La diosa Ishtar de los babilonios, la Inanna de los antiguos sumerios, vinculada al amor y la guerra, era amada a la vez que temida. Se solía representar como una estrella de ocho puntas y se la asoció con el planeta Venus, con la estrella de la mañana. En distintas representaciones aparece de pie, completamente desnuda, con las manos sobre el vientre o bien sosteniéndose los senos; también se la muestra, en ocasiones, sobre un carro tirado por leones blandiendo un arco, en tono amenazante.
Diosa del cielo, la fertilidad y del amor, los griegos la llamarían Afrodita y los romanos Venus, con sus propias particularidades y diferencias entre culturas que fueron heredando antiguos dioses. Desde su victoria contra la muerte, que enseguida conoceremos, Inanna es representada con alas, cuerpo humano y garras de bestia que recuerdan su viaje al inframundo para convertirse en reina de los infiernos, a la vez que de la tierra y el cielo. Tocada con cuernos, porta un bastón de serpientes, y en algunas representaciones aparece con las llaves del cielo y la tierra, como la romana Cibeles y la Ceres olímpica.
En sumerio, Inanna significa «Reina del Cielo» y se la conocía como «La princesa hija de la Luna» y «La Estrella de la Mañana y de la Tarde». En la mitología sumeria era responsable del crecimiento de las plantas y animales y de la fertilidad humana; sin embargo, tras su viaje a los infiernos sería revestida con los poderes y misterios de la muerte y la resurrección, emergiendo a la vez como deidad que gobernaba el firmamento, la tierra y el inframundo.
Una diosa cuya rica mitología es de carácter lunar, con un lado oscuro y otro luminoso, como la mayoría de deidades que salpican el pasado de los pueblos, que representa el drama del desafío humano en la tierra y que sale