La industria de los videojuegos se encuentra ahora mismo en uno de los momentos más extraños y contradictorios de su ya más de medio siglo de historia. El pasado año fue uno de los mejores que se recuerdan, merced a una cantidad de lanzamientos de calidad casi inabarcable, entre los que se contaron obras maestras como The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, Baldur’s Gate III, Alan Wake II, Marvel’s Spider-Man II, Starfield, Super Mario Bros Wonder, el remake de Resident Evil 4… Y el primer trimestre de 2024 no le ha ido a la zaga, con joyas del fulgor de Tekken 8, Final Fantasy VII Rebirth, Like a Dragon: Infinite Wealth, Prince of Persia: The Lost Crown, Persona 3 Reload, Dragon’s Dogma II, Banishers: Ghosts of New Eden, Rise of the Ronin… Lo normal sería que estuviéramos todos dando palmas con las orejas, como si nos halláramos a bordo de un crucero rumbo al paraíso neoyorquino y bajo la amenización de una despreocupada orquesta. Sin embargo, si bien es cierto que el transatlántico avanza, parece estar haciéndolo entre un sinfín de afilados icebergs, como si fuera el Titanic de camino al fondo del negro océano.
Nos encantaría ser optimistas y ver el mar medio lleno, pero resulta difícil hacerlo cuando uno observa lo que está pasando en la sala de motores, donde, como si de Los Simpson se tratara, parece haber alguien al mando gritando que la caldera necesita más mordiente y, en lugar de con carbón, la alimentaran con perros. Ya sabéis que, en esta revista, somos siempre partidarios de volcarnos en el lado lúdico de la industria, pero uno no puede hacer oídos sordos cuando escucha las cifras de despidos que se están produciendo en prácticamente cualquier compañía imaginable. A veces los números son excesivamente fríos, pero, detrás de los miles de trabajadores de Embracer Group, Microsoft, Sony, Electronic Arts, Riot Games o Epic Games que han perdido su empleo hay unos nombres, unos apellidos y unas historias. En general, de gente que ama los videojuegos como la que más y que aspira a hacer feliz a los demás con su trabajo, mientras otros reciben bonus multimillonarios y, a poco que vengan mal dadas, cual Montgomery Burns, no dudan en apretar el botón de la trampilla con la que soltar lastre.
No obstante, es justo decir que no todas las compañías están abordando igual la actual crisis. Porque, en general, casi todos los nombres que han trascendido son de compañías de América y Europa, pero no de Japón, donde la cultura laboral se entiende de otra manera y es habitual que un trabajador aspire a permanecer toda su vida en la misma empresa. Y eso sin olvidar el sentido de la responsabilidad y la honorabilidad, sublimados en la figura del añorado Satoru Iwata, quien, cuando Nintendo se tambaleó por el dubitativo inicio de 3DS y el descalabro de Wii U, fue el primero en arrimar el hombro, reduciéndose el sueldo y manteniendo la calma. El tiempo y Switch le acabarían dando la razón en el