La primera «guerra de pueblos». Así definió la Primera Guerra Mundial Winston Churchill. Para el futuro primer ministro del Reino Unido, se habían terminado las contiendas de ejércitos. Y es que, frente a los conflictos bélicos anteriores, esta no se desarrolló solo en los frentes de batalla, sino también en la retaguardia. La magnitud del enfrentamiento, el gran número de potencias implicadas y la colosal demanda de que aquella fuera una guerra moderna animaron la estrecha conexión entre el frente y la retaguardia que lo aprovisionaba.
Las necesidades de material de los ejércitos obligaron a llevar a cabo una fuerte planificación y a considerables transformaciones en el campo productivo, laboral y sanitario. En todos ellos, el papel de los civiles resultaría crucial. Equipamiento militar, víveres y medicinas procedentes de las ciudades llegaban en grandes cantidades hasta las líneas de combate. Y para satisfacer la demanda, la industria hubo de adaptarse a las necesidades bélicas.
Con los hombres en el frente, la falta de obreros en la industria era cada vez más preocupante. La necesidad de aumentar la producción de las fábricas de armamento se alivió con mano de obra femenina. Las mujeres entraron masivamente en las fábricas de municiones, se encargaron de los trabajos más duros en el campo