Tres de la tarde en Chile, mediodía en Ciudad de México. Adán Jodorowsky aparece puntual en la videollamada, usando una sencilla polera blanca con rayas azules y un pequeño sombrero que le combina. No está maquillado, ni vestido de mimo, superhéroe o de cualquier otro personaje de los que ha creado para interpretar su música. Atrás quedaron los días en los que se metía tan dentro de ellos que hasta las entrevistas las respondía caracterizado.
A sus 41 años admite estar viviendo una transformación que comenzó hace seis años –desde que dejó su natal París para echar raíces en el mismo departamento en la zona de la Condesa desde el que conversa hoy, con un piano francés de 1925 a sus espaldas–, pero que se agudizó con el inicio de la pandemia. “Al inicio fue muy inspirador, porque soy parte de los privilegiados que pudieron poner el dinero de lado y encerrarme. Eso me hizo reencontrarme y enfrentarme. Mi finalidad cambió. Hoy quiero hacer música bella, que toque a la gente, más que tener un éxito. Dentro de 30 años la