Comer y beber en Venecia
omer en Venecia siempre me ha parecido una misión difícil. Siento como si la buena comida estuviera escondida en algún lugar elusivo, solo al alcance de unos pocos elegidos que sí están en el secreto. Uno puede gastarse fortunas en lugares suntuosos, con vistas espléndidas, servidos por camareros con impolutas chaquetas y pajaritas, pero acabar con un triste de hinojo coronado con un disminuye alarmantemente. Sin embargo, uno no va al Harry’s bar a comer bien, al Harry’s bar se va a respirar el aire de Hemingway, de Maria Callas, de Picasso, de Chaplin, de Truman Capote. Se va a revivir las escenas más intensamente románticas y tristes de la última novela de Hemingway, cuando la condesa juega a entregarse a un hombre que se sabe moribundo. Se va a tomar el Bellini más escaso del mundo y a pagar sin rechistar y salir por la puerta con la sensación de haber habitado por unos minutos otra época más y brillante que la nuestra, lo cual es ya una poderosa razón para dejarse el sueldo en el Harry’s bar.
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