pearson viene hacia mí, pasa un brazo alrededor de mis hombros y me da un beso fraternal en la mejilla. Su cabellera ondulada, espesa y sedosa, de color castaño claro cae en cascada sobre mi espalda y destacan su silueta tan femenina.

    —Todo va a salir bien —murmura ella.

    — ¿Cómo ha pasado? —pregunta Silas.

    —No se sabe nada —responde Minchi con un voz que el humo ha vuelto ronca.

    — ¿Cómo está Kathlyn? —pregunta Virgil.

    —Ni idea. He tenido que dejarla en las manos de Brückmann. Me ha echado.

    —No podemos seguir sin noticias —exclama Vicky—.Espérame, voy a preguntarle a Jane.

    La doctora Pearson, la hermana de Vicky, va de un herido a otro prestando primeros auxilios o indicando a las enfermeras que deben hacer.

    —Su hermana es realmente guapa —murmura Silas.

    Tiene razón. Jane Pearson es extremadamente seductora, alta y rubia. Habría que estar ciego para no darse cuenta. Jane echa a su hermana pequeña con gesto enfadado y Vicky regresa hacia donde estamos, con aire avergonzado.

    — ¡Me ha mandado a paseo!

    —Está ocupada, es normal —dice Minchi para ganar tiempo—.Ten paciencia, Liam.

    —Si Kathlyn muere, ¿qué será de Benjamín?

    —No lo he pensado.

    —No se va a morir —exclama Virgil—. Brückmann es un buen médico.

    Asiento moviendo ligeramente la cabeza y ellos respetan mi estado de ánimo. Seguimos esperando. Realmente tengo suerte de tener amigos tan fieles.

    Las horas pasan, interminables. Terminó por sentarme al lado de Minchi. Me quedo en silencio, perdido en mis pensamientos. No me doy cuenta cuando llega la doctora Pearson.

    — ¿Liam?

    En un solo instante, me imagino decenas de escenarios, uno más horrible que el otro.

    — ¿Sí? ¿Kathlyn? ¿Hay algún problema?

    —Ven conmigo —me ordena la doctora.

    —Ve —murmura Minchi apretándome la muñeca.

    Me obligo a dirigirle una sonrisa forzada. Mi angustia llega a un nivel insoportable, pero el apoyo de mi amiga de infancia me calma un poco.

    —Me llamo Jane Pearson,

    Meto las manos en los bolsillos para impedir que tiemblen. Entramos en una pequeña habitación y lo único que veo es a mi hermana acostada sobre una de las dos camas médicas. Está lívida. Un tubo sale de su boca. Tiene un catéter insertado en el brazo. Una de sus piernas está suspendida con una polea. El doctor Brückmann revisa los gráficos de las máquinas. Me acerco un poco tambaleante. Mi corazón se agita de forma salvaje en mi pecho.

    —Ah, ¡aquí estás, chaval! —dice al oírme llegar—. Me gustaría tener tiempo de explicarte en detalle el estado de tu hermana pero, lamentablemente, ella no es la única víctima. He tenido que operarla. Tenía tres costillas rotas y un hombro dislocado. Suena impresionante pero no es dramático. La buena noticia es que parece que su columna vertebral no ha sufrido ningún daño.

    Dejo escapar un suspiro.

    —Entonces, ¿no es tan grave? —me sorprendo demostrando esperanza, antes de notar el rostro serio del viejo médico.

    —Su fractura de cráneo es lo que más me inquieta. Los traumatismos craneanos tienen consecuencias difíciles de detectar antes de que el paciente despierte.

    La ola de optimismo que acabo de experimentar desaparece tan rápido como ha llegado. Aprieto los puños a la espera de más malas noticias.

    —Su pierna está fracturada en varios lugares —explica Brückmann—. Es una fractura abierta. Tendremos que contener la infección, pero la herida más preocupante es la ruptura del bazo.

    — ¿Cómo...?

    —Está muy dañado. Teóricamente, con reposo, el órgano debería repararse a sí mismo. Sin embargo, es posible que empeore y que me vea obligado a realizar una ablación.

    —Pero...Creía que no se podía vivir sin bazo, ¿no, doctor?

    Recuerdo haber leído esa información en algún sitio, pero no puedo evitar que tiemble la voz.

    —Cierto... En el pasado era así, la paciente está vulnerable a todas las infecciones, pero, con las vacunas al día, la situación sigue siendo manejable. Ahora...

    —A los niños los vacunan.

    —Mientras tengamos existencias, los vacunamos, pero...Escuche joven, todavía no hemos llegado a ese punto. Siga esperando. Jane, le explíquele lo que falta. Me esperan para una operación.

    —Sí, doctor.

    —Y hágalo rápido, Jane. Los heridos la necesitan.

    —Por supuesto, doctor.

    Aloïs Brückmann sale de la habitación con pasos fuertes. Tiene algo de anacrónico, y el traje gris que lleva sobre su camisa blanca destaca su aire de médico rural.

    —Vamos a hacer todo lo posible por curarla, Liam —dice Jane Pearson—. Te lo prometo.

    —Es necesario. Ella tiene un hijo pequeño y...

    —Lo sé. Descansa un poco con ella. Después, tendrás que dejar la enfermería. Tus amigos y tú ocupáis demasiado espacio y tenemos mucho que hacer, seguro que lo entiendes. Cinco minutos, Lian... ¿De acuerdo?

    Asiento silenciosamente y espero a quedarme solo. Me siento junto a Kathlyn y le tomo la mano dulcemente. Me asusta la idea de agravar sus heridas.

    —Kathlyn...tienes que recuperarte. No me abandones, por favor...No tú...No todavía.

    Mis palabras se ahogan en un sollozo desesperado.

    Acababa de cumplir trece años cuando mi padre murió a causa de una fuga de gas en el generador principal. Se sacrificó por evitar una explosión que habría dañado el refugio. Eso destruyó a mi madre. Se mantuvo encerrada, totalmente inconsolable, durante varias semanas. Comenzaba a recuperarse cuando una nueva desgracia golpeó a nuestra familia. Andy Malone desapareció en una misión al exterior. Este evento agotó la resistencia de mi madre, quien no soportó ver como su hija vivía ese duelo. Comenzó a delirar, a decir que el refugio nos mataría a todos y, una tarde, al volver de la escuela, la descubrí colgando en nuestro apartamento. A veces, por las noches, me despierto gritando, convencido de que ella está suspendida justa aquí, a mi lado.

    Ese trance ha reforzado los lazos que me unían a Kathlyn. Me mude con ella hasta que tuve la edad suficiente para ocupar un cargo de verdad y

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1