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La Biblia responde: Preguntas honestas, respuestas concretas
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Libro electrónico208 páginas3 horas

La Biblia responde: Preguntas honestas, respuestas concretas

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Cuando conocemos a Cristo, nuestra vida completa es transformada. También nos cambia nuestra forma de ver la vida. De pronto nos encontramos con cosas que antes dábamos por sentado, y ahora sabemos que no son correctas. Y que algunas cosas que pensábamos no eran para nosotros son parte de una nueva vida en Jesús. En el centro de eso está un Libro antiguo y relevante que, si bien tiene un mensaje central muy claro, también está lleno de detalles y de historias que no son fáciles de comprender.

El propósito de este libro es proveer de respuestas a muchas de las preguntas más comunes en la iglesia del mundo hispano. Estas no son todas las preguntas, ni tampoco son las respuestas definitivas. Lo que queremos es responder de una manera concisa y resumida, mostrando cómo podemos ir a la Biblia y al evangelio para dar sentido a nuestras vidas. Y ese es el propósito: que podamos llevar a Jesús todas nuestras interrogantes, y escuchar Su voz en Su Palabra. 


​When we come to know Christ, our lives are completely transformed. Our way of viewing life changes, as well. We all of a sudden encounter things we thought were a certain way, and now we know that way was incorrect. And other things we used to believe weren't meant for us are actually part of a new life in Jesus. In the center of all this, there is an ancient and relevant Book that has a very clear central message, filled with details and stories that are not so easy to comprehend. 

The purpose of this book is to provide answers to many of the most common questions of the Church in the Hispanic world. These are not all the questions, nor are they the definitive answers. What we want to do is respond in a concise and summarized manner, demonstrating how we can go to the Bible and the Gospel to make sense of our lives. And that is the purpose: that we may bring all our inquiries to Jesus, and listen to His voice through His Word. 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 ago 2018
ISBN9781535906791
La Biblia responde: Preguntas honestas, respuestas concretas

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    La Biblia responde - Jairo E. Namnún

    general

    Vida diaria

    1

    ¿Cómo puedo entender mejor la Biblia?

    Jairo Namnún

    «Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley» (Sal. 119:18).

    La Biblia es la Palabra de Dios. Nosotros, en lugar de escalar hasta Dios y tratar de discernir Sus pensamientos, interpretar Su naturaleza o lanzar dados para obtener respuestas, tenemos Su revelación en las páginas de un libro. Eso lo convierte en el libro más maravilloso de todos los tiempos, uno que presenta la noticia más hermosa: el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Salvador.

    Sin embargo, la Biblia se terminó de escribir hace casi 2000 años, y algunas porciones de ella datan de más de 3500 años. Eso implica que nos fue dada en una cultura diferente a la nuestra. Piénsalo de esta forma: hace diez años todavía no existía el iPhone, ni Facebook, ni Snapchat. ¡Hace 20 años no existía Google!

    A eso le agregamos que la Biblia fue escrita en un idioma diferente al nuestro, y que contiene diversos géneros y figuras del lenguaje difíciles de comprender.

    Recordemos: si es la revelación del Dios infinito, eso implica la presencia de información que una mente limitada como la nuestra no podría discernir. Sin embargo, Dios es bueno y permite que entendamos un poco de Su mente y conozcamos la Escritura para así conocerlo a Él. Entonces, aquí te doy siete consejos breves para entender mejor la Escritura:

    Colócate en tu lugar. Lo acabamos de expresar: Él es Dios, y tú no. Por tanto, cuando te acerques a la Escritura, hazlo con humildad; anhela que sea Dios quien te hable y te juzgue, no tú quien juzgues lo que Él afirma.

    Lee la Biblia. No basta con leer un capítulo a la semana. Es necesario profundizar en el texto. Como casi cualquier actividad, cuando lo haces la primera vez o con poca frecuencia, no te resultará tan fácil como al hacerlo con regularidad.

    Lee la Biblia despacio. Los planes de lectura bíblica cada año son buenos, porque puedes tener una excelente panorámica. Pero para descifrar lo que la Biblia enseña debes tomarte tu tiempo en cada pasaje. No te afanes por terminar un número específico de capítulos (recuerda que la Biblia ni siquiera se escribió por capítulos). Más bien, dedica a cada porción su tiempo, esfuérzate por conocer la idea detrás de cada división natural. Tómate tu tiempo al leer.

    Lee la Biblia en su contexto. Al leer pregúntate: ¿Te encuentras en el Nuevo o en el Antiguo Testamento? ¿El texto es poesía o narrativa? ¿En qué momento de la narrativa estás? ¿En qué momento de la historia estás? Si lees el Nuevo Testamento, ¿te hallas en una carta o en un evangelio? Con esto quiero decirte que hagas el esfuerzo por conocer qué lees en la actualidad.

    Lee la Biblia en comunidad. Esto implica, en primer lugar, que puedas formar parte de una congregación donde cada semana se predique la Biblia. Pero también debes unirte a algún grupo pequeño o comunidad misional donde puedas hacer preguntas y poner en práctica los mandamientos de la Escritura.

    Lee la Biblia con Jesús en mente. Nuestro Señor nos enseñó en el Evangelio de Lucas que toda la Escritura trata de Él como la imagen perfecta de Dios (Luc. 24:25-27). El apóstol Pablo nos enseña que es en Cristo Jesús que las promesas de Dios son cumplidas (2 Cor. 1:20). Entonces, de una manera u otra, cada texto de la Escritura señala a nuestro Salvador. En ocasiones como un tipo, una imagen que apunta hacia Él en el futuro o para indicar alguna profecía cuyo cumplimiento está en Jesús. Otras porciones revelan la santidad de Dios que requería un sacrificio perfecto, así como Su provisión. Encuentra la avenida principal o la calle más pequeña que te apunta hacia Jesús y hacia Su cruz.

    Lee la Biblia en oración. Los cristianos somos bendecidos pues, al leer la Biblia, el autor está presente en nosotros. Por tanto, luego de pasar tiempo en la Escritura no dejes de lado la oración, pide al Señor que imprima Sus mandamientos en tu alma, provoque en ti pasión por Su Palabra y Su persona, y esclarezca aquellos textos que no puedes entender.

    No hay nadie más interesado que Dios en que los cristianos conozcan a Cristo a través de Su Palabra. Así que, abre tu Biblia día tras día, despacio, en su contexto, en comunidad, con Cristo en la mente y en oración continua. Al hacerlo, Dios abrirá tus ojos para ver las maravillas de Su ley.

    2

    ¿Qué puedo hacer si me cuesta leer la Biblia?

    Michel Galeano

    «Deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecerán en su salvación» (1 Ped. 2:2).

    El Señor me salvó en el 2005 mientras leía el Evangelio de Juan, y me dio un deseo por conocerlo más y leer Su Palabra. Sin embargo, después del primer año, esa pasión fue interrumpida y surgió una falta de deseo por estudiar la Biblia. No entendía por qué me costaba acercarme a ella. Y peor aún, cuando sí sacaba el tiempo para entrar en la Escritura, me resultaba difícil concentrarme en lo que leía.

    Quizá tú también has estado en esa situación. Te cuesta leer la Biblia, no porque dudes que es la Palabra de Dios y necesitas leerla, sino porque el deseo no está.

    ¿Cómo podemos enfrentar esto? Déjame ofrecerte tres verdades que uso para combatir la falta de deseo por leer la Biblia.

    1. Identifica el problema: El pecado

    Aun cuando se nos ha dado ese nuevo corazón que Dios prometió (Deut. 30:6; Ezeq. 36:36) —por Su gracia en Cristo y por el poder del Espíritu Santo—, el pecado está presente en nuestra vida. Todo creyente experimenta una lucha contra el pecado (Rom. 7:21-23).

    La falta de deseo por la Biblia es pecado. Antes de acusarme de legalista, permíteme explicarte por qué. Al disponer nuestro deseo en otras actividades antes de anhelar conocer más a Dios por medio de Su Palabra, indicamos que existen diversas ocupaciones que nos sacian más que el detenernos a meditar en la Escritura.

    Puede ser que debamos organizar mejor nuestro tiempo y prioridades, pero es imperativo reconocer que esos son solo síntomas del problema, porque la raíz de la falta de deseo es el pecado. Por lo tanto, debemos identificarlo y confesarlo.

    2. Lucha en las fuerzas de quien nos libertó: Cristo

    Aun cuando nuestra lucha contra el pecado es ardua, no estamos solos en la batalla. ¡Cuán hermoso es poder decir como el apóstol Pablo: «Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro…» (Rom. 7:25,

    rvr1960

    )! Y también podemos declarar que en Cristo luchamos contra el pecado por el Espíritu Santo hasta llegar a la gloria, pero sin condenación (Rom. 8:1).

    Así que, al identificar que la falta de anhelo por leer la Biblia es pecado, debemos predicar el evangelio y recordar que por esto Cristo murió. Los creyentes luchamos de este lado de la eternidad en las fuerzas y por la gracia de nuestro Salvador.

    3. El medio para la salvación y la santificación: La Palabra

    Por último, debemos ver la conexión entre la necesidad de la Palabra de Dios para salvación y el fruto de esa salvación.

    Vemos la necesidad de la Palabra de Dios para salvación en 1 Pedro 1:10-12,23-25. Allí el apóstol explica cómo Dios habló por medio de los profetas y que así todo fue escrito para nuestro beneficio. La Palabra del Señor permanece para siempre y posee el poder de abrir los ojos de los incrédulos de modo que vean a Cristo. Además, la revelación de Dios hace crecer al creyente en su salvación. Esto lo evidenciamos en 1 Pedro 2:2, que leímos antes.

    La propia Palabra de Dios es el antídoto cuando surge el desinterés por leerla. Pedro utiliza el ejemplo de un bebé que, al probar la leche de su madre por primera vez, la anhela siempre porque es su alimento, su sostén y el medio para crecer.

    De igual manera, la Palabra de Dios es el medio que Él ha diseñado para que crezcamos y seamos santificados. Necesitamos Su revelación para nacer de nuevo, y también para crecer en nuestra salvación. Roguemos a Dios que nos haga conscientes de nuestra necesidad, y de cómo Él la ha suplido por medio de Su Palabra.

    Quiero animarte a que oremos al Padre para que nos dé el deseo de leer Su Palabra y que ella habite en abundancia en nosotros (Col. 3:16). Por medio de la Escritura conocemos más a Dios y descubrimos cómo afiliarnos a Cristo, la fuente de todo gozo, sabiduría, amor y paz.

    3

    ¿Cómo sé si soy regenerado?

    Will Graham

    «De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios —dijo Jesús—» (Juan 3:3).

    Asistir a la iglesia no indica que seas salvo. Haberte bautizado tampoco. Ser hijo de creyentes no te da un pasaporte al cielo.

    ¿Entonces cómo puedes saber si de verdad perteneces al Señor? La respuesta reside en un término teológico con frecuencia olvidado en nuestros días: regeneración.

    La regeneración alude al nuevo nacimiento, una obra de Dios que convierte el alma del pecador de modo eficaz.

    El anuncio de la regeneración

    Cuando Jesús explicó la doctrina de la regeneración a Nicodemo, Él reveló que la enseñanza ya se había dado en el antiguo pacto. El Señor preguntó al fariseo: «Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas?» (Juan 3:10), como diciendo que esto era algo que ya Nicodemo debía conocer. Hay varios pasajes donde vemos la promesa de la regeneración pronunciada por el Altísimo en el Antiguo Testamento:

    «Les daré un corazón que me conozca, porque yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios, porque volverán a mí de todo corazón» (Jer. 24:7).

    «Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel afirma el Señor: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (Jer. 31:33).

    «Haré que haya coherencia entre su pensamiento y su conducta, a fin de que siempre me teman, para su propio bien y el de sus hijos» (Jer. 32:39).

    «Yo les daré un corazón íntegro, y pondré en ellos un espíritu renovado. Les arrancaré el corazón de piedra que ahora tienen, y pondré en ellos un corazón de carne» (Ezeq. 11:19).

    «Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis preceptos, y obedezcan mis leyes» (Ezeq. 36:26-27).

    En cada caso advertimos la misma realidad: el nuevo nacimiento sucede por Dios y en Su soberanía. Por ello comprendemos la alusión de Cristo a la libertad del Espíritu en efectuar la regeneración: «El viento sopla por donde quiere…» (Juan 3:8).

    La naturaleza de la regeneración

    La voluntad caída del ser humano no posee el poder para el nuevo nacimiento; esa autoridad le pertenece al Señor. ¿Cuántos de nosotros decidimos el día en que naceríamos? ¡Ninguno! ¿Acaso llamaste a tus padres nueve meses antes de nacer para pedirles que tuvieran un hijo? ¡Desde luego que no! De la misma forma, el nacimiento espiritual depende del soplo del Omnipotente.

    Además de la metáfora de nacimiento empleada por Juan en su Evangelio, Pablo utiliza dos imágenes para referirse a la regeneración: una nueva creación (2 Cor. 5:17; Gál. 6:15; Ef. 2:10) y una resurrección (Rom. 6). ¿Acaso Adán tuvo que otorgar un permiso al Señor para crearlo? ¿Decidió Lázaro cuándo iba a resucitar? En los dos casos, observamos que el agente humano es por completo pasivo, ya que la regeneración es efectuada por Dios. Al fin y al cabo, ¿quién más podría cambiar el corazón tan perverso del género humano, sino solo el Dios Todopoderoso?

    Los efectos de la regeneración

    Una persona sabrá que ha nacido de nuevo por los efectos que la regeneración produce en su vida. La Escritura menciona varios frutos preciosos que acompañarán a los que son nacidos de lo alto.

    El primer efecto es la conversión; esto es, la fe y el arrepentimiento. Quienes han nacido de nuevo creen en el Cristo crucificado y resucitado como fuente de su eterna salvación (1 Jn. 5:1). Se han arrepentido del pecado y ahora quieren vivir para la gloria de Dios.

    El segundo efecto es una nueva disposición en el corazón. Una persona renacida no vivirá como antes porque el eje de su ser ha sido revolucionado. No podrá vivir en paz con los ídolos. Comienza a odiar las cosas que antes amaba y a amar aquellas que odiaba (1 Jn. 3:9). Hay un cambio radical en sus afectos y aspiraciones. Si esta transformación no se ha consumado, es probable que no haya nuevo nacimiento.

    El tercer efecto es la manifestación continua del fruto del Espíritu Santo. Esto no significa que el nacido de nuevo ya no yerre, sino que la vida del creyente se caracterizará por «… amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza» (Gál. 5:22-23, rvr1960). Así lo expresa Juan: «Si reconocen que Jesucristo es justo, reconozcan

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