La construcción de la basílica de San Pedro, en Roma, se financió con el esfuerzo de miles de fieles. Siendo estrictos, no se trató de un moderno crowdfunding, esas iniciativas donde miles de pequeños inversores se unen para una causa que consideran rentable o loable. En el siglo xvi, una jerarquía eclesial rapaz se aprovechó de un pueblo analfabeto. Paradójicamente, lo que logró levantar la basílica fue lo mismo que resquebrajaría las bases de la Iglesia hasta provocar su cisma más traumático: la Reforma protestante.
Todo empezó con el cónclave de 1447, en el que Nicolás V fue elegido papa. Como explica Ginny Justice, que ha dedicado un trabajo a esta etapa, el pontífice tuvo la astucia de ver que la Iglesia tenía que subirse al carro del Renacimiento. Bajo su patrocinio se tradujeron las obras de los clásicos y se abrió paso al nuevo arte humanista. Si el mundo se ensimismaba con los griegos, la Iglesia debía tenerlos de su lado. Sin embargo, su gran contribución fue la idea de reformar la antigua basílica de San Pedro, que se caía a pedazos. El nuevo templo debía ser la máxima expresión del arte renacentista, una hipérbole del humanismo y del cristianismo que impresionara a los peregrinos