El 18 de junio de 1935, Joachim von Ribbentrop arrancaba un importante acuerdo naval en Londres. Por el mismo, el tonelaje alemán de buques de guerra de superficie podría equivaler al 35% de toda la Marina Real (Royal Navy), incluida la Commonwealth. Tal porcentaje aumentaba hasta el 45% para los sumergibles, prohibidos hasta entonces en Alemania, pudiendo llegar al 100% en caso de necesidad.
Adolf Hitler estaba exultante. Según confesaría, ese había sido el mejor día de su vida. No solo había convertido en papel mojado lo dispuesto en el Tratado de Versalles, sino que creía haber abierto una puerta de entendimiento con Gran Bretaña. The Times lo calificó como un paso hacia la estabilidad; en cambio, los rotativos parisinos hablaron de traición, y el gobierno francés presentó una nota de protesta sin resultado. Mientras, Estados Unidos y Japón, las otras dos grandes potencias navales, optaban por el silencio. El ya iniciado rearme alemán recibía, así, la bendición internacional.
El Führer y sus generales sabían que el camino emprendido conducía a la guerra, pero el horizonte temporal que barajaban la situaba entre 1944 y 1945. Basándose en el mismo, el almirante Erich Raeder bosquejó un ambicioso plan de rearme naval, denominado Plan Z, que primaba los grandes buques de superficie. Sin embargo, cuando la Wehrmacht invadió Polonia en 1939, la mayoría de estos buques estaban aún en proyecto, y solo unos pocos habían sido botados. Cierto que, a lo largo de la guerra, la Kriegsmarine intentaría enfrentarse a la Royal Navy y cortar las vías de comunicación enemigas con todo lo que tenía, desde acorazados hasta cruceros auxiliares. Pero el resultado fue decepcionante,
