Año/Cero

EL PROCESO DE LOS VENENOS

Bajo el cetro de este monarca de gran peluca que disimulaba su baja estatura usando zapatos de tacón, el país al otro lado de los Pirineos se convirtió en el lugar con más brillo y pompa de todo el viejo continente. El que fuera conocido como el Rey Sol, por querer emular al astro rey, soberano solar de agudo tacto político y militar, convirtió la ciudad de la luz en el centro más esplendoroso del Viejo Continente.

Pero en la Francia del siglo XVII, una época a las puertas de la modernidad pero aún anclada en muchos aspectos en el pasado, la superstición, la magia y el paganismo convivían con las gentes. Y sería precisamente en los círculos cortesanos, entre el esplendoroso lujo y el desenfreno, donde, curiosamente, lo oculto y lo macabro, el crimen en estado puro, surgió con más fuerza, y unos hechos hasta entonces impensables en la corte, en cualquier corte, grotescos y morbosos, levantarían un auténtico vendaval en el país en el que se desencadenaría menos de un siglo después la Revolución.

PRIMEROS INDICIOS

La caja de los truenos se abrió cuando fue detenida la marquesa de Brinvilliers, una especie de «viuda negra» de aquel siglo. Marie Madeleine d’Aubray, marquesa de Brinvilliers-La-Motte, era una de las mujeres más respetadas de la aristocracia, hija de Antoine Dreux d’Aubray, nada menos que consejero de Estado, preboste, vizconde y teniente civil de París. Ardiente y apasionada, de ojos azules, pelo castaño, piel muy blanca y menuda de estatura, se casó a los 21 años, en 1651, con Antoine Cobelin de Brinvilliers, barón de Nocerar.

Era habitual que en aquella Francia del XVII los nobles tuvieran amantes (ni que decir tiene del rey), y ya que el marqués de Brinvilliers los poseía, la joven Madeleine, para mantenerse entretenida, se enredó con un capitán de caballería, amigo de su esposo, de nombre Jean Baptiste Godin de Sainte Croîx. Aunque el marqués parece que hacía la vista gorda ante la relación adúltera, el antiguo consejero Antoine descubrió el romance de su hija y, profundamente enfurecido, hizo uso de sus influencias para mandar a prisión a Sainte Croîx, que fue encerrado en la siniestra prisión de la Bastilla el 19 de marzo de 1663.

Tras los gruesos muros de aquella cárcel parece que el mancillado amante aprendió a fabricar venenos de todo tipo, a través de un tal Eggidi o Gilles, personaje quién sabe si apócrifo, un misterioso italiano, posiblemente alquimista, que había estado al servicio de la reina Cristina de Suecia, soberana cautivada

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