Año/Cero

EL MANTO DE MAHOMA

Estamos muy acostumbrados a hablar de objetos sagrados de poder dentro del ámbito cristiano. La lanza de Longinos, el Santo Grial, los fragmentos de la cruz de Cristo, los Santos Sudarios y un largo etcétera llevan siglos recibiendo la devoción de los fieles y, más recientemente, protagonizando toda clase de obras de ficción audiovisual y superventas literarios. Gracias a esta doble vía de la fe y de la fantasía, esas emblemáticas reliquias cristianas se han ido rodeando de un aura sobrenatural desmedida a ojos de la opinión pública. Para muchos, tales objetos acumularían toda suerte de poderes extraordinarios: desde la sanación milagrosa de dolencias hasta la obtención de grandes imperios.

Pues bien, un fenómeno similar podemos encontrar en otras religiones. Si nos acercamos al mundo musulmán observaremos que, a semejanza del magnetismo popular que despiertan los diferentes enseres asociados a Jesús, también el fundador del islam cuenta con un abundante número de reliquias muy apreciadas por sus creyentes. Mahoma difundió el mensaje de Alá en el siglo VII desde la península arábiga y, según diversas tradiciones, muchos objetos personales de este profeta fueron recogidos por sus seguidores y puestos a buen recaudo. Hoy en día, varios de estos enseres están en colecciones y museos. Otros ocupan un lugar privilegiado en santuarios y mezquitas.

LAS RELIQUIAS DEL PROFETA

La devoción del islam por las reliquias abarca mucho más que los vestigios atribuibles a su fundador. Mahoma vino a cerrar la cadena de transmisión iniciada por Abraham, así que en el ámbito islámico siempre ha existido un gran aprecio por la memoria de las figuras más destacadas de las tradiciones judías y cristianas, puesto que preanunciaron el mensaje final del profeta árabe. Por tanto, no debe extrañar que la mezquita principal de Alepo,

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