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Poco antes de la medianoche del 5 de junio de 1944, un pequeño grupo de personas camina por las oscuras calles de un barrio de las afueras de Londres. A la altura de una de las típicas casas de la calle Crespigny, el grupo se detiene y una figura delgada, con la cara enmarcada por unas enormes gafas, se adelanta y llama a la puerta. Este hombre, Juan Pujol, es el principal agente doble británico, conocido por el nombre en clave de Garbo debido a su talento para la interpretación. En el que será el papel de su vida, Pujol se ha transformado en el agente secreto alemán Arabel, uno de los informadores más fiables con los que cuenta Hitler.
Según Pujol entra en la casa esa noche de junio, va detrás Tommy Argyll Robertson, conocido como Tar, líder de la sección quinta de la inteligencia militar británica, el MI5, especializado en contra-inteligencia. Luego pasa Tommy Harris, superior inmediato de Pujol en el MI5, al que sigue el teniente Roger Fleetwood-Hesketh. La retaguardia la forma el sargento Charles Haines, un antiguo empleado de banca ahora encargado del mantenimiento del radiotransmisor que utiliza Pujol. Los cinco hombres, vestidos de civil, acaban de dar cuenta de una exquisita cena en casa de Harris, donde incluso han saboreado un Chateau Ausone de 1934 de su imponente bodega.
Ahora, en el interior de la casa de la calle Crespigny, se ven invadidos por una extraña mezcla de excitación y nerviosismo. La misión que deben llevar a cabo constituye, en apariencia, la mayor traición que pueden cometer contra los aliados: advertir a los alemanes de la inminente invasión de Normandía a la mañana siguiente, el 6 de junio de 1944.
«LA VERDAD DEBE MANTENERSE CON MENTIRAS»
El agente Garbo y sus colegas no estuvieron en la primera línea de combate vistiendo uniforme. Tampoco planificaron la ofensiva que haría retroceder a la Wehrmacht. Y sin embargo, con Juan Pujol —treinta y dos años—al frente, jugaron un papel fundamental en la batalla que decidiría el futuro de Europa: el Día D. El trabajo de estos hombres resultó