Seguramente lo has experimentado en más de una ocasión. Asistiendo a una reunión en la que había más personas, trasladándote en el autobús o, simplemente, paseando por la calle. Has notado que alguien te estaba observando fijamente a tu espalda. Te has girado y has descubierto la mirada de una persona. También puedes haber experimentado el efecto contrario: observando fijamente la nuca de una persona has comprobado cómo, a los pocos segundos, esta ha girado su cabeza haciendo que vuestras miradas se cruzasen. El fenómeno, bautizado como escopaestesia –del griego skopeo (mirar, observar) y aísthesis (sensación, percepción)– resulta tan inquietante que muchos se preguntan si no se trata de un fenómeno de telepatía o de percepción extrasensorial.
¿EL PODER DE LA MIRADA?
Quienes han experimentado la sensación de “sentirse observado” perciben como si de la propia mirada se emitiese algún tipo de “rayo” invisible capaz de hacer girar el cuello de la otra persona, o a nosotros mismos. Esta atribución no es nueva. Ya el filósofo presocrático de la Antigua Grecia, Empédocles de Agrigento (nacido en la misma localidad del sur de Sicilia, y que vivió en el siglo V a.C.), a quien se atribuye la descripción de los cuatro elementos en la filosofía griega, desarrolló una teoría de la visión que, precisamente, sugería la existencia de estos “rayos invisibles”. Para Empédocles, la visión era el resultado de la convergencia de dos flujos: uno externo vinculado al objeto observado en sí (que definía su forma y color), y otro de naturaleza interna que se identificaba como una especie de haz de rayos (o “fuego”) emitidos desde el ojo. Es lo que se conoció como teoría de la emisión (o extromisión) de la percepción visual, que especulaba que estos rayos invisibles emitidos por los ojos, “chocaban” contra los objetos provocando así la sensación de visión.
La teoría