El ambiente de Roma amaneció caldeado la mañana del 7 de abril de 1378. La muchedumbre se agolpaba a las puertas del palacio apostólico para dar una «cálida» bienvenida a los cardenales que participarían en el cónclave. A aquellos electores que apostaban por la permanencia de la sede papal en Roma se los recibía entre vítores; quienes defendían la vuelta a Aviñón eran insultados y agredidos. Este era tan solo el principio del terror. Esa misma noche, la turba comenzó a asaltar el edificio. Por la mañana, los funcionarios pontificios se vieron obligados a romper la clausura de la asamblea para informar a los cardenales de la tensa situación. Pocas horas después, el nuevo sucesor de san Pedro ya estaba elegido. El anuncio de Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari, como Urbano VI se hizo cuando los asaltantes ya se encontraban en la propia sala del cónclave, que acabó de forma precipitada. Algunos cardenales salieron tranquilamente del lugar hacia sus casas, mientras veían a sus compañeros correr hacia el castillo de Sant’Angelo, acosados y apedreados por el pueblo romano. Pocos meses después, la cristiandad occidental se partió en dos.
LA HUIDA A AVIÑÓN
Las turbulencias políticas italianas convirtieron Roma en un lugar peligroso para el papa. Era una época de cónclaves excesivos —en algunos casos duraban varios años—, donde los cardenales se situaban a uno u otro lado de las disputas políticas del momento, enconando las discusiones sobre
