PROFUNDA DEVOCIÓN
a devoción que sienten la mayoría de los musulmanes por las reliquias de Mahoma no difiere en esencia de la que muestran los cristianos por que «con el transcurso de los años, empezó a resultar cada vez más improbable que todas y cada una de las reliquias del Profeta fueran auténticas, pero, al mismo tiempo, la autenticidad fue teniendo menos importancia. A medida que la fama de las reliquias se extendía, surgieron a su alrededor mezquitas, santuarios y comunidades de devotos, que no tardaron en consolidarse como destino de peregrinos que no podían hacer el viaje a La Meca, más difícil y de mejores auspicios. De este modo, cada uno de esos lugares se convirtió en una especie de pequeña Meca por derecho propio». Concluye Manseau que «tal vez Mahoma adelantara lo que podía ocurrir cuando permitió que sus seguidores conservaran su pelo, los recortes de sus uñas y el agua de sus abluciones. Si partes de su cuerpo se dispersaban por donde ellos viajaran, ya era lo de menos que Mahoma fuera a la montaña o la montaña fuera a él. A través de sus reliquias no había lugar en el que no pudiera estar ni donde sus seguidores no pudieran encontrarle». Así, esos pequeños pedazos venerables, con independencia de que fuesen auténticos o falsos, contribuyeron a hacer omnipresente al fundador del islam.
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