Hay en el marisco un discurso de ostentación, que se impregna en los dedos de quienes zampan cigalas, bogavantes y langostas; o se atiborran de carabineros, ostras y nécoras; sin preocuparse por las temporadas, orígenes y tallas. Manos pringosas, collares de perlas y botellas de champán. Son comensales que nunca pedirían centollo en invierno -qué vulgaridad-, sino cuando la primavera anuncia la época de reproducción. Los últimos atunes rojos tendrán el honor de acabar enterrados en sus dentelladas, mientras ellos ordenan ‘loritos’ y almendritas’ -siempre en diminutivo- con absoluta soberanía sobre los ecosistemas marinos. La vida son dos días, y a quién le importa si mañana hay gambas.
En algunas marisquerías de postín hay que reprimir