PARTE I TE HACE FALTA DOPAMINA
Hoy no te quieres levantar. ¿Para qué? Hace frío. Estás cansado. No tienes ganas. Es todo un aburrimiento, siempre lo mismo, y te sumerges con flojera en el teléfono un rato más, presa del tedio más absoluto, para no pensar. Si hay que ir, se va, pero ir para nada… En esas andas, hundido en la apatía, cuando, de pronto, un torbellino de energía irrumpe en la habitación: “¡Papá! ¡Hice cupcakes! ¡Además quedé de ver a mi prima Andrea! ¿Le puedo llevar uno? ¡Por fin dejó de llover! ¡ Quiero salir! ¡Me puse mi falda nueva! ¿No dijiste que querías acompañarnos al parque? ¡Ándale, corre! ¡Que yo ya estoy lista!”.
Dos formas de empezar el día muy diferentes que, con toda seguridad, tienen que ver con algo que ocurre dentro de las dos cabezas. “Nuestra vida es la vida de nuestro cerebro”, recuerda a Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología y director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona. ¿Y qué tiene la niña ilusionada que no tengas tú? Tal vez una clave podría estar en las neuronas del área tegmental ventral de su cerebro, cuyas prolongaciones están liberando dopamina con generosidad en otra región vecina, el núcleo accumbens, en el cuerpo estriado. Este neurotransmisor es, sin duda, la estrella del asunto, “relacionado con crear motivación e incentivos. Nos hace capaces de movernos, trabajar, actuar o esforzarnos. Cuando se produce suficiente en el cerebro nos lleva a buscar (Ariel, 2019). “Durante un tiempo pensamos que la dopamina era la encargada de producir placer porque, en nuestros experimentos, las ratas la liberaban cuando hacían algo que les resultaba agradable”, recuerda. Sin embargo, un trabajo pionero publicado en en 2003 cambió las cosas al demostrar que los roedores no perdían la capacidad de sentir placer... aunque su cerebro no tuviera ni una gota de dopamina.