Año/Cero

LOS PODERES TAUMATÚRGICOS DE LA REALEZA

A partir de la Edad Media, el carácter sacro de los monarcas adquirió una nueva forma de manifestarse directamente relacionada con el plano de lo sobrenatural: la curación mediante imposición de manos. Aunque ya se registraron acciones de este tipo en la antigua Grecia, fue tras la implantación definitiva de la ceremonia de la unción cuando esta adquirió verdadera popularidad. Existen numerosos registros sobre esta práctica en la que los reyes, investidos de su carácter divino, posaron sus manos sobre sus súbditos enfermos, acto que popularmente pasó a conocerse como «toque de reyes».

Utilizado en un principio posiblemente con un exclusivo carácter propagandístico, la creencia según la cual el tacto del rey poseía poderes curativos se fue extendiendo cada vez por más países a lo largo del medievo y perduró hasta bien entrado el siglo XVIII como creencia común, manteniéndose en ciertos lugares hasta el siglo XX, aunque bajo distinta forma. Ya se encuentran, sin embargo, referencias a este «don» de los reyes y mandatarios en textos de la Antigüedad. Plutarco, por ejemplo, en su obra Pirro, cuenta que este rey del Epiro poseía el poder de curar nada menos que en los dedos de los pies.

LA «ESPECIALIZACIÓN» DEL DON CURATIVO

Aunque en un principio es probable que los reyes «curasen» mediante imposición de manos todo tipo de dolencias, con el paso del tiempo y la definitiva implantación del ritual, se especializaron en la curación de las escrófulas o lamparones, términos por los que popularmente se conoce a la adenitis tuberculosa, una inflamación de los ganglios linfáticos provocada por los bacilos de la tuberculosis, dolencia que probablemente escogieron los monarcas o sus asesores debido, como señala el antropólogo forense de la Universidad Complutense de Madrid, el profesor José M. Reverte Coma, a su cronicidad y a la tendencia a la remisión espontánea de sus síntomas –que muchos consideraron ingenuamente milagrosa–, lo que no haría difícil a los monarcas hacer creer a sus súbditos en la existencia de un poder curativo por medios mágicos.

Los ganglios que más fácilmente atacaba la tuberculosis –en unos tiempos en los que la salubridad y la higiene dejaban mucho que desear y donde pestes y hambrunas eran moneda corriente–, eran los situados en el cuello, que cuando no se trataban correctamente producían supuraciones que

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