Nunca he visto tantos mendigos”. “Un burro cayó muerto el otro día en Campillo (Huelva) y la gente comenzó a pelear para conseguir una pieza”. “Están comiendo nada más que bellotas y castañas”. “Los famélicos pobres están comiendo gatos y perros”. “La inanición en esta ciudad es una realidad de la que soy testigo todos los días”. “Un cuarto de la población está prácticamente muriéndose de hambre”. Todos estos testimonios fueron recogidos por la diplomacia británica en España durante los años cuarenta. Reflejan una realidad catastrófica. Un país, sobre todo la mitad sur y los barrios pobres de los grandes centros industriales, sumido en la miseria, con hombres que “apenas pueden sostenerse en pie para trabajar” y un pueblo que “se está muriendo de hambre o al borde de la inanición”.
Según los datos disponibles, entre 1940 y 1951, la media de consumo de calorías entre los españoles era menor a 2.300 por persona y día. Alrededor de un 30% ni siquiera llegaba a las 2.000. Teniendo en cuenta las necesidades energéticas de la mayoría de los trabajadores de la industria y el campo de esa época, eran unas cantidades claramente insuficientes. Existen datos sobre años concretos, como 1946 y 1948, donde la media se situó alrededor de 1.500 calorías, que es el mínimo recomendable para que un cuerpo mantenga sus funciones metabólicas