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Los periódicos británicos jugaron un importante papel en la invención del asesino en serie como una criatura de pesadilla casi mitológica. En 1888, el desalmado que descuartizaba prostitutas del East End londinense fue ingeniosamente llamado “Jack el Destripador”. Durante aquel otoño atroz, la prensa recibió un montón de cartas y postales supuestamente del maniaco. Cuando los asesinatos se hicieron más horripilantes, editores y periodistas emprendieron una verdadera tormenta mediática. El desconocido homicida acechaba las calles con sigilo fantasmal y no dejaba de desconcertar a Scotland Yard con su talento para escabullirse y el tremendo salvajismo de sus actos. Para los agentes, la prensa y los ciudadanos aterrorizados de Whitechapel, se trataba de un nuevo tipo de loco: un asesino sin un motivo identificable. Mataba por diversión, tal como afirmaba en una de sus supuestas cartas.
El asesino en serie surgió de la cultura popular y ha permanecido con nosotros desde entonces. A las plumas más osadas e insensatas se deben el hecho de que los asesinos provoquen y amenacen a través de los periódicos y el tratamiento del crimen como un juego. Estos monstruos fueron así capaces de burlarse de la ley, jactarse de su poder intelectual y pretender ser genios. “Atrápame cuando puedas”, alardeaba Jack el Destripador. No todos los asesinos en serie anhelan su momento público de gloria, pero el Asesino del Zodiaco de California ciertamente sí lo hizo. Se aprovechó de la publicidad porque sabía que los homicidios eran el punto culminante del drama humano y suponían una excelente venta. Así lo expresa el reportero interpretado por Kirk Douglas en la aclamada sátira de Billy Wilder (1951): “Las buenas noticias no son noticia”.