El atolón de Enewetak fue el escenario de la detonación de parte de las 67 bombas nucleares que EE UU hizo explotar en las islas Marshall. Durante dichas pruebas, las islas sufrieron el impacto destructivo y la potencia nuclear del equivalente a la detonación de 1,2 bombas como la que destruyó Hiroshima. Con una diferencia: dicho impacto se produjo todos los días y durante doce años. El desastre causado por aquellas pruebas fue de proporciones colosales, hasta el punto de que las Naciones Unidas declararon que aquellas pruebas nucleares habían tenido consecuencias dramáticas, envenenando las aguas, la tierra y el medio ambiente y, por supuesto, afectando por tanto a los habitantes de la zona. Y era lógico. Allí se desarrollaron las pruebas nucleares más potentes realizadas por EE UU.
Con el tiempo, se supo que la Comisión de la Energía Atómica estadounidense utilizó a los propios soldados de su país para llevar a cabo un experimento humano. Fue dentro de la denominada Operación Crossroad, durante la cual se detonaron varias bombas nucleares, entre ellas el proyectil bautizado como «Baker». El responsable de dicha operación fue un hombre llamado William H. P. Blandy, por aquel entonces vicealmirante y subjefe de Operaciones Navales para Armas Especiales, quien llegó a afirmar: «La bomba no producirá una reacción en cadena en el agua, ni convertirá todo en vapor de agua, ni hundirá los barcos, ni se va a producir un enorme agujero en el fondo del mar que arrastre todas las aguas, ni se producirá un colapso de la gravedad».
NIEBLA RADIACTIVA
Sin embargo, «Baker» era un artefacto nuclear de casi 23 kilotones de potencia, y las consecuencias de su explosión fueron terribles. El 25 de julio de 1946, «Baker» se detonó bajo el agua, a unos 28 metros de profundidad. Su destello fue abrasador y cegador. Generó una gigantesca burbuja de gas caliente bajo el agua, creando una onda de choque supersónica que aplastó todo lo que se encontraba a su paso, incluido el casco de muchos barcos que habían sido ubicados en ese lugar para comprobar sus efectos destructivos. Ningún ser vivo bajo las aguas sobrevivió en varios kilómetros a la redonda. La llamada «cúpula de pulverización», provocada por la explosión, estalló a través de la superficie formando una columna de dos millones de toneladas de agua mezcladas con arena del fondo marino, elevando un gigantesco géiser a una altura de casi dos kilómetros. Esa misma burbuja de gas, en su ascenso, inició un tsunami que provocó olas de hasta 30 metros, que cuando llegaron a las costas de la isla Bikini, la más cercana a la explosión –a 6 km de distancia–, arrasaron los primeros metros de costa.
Al tratarse de una detonación