En respuesta a la injerencia papal, el emperador Carlos V envió a Italia un ejército de españoles católicos y alemanes luteranos para aplastarlo, al mando del condestable Borbón
En 1521 la paz del César de la cristiandad se vio turbada por las reivindicaciones de Enrique II de Albret al trono de Navarra, en parte alentadas por el partido agramontés y por el rey Francisco I de Francia que buscaba un desquite por su derrota en la carrera al trono imperial. La guerra en esos días enfrentaba encarnizadamente a españoles y franceses, hasta tal punto de que estos últimos llegaron a tomar Pamplona, mientras el sufrido regente del reino, Adriano de Utrech —que llegaría a ser papa—, se encargaba de vigilar el curso de los acontecimientos desde la Casa del Cordón de Vitoria.
Estratégicamente, el emperador Carlos V decidió abrirle otro frente al enemigo y envió a Enrique de Nassau a sitiar Tournai, sin prisa aparente por entrar él en combate. Cómodamente instalado en el castillo de Montigny, allí estaba viviendo horas felices gracias a la sirvienta del señor, Juana van der Gheynst, que lo había enloquecido con su voz angelical. Unos meses después, el 18 de enero de 1522,