Pensar que no hemos cerrado bien la puerta de casa al salir y acabar teniendo que volver cuando ya habíamos iniciado un viaje o estamos en la otra punta de la ciudad. Creer que vamos a abusar sexualmente de alguien. Temer que podamos insultar a quienes nos rodean con afirmaciones denigratorias o por motivos culturales, religiosos… Fantasear con la idea de empujar a alguna persona en un tren o en el metro. O incluso pensar que nosotros mismos vamos a saltar desde un punto alto o a dar un volantazo cuando vamos conduciendo. Son ejemplos de construcciones mentales disfuncionales y desagradables que aparecen de manera frecuente, automática y descontrolada, en ocasiones, en nuestro cerebro, y que nos producen angustia, miedo, zozobra, inseguridad… porque normalmente atacan nuestra axiología, nuestra escala de valores, o son contrarias a las normas sociales, hábitos o costumbres que rigen nuestra vida. En psicología se denominan pensamientos intrusivos.
«Los pensamientos intrusivos son ideas que se repiten en nuestra mente sin que las podamos controlar de manera intuitiva y que nos generan un malestar emocional considerable», explica la psicóloga Karen Pinilla (). En el mismo sentido se manifiesta la también psicóloga Laura Fuster, que los define como «pensamientos automáticos e involuntarios