UNA COPA AL NATURAL
Durante décadas, millones de enófilos se frustraron al agitar la copa, llevarla a la nariz y no encontrar esas notas a “grosellas” o a “casis” que describía la contraetiqueta. Ni hablar de entender la mineralidad, de dar con ese ansiado “momento eureka” en el que el paladar lograba identificarla. Pero esas escenas suceden cada vez menos. Es que las generaciones más jóvenes no se preocupan por esas cuestiones y un vino desata las mismas preguntas que cualquier otro alimento: de dónde viene, cómo se elaboró, qué componentes químicos tiene. Es gracias a esos intereses que surgió el vino natural.
En realidad, hablar de surgimiento es tergiversar el asunto, porque el vino en su definición más básica y primitiva es “jugo de uva fermentado”, lo que sucede es que la industrialización del proceso avanzó a tal punto que hoy se permiten alrededor de 1.200 sustancias para agregar durante la elaboración.
Carboximetilcelulosa, caseinato de potasio, anhídrido sulfuroso y otros tantos términos igual de impronunciables forman parte
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