El gentleman británico caminaba por las adustas calles de Sevilla, por el cuello de la camisa almidonada podían verse las gotas de sudor que le caían de su rostro pálido, parecía asombrado al no ver ninguna señal de guerra en el ambiente, no hacía frío a pesar de que estaban en febrero. Kim Philby no tenía que estar en España, pero haciendo gala de su intuición periodística se había arriesgado a cubrir la Guerra Civil española sin que ningún medio de su país lo enviara como corresponsal. Ya no trabajaba para la revista mensual World Review of Reviews y se había separado de su esposa Litzi Friedmann, una judía vienesa perteneciente al partido comunista. El periodista había sacado a Litzi de su país justo cuando el levantamiento de febrero de 1934 había dado más poder a los extremistas de derechas y las cosas habían comenzado a ponerse feas. Una vez en Londres su esposa le había presentado a un hombre llamado Otto, un tipo de origen checo, un comunista convencido que le había reclutado para la causa. Kim Philby era un hombre pragmático más que un idealista, pero su relación con Litzi y su odio al fascismo le había animado a tomar parte activa contra su expansión por toda Europa.
Cuando los británicos descubrieron que estaba en España también lo contrataron como agente y de esta manera, unos meses más tarde, era agente doble y corresponsal del Al parecer su padre había influido en su era uno de los periódicos más prestigiosos del mundo y aquello le abrió las puertas del Gobierno provisional del general Francisco Franco y del presidente de la República Manuel Azaña.