NARCOTRÁFICO
BOGOTÁ.– Aureliano es un hombre taciturno y de pasatiempos sencillos, como jugar dominó. Dice que por sus altos ingresos podría llevar una vida extravagante, en un lujoso condominio frente al mar y con una camioneta Toyota Land Cruiser con blindaje nivel 7 y dos escoltas a la puerta. Pero afirma que él prefiere el bajo perfil, la soledad y la convivencia ocasional con sus amigos de siempre.
Cuando “baja” o “sube” a otras ciudades para asuntos de negocios se moviliza en transporte público, frecuenta cafés con un libro en la mano y hace sus reuniones “de trabajo” en hoteles discretos, de tres o cuatro estrellas. Es amable y coqueto con las meseras que lo atienden. Ellas deben creer que es un profesor universitario o el director de una ONG medioambientalista.
En realidad, Aureliano –uno de los muchos nombres que usa en el mundo de la clandestinidad delictiva– es un bróker del narcotráfico, alguien que se encarga de garantizar que toda la cadena logística de ese negocio ilegal funcione con la precisión de un reloj suizo, “en beneficio de todos los involucrados”.
“Yo a lo que me dedico –agrega– es a la articulación del que aporta el capital, con el transportista y con un que transcurre en la habitación de un modesto hotel de una ciudad intermedia de Colombia. Una de las muchas que forman parte de su itinerario comercial.