La Palestina de hace dos mil años era una estrecha franja, encajada entre el mar Mediterráneo y el gran desierto de Arabia, cuyas fronteras limitaban al norte y al sur con Siria y Fenicia y el desierto de Negueb, respectivamente. Su territorio no superaba los 25.0000 kilómetros cuadrados (algo más de la extensión que hoy abarca la Comunidad Valenciana) para una población que alcanzaría los 700.000 habitantes –30.000 de ellos residiendo en su capital, Jerusalén.
En tiempos de Jesús, Palestina formaba parte del Imperio romano desde el año 64 a.C. Tras la muerte del rey Herodes I el Grande –súbdito de Roma y al que se atribuye la célebre Matanza de los Inocentes, episodio legendario fabulado por los evangelistas sin visos de historicidad– en el 4 a.C., la principal área geográfica de Israel quedó dividida en cuatro provincias: Galilea (norte), Perea (este), Samaria (centro) y Judea (sur), en la que se integraba la ciudad de Jerusalén.
Estos cuatro territorios o tetrarquías fueron gobernados por dos de los hijos herederos de Herodes: Herodes Antipas (20 a.C.-39), que fue el etnarca las provincias de Galilea y Perea, y Arque- lao (23 a.C-18), quien gobernó sobre las regiones de Judea y Samaria. De estas cuatro regiones, la actividad de Jesús y sus discípulos se desarrolló principalmente en dos: Galilea y Judea.
