Como persona, Fernando González Gortázar era un “tipazo”. Alegre, reflexivo, cariñoso y contundente, el humanista contemporáneo –como le llamaba la reconocida historiadora del arte Teresa del Conde– vivía en un devenir creativo que no aceptaba fronteras, ni disciplinarias ni jerárquicas.
Disfrutaba y vivía la cultura popular mexicana: conocía muy bien las “cancioncitas” porque su nana le enseñó a cantarlas, sabía de dulces y los convirtió en protagonistas interpretando sus formas en el proyecto de columna monumental “La gran charamusca” de 1975, y en los dos grupos fueron objeto de varios grupos escultóricos.