Los “veinte dorados” dejaron tras de sí un imaginario de orquestas de jazz, speakeasies donde se burlaba la Ley Seca y pujantes rascacielos art déco trepando hacia la bóveda del cielo neoyorquino, mientras a ras de suelo se cimentaba una burbuja especulativa en bolsa a ritmo de frenético charlestón y disparos de metralletas Thompson, tan queridas por la Mafia. A ese brillo de prosperidad y a la estridencia de los années folles se superpuso una cultura gastronómica refinada, cosmopolita y de altos vuelos, a menudo olvidada. Ludwig Bemelmans rememora la trastienda de esos años en Hotel Splendide, la cara B del sueño americano, unas memorias publicadas en 1941 y que Gatopardo Ediciones ha sacado recientemente en España.
Bemelmans, a quien el irascibles, ascensoristas perezosos y friegaplatos exóticos. Un compendio de vidas que dieron forma al retablo humano que tiene por escenario los opulentos salones del Hotel Ritz-Carlton de la Gran Manzana, rebautizado como el Splendide por Bemelmans, donde estuvo empleado de 1914 a 1929.