que regala la edad es que no hay placer en vacaciones como madrugar. La alarma se venga del tiempo secuestrado por las horas de trabajo, de nueve a cinco, de nueve a siete, de nueve a nueve, y el día queda, entonces, desenrollado y fresco frente al vacacionante, listo para ser ahormado como escoja su voluntad. Otra enseñanza que imponen los años revela que la elegancia no se descifra en los pliegues de una camisa blanca remangada como Dios manda (cuatro dedos bajo el codo) ni en los centímetros exactos de la pala de unos mocasines (que no encapote por completo el metatarso) ni en la elección de un color de manicura sobrio y distinguido (nunca pastel). La elegancia con el tiempo se descubre como una forma de respeto, como una manera de ser con los demás. Consiste –si el jeroglí? co del tiempo se está resolviendo con acierto– en que la presencia no se imponga y la ausencia se extrañe, en que en grupo la aparición propia engrase la conversación y relaje las mandíbulas, en que jamás haga burbujear el estómago, en que una retirada temprana no arranque en
UN SOL PARA LLEVAR
Apr 10, 2023
7 minutos
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