De la penicilina a los hospitales del siglo XXI
La historia de los antibióticos es una historia de éxitos gracias a su contribución en salvar vidas. La penicilina, descubierta en 1897 por el francés Ernest Duchesne, es sin duda uno de los grandes descubrimientos en el campo de la medicina. Aunque al principio recibió poca atención por parte de científicos y autoridades, a lo largo del siglo XX los antibióticos fueron ganando una popularidad creciente.
Los antibióticos son fundamentales en los hospitales para evitar determinadas infecciones después de haber llevado a cabo operaciones o trasplantes. Se utilizan en general –¡demasiado «en general»!– para tratar diversas infecciones bacterianas como faringitis estreptocócica, intoxicación alimentaria por E-coli y Salmonella, neumonía, apendicitis aguda, enfermedad de Lyme o listeria, entre muchas otras. Los hemos convertido en un recurso decisivo para defender el organismo humano del ataque de agentes externos, hasta el punto de que, sin ellos, el sistema sanitario lo tiene muy difícil.
Para que no crezcan las bacterias nocivas
Los antibióticos son compuestos químicos que en dosis adecuadas son capaces de inhibir el crecimiento bacteriano o incluso matar a estos organismos. Cuando una bacteria patógena nos infecta, una terapia efectiva con estos fármacos causa el fin prematuro de la infección, que de lo contrario podría provocarnos problemas crónicos o la muerte.
El problema es que las bacterias pueden mutar y desarrollar resistencia a uno o más antibióticos, de forma que los tratamientos dejan de ser efectivos. ¿Cuál es el origen de este problema? Se ha escrito mucho