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Pasamos casi un tercio de nuestra vida durmiendo… y soñando. Soñar es una actividad indispensable para engrasar nuestra maquinaria biológica de la que aún desconocemos muchos de sus aspectos fundamentales. «En realidad, sabemos muy poco de qué están hechos o para qué están hechos los sueños. Intentamos reunir pequeñas pruebas y contar una historia a partir de ahí, pero la naturaleza subjetiva y personal de los sueños hace difícil establecer una base universal», argumenta Leila Salvesen, experta en la Unidad de Investigación MoMiLab Grupo de Sueño, Plasticidad y Experiencia Consciente [SPACE] en la Escuela de Estudios Avanzados IMT Lucca.
Aunque las técnicas de investigación en torno a esta materia se han desarrollado con profusión en los últimos años, lo cierto es que el sueño es un proceso largo y cambiante a lo largo de la vida que resulta difícil de examinar. Mientras que un bebé duerme muchas horas, un anciano tiene un sueño más fraccionado y duerme mucho menos. «Las técnicas nos apuntan cosas en el plano biológico, pero no nos dicen nada de la psicología de la persona, que tiene un papel muy relevante en el modo cómo uno duerme o las dificultades que uno tiene para dormir por su perfil de personalidad. ¿Cómo afronta cada persona el estrés, o las situaciones que más o menos le preocupan o le apasionan?», se pregunta Javier Cabanyes Truffino, especialista en Neurología de la Clínica Universidad de Navarra.
¿Por qué soñamos? Es uno de los grandes enigmas que la ciencia trata de desentrañar desde hace siglos.