HACE MUCHOS AÑOS, DEMASIADOS, que no veo un partido del Mundial con mi padre. Desde aquellos chascos con la selección en los ochenta y los noventa, antes de ser La Roja. Desde las corajudas alineaciones, plagadas de centrales, de Javier Clemente en el Mundial de EE. UU., ya con anuncios de Nike y esos campos con el césped cortado en círculos, el primer Mundial modernito. El último que disfruté como hijo.
Luego llegaron tiempos solitarios,