La historia de la piloto profesional de autos y tractocamiones de carreras Majo Rodríguez comienza en la cuna, cuando era una bebé a la que le brillaban los ojitos al ver los coches. Los de manos o de pedales eran sus regalos favoritos.
Hija de un mecánico que se esforzó por ser ingeniero, cuyo trabajo era arreglar y modificar autos de carreras, conoció a los pilotos que los conducían e invitaban a la familia al autódromo de Puebla. La niña creció viendo los coches rodar, escuchando el rugido de sus motores y maravillada con el olor a gasolina y llanta quemada.
Siempre le causó curiosidad que los pilotos eran hombres, también los aficionados que les aplaudían y los ingenieros que cuidaban de los bólidos. Pero una vez vio un auto rosa. Ella tendría unos cuatro o cinco años. Por el color infirió que era de una mujer. Nunca supo si sí o no, pero pensó: “Una mujer piloto”. A la edad de ocho, sin más reparo, le soltó a su papá: “Quiero ser piloto”. Sorprendido, al señor Rodríguez le agradó la idea de que, en su familia nuclear, integrada sólo por mujeres, una quisiera incursionar en los autos.
Lo más pequeño que existe en el automovilismo es la categoría de los Go Karts. Su papá le rentaba a Majo un kart con un motor de 50 centímetros cúbicos, los que usan las podadoras de pasto. Se trata del puro chasis con puntoneras (las defensas que lo rodean), las llantas, un pedal para acelerar y otro para frenar y el motor que se ve como un