Alejandro Luna supo ser el cómplice indispensable de los renovadores cardinales de nuestro teatro, cuya obra no podría explicarse sin su generosa y provocativa Intervención escénica.
Trabajar con Alejandro Luna nunca fue fácil ni complaciente; siempre fue desafiante, provocador y exigente.
Era un cómplice leal. Sabía ser cómplice y sabía ser leal pero nunca incondicional, porque no hay lealtad incondicional y porque finalmente la incondicionalidad siempre oculta una traición, a veces la peor, porque quien se traiciona a sí mismo nunca será leal a nadie. La colaboración teatral con Alejandro Luna era fruto del entusiasmo, el cuestionamientoy la polémica. En Alejandro Luna los directores de escena podían encontrar al más despiadado de los críticos, pero también al más comprometido de los cómplices.
Formó a algunas de las mejores escenógrafas y