PERIODISTA
El mundo estuvo no hace mucho dividido en dos grandes bloques de países enfrentados, uno liderado por Estados Unidos (EE. UU.) y otro por la Unión Soviética (URSS). Fue un enfrentamiento directo y no militar con afectaciones políticas, económicas, militares, informativas y hasta científicas. Ambos adquirieron, tras la Segunda Guerra Mundial, la condición de superpotencias y buscaron imponer sus modelos ideológicos y sociales, utilizando como elemento disuasorio las armas nucleares que tenían. El consiguiente temor a un tercer conflicto bélico global fue real y provocó lo que algunos han llamado una «paz helada» que estuvo a punto de romperse más de una vez. La segunda fase de la guerra civil china (1946-1949), la de Corea (1950-1953), la crisis de Suez de 1956, la de Berlín de 1961 y la de los misiles cubanos de 1962 son algunos de los ejemplos más conocidos.
La Unión Soviética y sus estados satélites nunca llegaron a enfrentarse a la alianza internacional liderada por Estados Unidos. Todo quedó en una amenaza constante que no pasó de ser lo que terminó en conocerse como la Guerra Fría y que abarcó de 1947 a 1991.
La Kominform soviética se convirtió en un mecanismo de control sobre los países satélite
Estados Unidos tenía claro, ya incluso desde antes de que llegase la derrota nazi en 1945, que la reconstrucción de Europa debía pasar por evitar la influencia comunista—sobre todo, entre la población empobrecida—, por lo que puso en marcha un programa