El término «adivinación» deriva del latín divinare, que alude a la predicción del futuro a través de la inspiración divina. Se utiliza tanto en referencia a las prácticas de la Antigüedad como a los más contemporáneos mecanismos que buscan desentrañar lo que permanece oculto en el destino futuro. Aunque la expresión «adivinación mesopotámica» pueda referirse a las técnicas utilizadas para predecir lo que estaba por venir, en realidad esos saberes trascendían lo puramente individual y privado. Funcionaron como un instrumento esencial que permitió la cohesión política y social en las tierras bañadas por el Éufrates y el Tigris. ¿Por qué? Porque la adivinación constituyó el principal sistema de comunicación entre los dioses y los seres humanos.
Las mancias sirvieron para mantener intactas y estables las bases de convivencia, simbiosis e intercomunicación que marcaba la relación entre la humanidad y lo divino en la Antigüedad. En Mesopotamia, el contacto entre los dioses y los humanos siempre era mediado; es decir, jamás se establecía un contacto directo entre la esfera divina y la esfera humana. Las divinidades no se presentaban ante los seres humanos en su grandiosidad terrible, envueltos en su aura de sobrenatural potencia, sino que lo hacían mediante signos. Para ello, los dioses utilizaban la totalidad de lo creado en los cielos y sobre la tierra como si se tratase de un lienzo, un papiro o una tablilla de arcilla sobre la que escribir su mensaje. Los signos premonitorios funcionaban del mismo modo que la compleja escritura cuneiforme: encapsulaban un sentido intrincado abierto a la ambigüedad para cuyo desciframiento se necesitaba un experto capaz de dilucidar el significado correcto.
Los mensajes que estos signos transmitían podían atañer al pasado (el origen de una enfermedad, por ejemplo), el presente (el carácter de una persona, la propiedad de una decisión o el éxito de una empresa) o el futuro (un evento catastrófico que sucederá). Si el mensaje era nefasto y anunciaba una desgracia que estaba en o (literalmente «su deshacimiento») y ofrecían profilaxis para contrarrestar el mal augurio comunicado por signos como los rayos, los pájaros de mal agüero, las serpientes, los hongos en las paredes de la casa o la caída de meteoritos.