MEDELLÍN, COLOMBIA.- Para Diego Arias, la miseria humana tiene un olor característico que se percibe en toda su crudeza en las cárceles. “Es un hedor, una pestilencia, un aroma como a muerte”, asegura, y ese olor nunca se va, “se queda impregnado en uno”.
Él aún siente el vaho de miles de hombres hacinados que sufren y que se matan entre ellos con cepillos dentales convertidos en puntas afiladas, con varillas cortadas de las rejas, con jeringas rebosantes de sangre de los presos enfermos de sida.
Diego Arias cree que, hasta hoy, huele a cárcel. “Mi familia me lo ha dicho y uno trata de dejar la cárcel en la cárcel, pero cuando se pasa por ahí, uno queda impregnado de cárcel, y eso es algo que produce náusea”.
Y no es que Diego haya estado en prisión por cometer delitos sino que ha trabajado en el sistema penitenciario la mayor parte de su vida. Ingresó como dragoneante (custodio) en 1996.
Con ese grado lo enviaron a la cárcel de máxima seguridad de Itagüí (aledaña a Medellín), donde estaban los sicarios más temibles del narcotraficante Pablo Escobar, entre ellos , Valentín Taborda y Freddy González Franco, quien era parte del combo de “Los Hermanos Exterminio”. Esos criminales