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La unción y los símbolos que rodearon a la consagración real, además de la estrecha colaboración entre Iglesia y Estado en ciertos casos, no fueron los únicos elementos utilizados para consolidar el poder y legitimar el origen «sagrado» de la realeza. Existieron otros que llegaron a tener una gran relevancia, entre ellos, la exaltación de los hechos «providenciales» a través de los denominados sueños de los reyes, que estos, según sus hábiles propagandistas, experimentaron cual si de profetas se tratara, demostrando así la descendencia divina de todo su dinastía.
Como apunta en un interesante artículo Alicia Miguélez Cavero, de la Universidad de León, fue en Roma donde al parecer se sentaron las bases de este tipo particular de sueño, de carácter claramente político, que alcanzaría una gran trascendencia en el medievo. Al margen de la tradición bíblica, prolífica en este tipo de sueños, la mayoría de los estudiosos coinciden en atribuir al general romano Sila su creación para utilizarlo como forma de legitimación ante su pueblo, verdadera razón, más allá del elemento sobrenatural y providencialista, de que dichos sueños «proféticos» surgieran.
Sin embargo, estas particulares experiencias oníricas, conocidas como somnia imperii, no fueron exclusivas de la república y el Imperio romanos, ni siquiera de Occidente, pues podemos encontrar ejemplos en las monarquías orientales y también en el mundo helenístico, de donde probablemente fue heredada dicha forma de legitimación, a pesar de que no contamos con datos fiables para afirmarlo con rotundidad.
Después de Sila los sueños de reyes se